El Fondo Monetario Internacional (FMI) anticipa tormenta. Antes de inaugurar la cumbre de la próxima semana en Bali (Indonesia), el Fondo muestra su inquietud ante la marcha de la economía internacional en los últimos meses y, sobre todo, lo que puede ocurrir en los próximos. En un discurso pronunciado el lunes en Washington, la directora-gerente del organismo, Christine Lagarde, no se preocupó solo por la ralentización de la economía –el PIB global crecerá menos que el 3,9% que pronostica hace solo tres meses-, sino por unos peligros que hasta hace poco parecían hipotéticos; y que ahora están materializándose.
Lagarde también alerta sobre un problema que en realidad nunca había dejado de existir, pero ahora parece más presente que nunca. La deuda global –tanto pública como privada- encadena récord tras récord. Según calculan los economistas del Fondo, ha alcanzado ya los 182 billones de dólares (unos 157 billones de euros al cambio actual). Más o menos el equivalente a 156 veces el PIB español. Desde su informe de la pasada primavera, la cifra ha aumentado en 18 billones de dólares.
El monstruo de la deuda no deja de crecer. Supera ya en un 60% el nivel de 2007, un año antes de que la Gran Recesión llegara con toda su virulencia para cambiar el mundo. Y esta cifra es más preocupante ahora que la época de estímulos monetarios por parte de los grandes bancos centrales parece haber llegado a su fin.
“Gobiernos y empresas son ahora más vulnerables a un endurecimiento de las condiciones financieras. Las economías emergentes y en desarrollo ya están notando el pinchazo mientras se adaptan a una normalización monetaria en el mundo avanzado”, aseguró Lagarde en Washington. Por si fuera poco, esta situación puede ir a mucho peor. Porque en el FMI pronostican abruptas correcciones en el mercado y en los tipos de cambio si el proceso de endurecimiento de las condiciones financieras continúa yendo más allá.
Lagarde comenzó su intervención con las buenas noticias: el mundo sigue creciendo al ritmo más alto desde 2011, el desempleo sigue cayendo en la mayor parte de los países y el porcentaje de personas que vive en pobreza extrema ha alcanzado un nuevo mínimo, por debajo del 10% de la población mundial. Son sucesos importantes, sí, pero las alegrías acaban aquí. Porque, según dijo la jefa del Fondo, “el clima de la economía global está empezando a cambiar”. Si un año atrás Lagarde recomendaba aprovechar el la buena racha para hacer reformas –“El sol brilla. Arreglad el tejado”, decía-; y hace seis meses advertía de los nubarrones en el horizonte, ahora reconoce que los riesgos que veía entonces “han empezado a materializarse”.
Y, como ya ha advertido el Fondo y diversas instituciones en otras ocasiones, el mayor riesgo es el desencadenamiento de una guerra comercial. El problema es que este ya no es un peligro hipotético, sino que, en palabras de Lagarde “la retórica están mutando en una realidad en una nueva realidad de barreras comerciales efectivas”. Estas no solo dañan al comercio, sino también a la inversión y a la industria, que se ven perjudicadas por unas incertidumbres al alza, continuó la directora gerente del FMI. Por ahora, entre las economías desarrollados, los más afectados por este nuevo clima de descontento son la eurozona y Japón. Mientras, EE UU, el auténtico desencadenante de esta nueva oleada proteccionista parece estar resistiendo mejor el vendaval en principio, gracias a la reforma fiscal expansiva de la Administración Trump. Pero todo esto puede cambiar si las peleas comerciales continúan. Dejando por ahora ya unos claros perdedores: los países emergentes, que ya están sufriendo las repercusiones negativas de estas tensiones. En el caso de que la guerra arancelaria se agrave, Lagarde tiene una recomendación. “Si no se puede llegar a acuerdos entre todos los países, los Gobiernos pueden usar pactos comerciales flexibles en los que colaboren en el marco de la Organización Mundial del Comercio aquellos con una forma de pensar similar”, añadió.
Lagarde también habló de la pérdida de empleos asociada a la revolución tecnológica, pero lo hizo mencionando un aspecto al que habitualmente se presta poca atención: cómo esta destrucción –26 millones de puestos de trabajo corren el riesgo de desaparecer en los 36 países de la OCDE- afecta sobre todo a las mujeres. El argumento es que estas suelen ocupar puestos con actividades rutinarias, y son estos precisamente los más amenazados por la automatización.
Fuente: El País