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AMLO, ¿regreso al pasado?: Carlos Ferreyra

Publicado por
José Cárdenas

Carlos Ferreyra 

 

personalmente no lo creo. Y es que existen diferencias insalvables entre las comparaciones acostumbradas y elpresidente electo: hablamos de Luis Echeverría y de José López Portillo que son los caballitos de batalla de quienes quieren asustarnos con ese improbable retorno.

Veamos: tanto Luis Echeverría como José López Portillo fueron estudiantes ejemplares. Ambos sobresalieron como tales e inclusive fueron líderes en sus respectivas facultades.

No creo en la sabiduría popular. La masa siempre se equivoca o estaremos admitiendo que Hitler era una persona y nadie más lo acompañaba en sus desastres; lo mismo Mussolini, Pol Pot, Mao y todos los que en el mundo han sido dirigentes o líderes nacionales y se han distinguido por masacres, asesinatos en masa y crímenes de lesa humanidad.

El populacho es manipulable, como lo demuestra la mala fama que le hicieron a Luis Echeverría los empresariosmonterrellenos que se dieron el lujo de crear una oficina de rumorología para imaginar cuentos y versiones falsas con contra del mandatario, infamado para el resto de su vida.

Ayer leía a un enterado y respetable intelectual mexicano que al desgaire lo mencionaba como un pendiente del 2 de octubre.

Pienso que en forma oportunista evadió recordar que el entonces mandatario, Gustavo Díaz Ordaz, asumió la responsabilidad plena. Y lo hizo con la seguridad de que el pueblo agradecido le levantaría un monumento. Además de la rechifla con mentadas de madre en la inauguración olímpica, ha quedado como ejemplo del tirano escudado en la fachada de una democracia de chisguete.

De López Portillo, habrá que decir que el otro López no tiene su inteligencia, ni su cultura ni su preparación como académico que le permitía estructurar sus discursos en forma lógica y directa. Que a veces apelaba al corazón de los mexicanos, cierto, pero no estamos preparados para lo que se ha mencionado, “un presidente chillón”.

Antes de los citados, tuvimos en Los Pinos a Adolfo López Mateos, un frívolo que cerraba el viaducto para correr en solitario sus automóviles europeos de importación prohibida. Y se enredaba mezclaba con artistillas de segunda línea para presumirse como un gran Don juan.

Eso hacía mientras desaparecía médicos, ferrocarrileros, encarcelaba a los dirigentes gremiales y de paso aprovechaba para desaparecer a los menos notorios, pero igualmente molestos. Dicen que era guapo y por eso se le perdonaba todo. Hasta la fecha.

De Gustavo Díaz Ordaz, pequeño de estatura y de moral, acomplejado por una abusiva fealdad física que lo orilló a imponerse al estilo tradicional, sentándose sobre las bayonetas.

Estos sujetos, dignos del infierno, son objeto de elogios y nostalgias mientras los que pugnaron por hacer este país solidario con los desposeídos, pero claro a costa en gran parte de los beneficiarios de la Revolución y sus rémoras financieras que hasta la fecha están enquistadas en los órganos de control de los recursos nacionales, los repudiamos, los insultamos y escupimos sobre sus tumbas.

Luis Echeverría y José López Portillo, autores de leyes y decretos que llevaron a la calle a los prisioneros por delitos de “disolución social” y a muchos de ellos, por cierto, a las filas de la burocracia dorada donde se conservan hasta que el dedito del Señor lo diga.

Legalizaron los simbólicos partidos de la izquierda que fraccionados y todo, representaban la ética política, la dignidad y la coherencia de una ideología que era producto de análisis, estudio, mesas de debate. Pero todo esto lo ignoran los actuales izquierdosos, porque en el PRI, su origen, nunca les enteraron de tales avatares.

Sin las belicosas agrupaciones que actualmente se colocan en el extremo izquierdo de la colorida paleta nacional, la lucha se entablaba en los foros, quizá en las Universidades y desde luego en los centros laborales y en las organizaciones campesinas. Se trataba de debatir, de convencer, y de llegar a relativas verdades por la vía del estudio.

Nadie agredía a nadie. Casos hubo, como el 26 de julio de 1968 en que provocadores todavía con el uniforme de Limpia y Transportes, rompían aparadores, insultaban peatones, pero a nadie agredían y a nadie robaban. Todo era a cara abierta, sin ocultar identidades y se aceptaban las consecuencias. Eran hombres de valor probado no sólo en la militancia sino en la vida, gente de trabajo o de estudios superiores.

Pero llegaron los democratizadores, los moralistas educados en ciencias políticas del país del norte; todo se descompuso. Con muchos defectos, pero los antecesores de Miguel de la Madrid pensaban en una nación y en una democracia a la que habría que llegar con plena participación de los ciudadanos.

Nada de dádivas ni prebendas ni mucho menos poder sin control para los que medran de las siglas partidarias.

Éramos felices, teníamos un fermento de democracia pero teníamos, eso sí, políticos honorables mezclados con los pillos más pillos aunque no tan cínicos como los de la aplastante realidad actual.

La mitad de este texto lo retomo de algo publicado hace tres años. Como siempre sucede, nada cambia pero permite reafirmar la idea de que López Obrador no es un regreso al pasado. Le falta inteligencia, preparación y, sobre todo, colaboradores de la altura intelectual y académica de un Reyes Heroles.

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas