En años recientes se ha hablado, y cada vez con más insistencia, de la pederastia que se da en los ambientes eclesiásticos. Es un tema de suyo difícil. Mucha gente cree que esta práctica está relacionada con la reciente ola de escándalos sexuales en los que están implicados ministros de diversas religiones.
Pero la historia del mundo es de cientos de siglos y lo que ha ocurrido a lo largo de la existencia tiene un origen en alguna parte de ese recorrido.
En este caso creo que es muy importante entrar al tema del Celibato desde sus orígenes. Sabemos que es el estado del soltero o sea del célibe (en latín caelebs, caelibis). El término adquirió un sentido de compromiso, de una opción de vida.
En el mundo occidental contemporáneo el concepto de celibato ha sido frecuentemente asociado a la Iglesia católica. Por su parte, en Oriente se conoce este estado por la Iglesia ortodoxa, el budismo y el hinduismo. Las opciones célibes de pensadores, escritores, artistas o líderes son menos conocidas que la de los religiosos, pero no por ello menos significativas.
Por todo el mundo hay religiones que exigen el celibato a sus líderes y clérigos, como la iglesia católica romana, las iglesias ortodoxas y el budismo, entre otras. De modo que es razonable preguntarse si el celibato es un requisito bíblico para los ministros cristianos. Es conveniente hallar una respuesta y analizar el origen y la evolución del celibato.
La Enciclopedia Británica establece que el celibato es “el estado de no ser casado y, en consecuencia, de abstinencia sexual, que por lo general se asocia a un ministro religioso o a un discípulo”. En el año 2006, en un discurso a la curia romana, el entonces papa Benedicto XVI relacionó el celibato obligatorio con “una tradición que se remonta a una época cercana a la de los Apóstoles”.
Sin embargo, el celibato no era una práctica religiosa de los primeros cristianos. De hecho, el apóstol Pablo, que vivió en el siglo primero, advirtió a los creyentes que vendrían hombres con “expresiones inspiradas” que confundirían a la gente. Y añadió “…prohibirán casarse”. La cita bíblica se encuentra en Timoteo 4:1-3.
Fue durante el siglo segundo cuando el celibato empezó a introducirse en las iglesias “cristianas” que más adelante formarían la Iglesia Católica Romana. En el libro Celibacy and Religious Traditions se explica que esto “coincidió con una nueva corriente de restricción sexual que surgió en el Imperio romano”.
Durante los siguientes siglos, tanto los concilios eclesiásticos como los llamados Padres de la Iglesia promovieron el celibato sacerdotal. Creían que las relaciones sexuales corrompían a las personas y que eran incompatibles con los deberes clericales. Aun así, como indica la Enciclopedia Británica, “en el siglo diez todavía había muchos sacerdotes, e incluso algunos obispos, que tenían esposa”.
La Iglesia católica hizo obligatorio el celibato sacerdotal en los Concilios de Letrán de 1123 y 1139, celebrados en Roma, y esa sigue siendo su postura oficial hasta el día de hoy. Con esta medida, la Iglesia conservó el poder y los ingresos que de otro modo habría perdido, ya que los clérigos casados legaban propiedades de la Iglesia a sus hijos.
Lo mencionado en el párrafo anterior es sumamente elocuente porque da a entender que los ingresos por diezmos y primicias siempre han sido el motor que mueve los intereses eclesiásticos.
No quiero con esto decir que a las iglesias solo les interese el dinero. No, pero también es su “modus vivendi”. Esos ingresos son para el mantenimiento de las iglesias, la adquisición de los utensilios necesarios para los distintos oficios que se celebran, y para la manutención de los clérigos.
La Biblia menciona que Jesús dijo acerca de quienes permanecían solteros como él “por causa del reino de los cielos” (Mateo 19:12). En esa misma línea, el apóstol Pablo habló de los cristianos que, siguiendo su ejemplo, escogían la soltería “por causa de las buenas nuevas” (1 Corintios 7:37, 38; 9:23).
Ahora bien, ni Jesús ni Pablo estaban imponiendo el celibato a los ministros cristianos. Jesús aclaró que la soltería era un “don” que no todos sus seguidores tenían. Y Pablo, cuando escribió sobre quienes no se habían casado, dijo: “Respecto a vírgenes no tengo mandamiento del Señor, pero doy mi opinión” (Mateo 19:11;1 Corintios 7:25).
Además, en la Biblia se muestra que muchos de los primeros ministros cristianos estaban casados, entre ellos el apóstol Pedro (Mateo 8:14;Marcos 1:29-31; 1 Corintios 9:5). De hecho, como en el primer siglo las prácticas sexuales inmorales estaban muy extendidas en el mundo romano, Pablo escribió que si un superintendente cristiano estaba casado, debía ser “esposo de una sola mujer” y tener a sus “hijos en sujeción” (1 Timoteo 3:2, 4).
No se trataba de matrimonios célibes, pues la Biblia expresa sin tapujos: “Que el esposo dé a su esposa lo que le es debido”. También dice respecto a las relaciones íntimas en el matrimonio: “No se priven de ello el uno al otro” (1 Corintios 7:3-5). Es evidente que el celibato no es algo que Dios requiera de sus siervos ni es obligatorio para los ministros cristianos.