Carlos Ferreyra
Mi amigo Jorge Medina, creo que cuernavacense por adopción, y seguramente partidario de don Quasi el futuro gobernador, declara su inconformidad y su disgusto porque, dice, Paulo VI de un plumazo que más bien sería de fuerte ostiazo, sacó del santoral a San Jorge con todo y su dragón.
Arañas papales, adujo que al no existir dragones no hubo tal San Jorge lo que resulta muy discutible puesto que si en el barrio, la población donde se crió el jerarca vaticano no había ese tipo de lagartijotas no es responsabilidad del inocente que los combatió.
En Morelia, esa señorial ciudad, puede comprobarse la existencia del noble, su caballo, la espada y el dragón que lanza fuego. No es una tarea de romanos. Y menos de morelianos que son bien flojitos –no reclamen: soy de allá y sé lo que afirmo.
Entrando a la ciudad desde la curva en la que asesinaron a Genaro Vázquez Rojas, se llega al acueducto, una obra monumental, pesada, hermosa y característica de la población.
Para llegar allí se sale por Cuajimalpa, se pasa Toluca rumbo a Zitácuaro y vía Ciudad Hidalgo (y no ciudad de Hidalgo como dice la canción) cruza por la desviación de la Tierra Caliente, a Huetamo, concretamente donde nacieron los Tariacuris, familia de mariachis cuyos emblemas fueron Amalia y Juan. La menor y el mayor.
Se camina por la Calle Real, modernamente conocida como Avenida Madero y poco antes de llegar a las “teutonas” o sea la fuente de agua (pila para mis paisanos) que reproduce a varias guares (tarascas) con los senos al aire, bello monumento, por cierto, se aprecia una calle transversal está flanqueada por banderines marianos.
Esto es, leves banderas de color azul deslavado y blanco que representan a la Virgen María (“que es nuestra protectora”, decía la canción que nos metían a la fuerza en doctrina y hasta en casa) y que llevan a una placita que ya no existe.
Me explico: en una plazuela un cura listo emboletó a las vecinas para que aportaran deliciosos guisos regionales y los sirvieran a los visitantes que habría en lo que transformó de plaza pública, en tragadero popular.
Negocio redondo para el santo señor que ya está a la vera del Señor de los Cielos, el bíblico, claro. Los niños del barrio eran meseros, recogedores, lavadores y cobradores. Negociazo, en serio.
El cura listo metió en la cabecita de mis paisas la idea de que se trataba de la feria más larga o duradera del mundo. Creo que se suspendía alrededor de cinco días al año. Orgullo local al que asistían todos a cenar.
La capillita del cura está consagrada a San Jorge. De lado a lado de la calle un puente muestra la cruenta lucha del santo contra el dragón. De un lado surge la bestia mitológica lanzando bocanadas de fuego; por enfrente aparece el caballero en su corcel, trotando al encuentro con la maldad. Chocan a medio puente, llamaradas a lo loco y rugidos aterrorizantes.
Y vuelta a empezar. Como testigos, la modesta iglesita y cara a cara una cooperativa vecinal donde venden artículos de primera necesidad a precio muy baratos.
De plano el cura la hizo. La última ocasión que pude visitar Morelia me encontré con que la plazuela no existe y sobre ella, magnífica, se levanta una enorme creo que dicen basílica. En lo que debería ser sótano abierto a la calle, instalaron un tragadero donde las mismas señoras, los mismo infantes que antes de hacer tarea sirven a la Iglesia, venden la comida regional. Para controlar los ingresos, hay unos boletos que se compran anticipadamente y que son entregados con cada petición de alimentos.
Como dije, el cura ya está rindiendo cuentas en el Paraíso (nombre de célebre nevería estilo gringo en los años 50) pero un hermano quedó a cargo de los negocios. O de las obras pías que se alimentan con los recursos de los modestos habitantes de la zona.
Y va de anuncio, la mejor comida de Michoacán puede degustarse en este lugar, donde por ciert0o una comilona como para empacharse y no dormir tres días, tiene un costo de unos cuantos pesos. Y sí, unos cuantos pesos…
Creo que mayor prueba de la existencia de San Jorge y su amado Dragón, no puede aportarse. El santoral Vaticano podrá haberlo suprimido, pero mientras esté vigilante y combativo, a la vista de los habitantes de la ciudad color de rosa (y eso que no nació allí Ternurita Mancera) seguirá vivo.
Vivo lo tenemos, vivo lo queremos y vivo está en nuestras mentes y corazones, así que Jorges del mundo no se desavalorinen ni se agüiten.