Mario Melgar Adalid
AMLO se ha identificado históricamente con tres personajes: don Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas. Nunca entendí porque dejó fuera a José María Morelos y Pavón, quien mejor se acerca a sus ideas sobre la defensa de los pobres. El capitán sacerdote es considerado (Mario de la Cueva) como el primer humanista socialista en la historia de América y tal vez el primero en la historia del mundo. Basté recordar algunas frases, lemas de acción, que puede pronunciarlas el próximo presidente:» Que se eduque a los hijos del labrador y del barrendero como a los del más rico hacendado». O bien:»Que todo aquel que se queje con justicia tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el más fuerte».
Desde su primera campaña (2006), AMLO ligó sus propuestas económicas con el «New Deal de Franklin D. Roosevelt. No solamente eso, recientemente llegó a decir que el segundo Roosevelt es «el mejor presidente que ha tenido Estados Unidos», lo que dejó fuera al legendario presidente Abraham Lincoln, quien siempre apoyó a don Benito Juárez.
De primera impresión la liga emocional de AMLO con Roosevelt se explicaría por el éxito del programa del «New Deal» con el que se recompuso la economía estadounidense, después del fracaso de Herbert Hoover y de la secuela perniciosa de la crisis de 29.
No obstante más que inferencias económicas, como activar la recesión con grandes obras de infraestructura, existen razones más profundas de la predilección de AMLO por Roosevelt. Compartir con el aristócrata de Hyde Park, la idea cardinal de los luchadores sociales: en política primero van los pobres.
Desde joven, Franklin D. Roosevelt, un prócer de cuchara de plata, mostró su emoción y compromiso social. Antes de asumir la presidencia ocupaba el cargo de Secretario adjunto en la cartera de Marina. En plena Primera Guerra Mundial, solicitó a sus amigos potentados, los de la misma clase social, la de hasta arriba, a la que él y su familia pertenecían, que pusieron sus yates de recreo a disposición del gobierno para ser utilizados por la Marina para prevenir ataques submarinos alemanes. Al negarse los ricos a desprenderse de sus yates, con el permiso del Presidente Woodrow Wilson, acudió ante el Congreso para solicitar autorización para la incautación. Desde entonces, las élites empezaron a considerarlo un traidor a su clase social. Ya en la presidencia arrancó el New Deal que generó enormes dudas sobre su viabilidad económica, pero fue seriamente cuestionado específicamente por razones ideológicas.
Durante los primeros cien días de su gestión las élites empezaron a controvertir la orientación ideológica del New Deal. Surgieron preocupaciones sobre el riesgo de vulnerar los pilares del sistema capitalista estadounidense consagrado en su Constitución: la libertad del mercado, el derecho de propiedad privada, la soberanía de los estados y los límites impuesto al gobierno por el sistema de pesos y contrapesos. Surgió el temor que el presidente actuara fuera de sus atribuciones al aliarse con los sindicatos, con organizaciones de izquierda, con militantes socialistas y hasta veladamente con algunos comunistas. Los ricos confirmaron que el presidente había traicionado la clase social a la que pertenecía.
AMLO, ya sin los nubarrones del proceso electoral, ha recuperado su discurso sobre la preeminencia de los pobres. Acierta al confirmar que el país tiene una deuda secular pendiente con los desvalidos que ningún gobierno ha podido cubrir. Acierta igualmente al conversar, apenas ayer, con los capitanes de industria para iniciar este programa de atención a marginados con el concurso del capital y la empresa privada. Si Roosevelt acuñó la frase de lo único que debemos tener miedo es del propio miedo, AMLO podría decir que no hay que tenerle miedo a los pobres.
@MarioMelgarA investigador nacional en el SNI