El mundo de la música a veces da estas sorpresas: el vídeo del nuevo sencillo de Janet Jackson, Made for now (con la colaboración de Daddy Yankee), lleva más de 26 millones de reproducciones desde su estreno el pasado 16 de agosto. Recordemos: Janet (Indiana, EE. UU., 1966) lleva años en un discreto segundo plano e instalada en una cómoda introspección estilística aparentemente al margen de las ambiciones y pretensiones de actualidad de una Beyoncé o una Rihanna. Sin ir más lejos, el vídeo de uno de los bombazos pop del momento, Ganja burn, de Nicki Minaj, lleva solo 19 millones de visitas, y eso que se lanzó tres días antes del de Jackson. ¿Podría Janet Jackson haber encontrado una fórmula efectiva para reinventarse? Lo analizamos a continuación:
Lo interesante de Made for now es que plantea un sutil viraje estilístico, con la ambición añadida de querer proyectarlo en el futuro. Anunciado como el primer single de su próximo disco, asimila con suavidad los ritmos latinos a los que da carta de naturaleza la presencia de Daddy Yankee, que el año pasado permaneció 16 semanas en el número 1 de los más vendidos en Estados Unidos. Aquí no es cuestión de que nadie acuse de apropiación cultural a nadie, y una Janet latina de la noche a la mañana hubiera sido una descripción bastante gráfica de la expresión «hacer comulgar a los fans con ruedas de molino».
Por eso, en esta canción optimista y de acordes tropicales es Daddy Yankee quien rapea, canta en español y apostilla las estrofas que Janet entona con su estilo de siempre: dulce, sin alardes vocales, armónico y con un fraseo que nadie más en la música tiene. Más allá de eso, Made for now es una composición con vocación de éxito, pegadiza y relajada. Ni rompepistas ni arte y ensayo, aunque lleve el mismo sello, el del productor Harmony Samuels, que My way (Ariana Grande) o Let it be me (Jennifer Lopez).
Este vídeo de la canción ‘Made for now’ suma 27 millones de visualizaciones cuando se escribe esta información. Probablemente ahora lleve un millón más.
La popularidad hoy se mide en YouTube, y el vídeo rodado para presentar esta canción es pura metralla digital. Una de esas producciones rodadas sin reparar en técnica, extras ni atrezo, con bailarines, gente corriente, escenarios callejeros y un ambiente festivo que recuerda bastante a esos vídeos de Luis Fonsi (Despacito) y Enrique Iglesias (cualquiera de ellos) en los que la gente se lo pasa bomba en la calle.
La fiesta de Made for now, mitad verbena y mitad flashmob, está rodada sin límite de presupuesto pero con un cierto sentido narrativo, trasladándose de una calle a otra de Nueva York en medio de una atmósfera de alegría contagiosa: exactamente lo que necesitaba una estrella que, en los últimos años, parecía vivir lejos del mundanal ruido.
«Cuando estaba escribiendo para Janet Jackson, hice una búsqueda rápida y vi que nunca había hecho nada con sonido africano. Me pareció perfecto. Eso era lo que iba a hacer: algo afrocéntrico, cultural, con un toque latino», explicaba recientemente el productor de la canción, Harmony Samuels, a la publicación Billboard. Aquel no era un género extraño para el productor, que siempre se ha considerado culturalmente africano. Tal y como recordaba en la misma entrevista, suyo había sido aquel Say yes que cantaron juntas Michelle Williams, Beyoncé y Kelly Rowland en 2014, cuando ya no eran Destiny’s Child. Hay que recordar también que posiblemente la reivindicación más perfecta de la estética africana en el mundo del pop fue precisamente el vídeo con el que Janet Jackson presentó Together again (1997), una máquina pop perfecta con temática social (el recuerdo de un amigo fallecido víctima del sida) y hasta hoy el single más vendido de su carrera, con seis millones de ejemplares.
Jackson viene de cultivar un perfil bajo que muchos fans atribuían a la influencia de su entonces esposo, el empresario catarí Wissam al Mana (padre de su hijo), junto a quien se convirtió al Islam
Puede parecer una anécdota trivial, pero hasta el pasado 18 de agosto de 2018 Janet Jackson nunca había viajado en metro. Y para su primera incursión en el tren subterráneo más utilizado por los habitantes de Nueva York eligió una compañía a la altura (Daddy Yankee) y también a su responsable de redes sociales, que documentó la aventura en el perfil de Instagram Stories de la artista.
Jackson se dirigía al Harlem Week Festival, Daddy Yankee le propuso hacerlo en el suburbano, y decidieron convertirlo en todo un acontecimiento social. En el vídeo de la hazaña se ve a Janet emocionada escuchando los piropos del resto de viajeros del vagón. Incluso le dieron el pésame por el reciente fallecimiento de su padre. Y lo que en otros casos hubiera sido un acto de esnobismo y una butade digna de Keeping up with the Kardashians, en el de Janet se convirtió en un baño de popularidad y en todo un acierto de marketing capaz de dar una imagen de cercanía.
Los últimos años han sido turbulentos para Janet. Su último álbum, Unbreakable (2015), fue saludado por la crítica como un disco introspectivo, coherente y ambicioso, pero su proyección se vio interrumpida por la cancelación de su gira debido al embarazo de la artista, que dio a luz a su primera hija en enero de 2017.
Aunque algún otro vídeo musical vio la luz, Jackson parecía cultivar una trayectoria de bajo perfil que muchos fans atribuían a la influencia de su entonces esposo, el empresario catarí Wissam al Mana (padre de su hijo), junto a quien se convirtió al Islam e inauguró una época de estilismos recatados. Aquella mujer que aparecía en público con la cabeza cubierta y vestida con amplias túnicas negras poco tenía que ver con la artista que había descubierto la sexualidad a toda una generación de jóvenes afroamericanas a principios de los noventa y que había abogado a favor de la causa LGTB antes de que se pusiera de moda.
Quizá haya que recordar que la artista descubrió la sexualidad a toda una generación de jóvenes afroamericanas a principios de los noventa y que abogó a favor de la causa LGTB antes de que se pusiera de moda
Sin embargo, el año pasado se anunciaba su divorcio, que ella explicó aduciendo que su marido aspiraba a controlarla demasiado. Por eso la actitud relajada y hedonista que muestra en su nuevo vídeo tiene algo de simbólico. Janet parece haber abandonado los escotes pronunciados, pero también la rigidez. Y resulta ahora más convincente que antes.
Las telas africanas, las prendas relajadas y el estilismo algo caótico que luce Janet Jackson en este vídeo no respira lujo (aunque puede que muchas de las piezas lo sean), pero sí carácter propio. En una época en que muchos vídeos de superestrellas del pop podrían competir en Cuánto cuesta tu outfit y en que un lanzamiento de Beyoncé resulta inconcebible sin firmas de lujo implicadas, el estilismo de Made for now tiene mucho de bohemio y de callejero, de mercadillo y de alta costura de los noventa. Janet lleva vaqueros rotos, vestidos con volantes y encajes, camisetas de algodón con maxicinturones, sombreros, postizos capilares, blusas estampadas y bombachos, zapatillas y botas. Y todo ello resulta extrañamente coherente con las superposiciones de prendas que lucía en aquel remoto What have you done for me lately de 1986, con su afición a las correas en Rhythm nation (1989) e incluso con el oversize doméstico de No sleep (2015).
Tal y como analizábamos en ICON hace menos de un año, el movimiento #JusticeForJanet lleva meses reivindicando la injusticia cometida con Jackson tras el nipplegate de 2004 (ya sabes: cuando Justin Timberlake arrancó, en la Super Bowl, la pieza textil que cubría el pecho de Janet). La artista tardó más de una década en levantar cabeza, y parece de justicia poética (que, por cierto, fue el nombre de una película que protagonizó en 1993 junto al malogrado Tupac Shakur) que lo haga ahora, cuando toda una nueva generación de solistas, de Kelela a FKA Twigs o Nicki Minaj, reivindica su legado y su papel como una de las primeras estrella del pop negro.
Janet ha tenido una carrera accidentada y no hay indicios de que Made for now vaya a suponer el golpe de timón definitivo. Pero sí puede dar a sus fans, y a ella misma, más de una alegría. Y eso nunca viene mal.
Fuente: El País