No es siquiera un adolescente. Pero a los once años ha vivido más calamidades y experiencias que muchos ancianos. Está a punto de completar una travesía apta solo para gente decidida. Para valientes de verdad. Al subir a bordo del Aquarius, empapado y aterido de frío, una mujer rubia con chaleco de Médicos Sin Fronteras le hizo a Mohamed dos preguntas. Las mismas que a cada recién llegado: ¿De qué país eres? “Sudán, Darfur”. ¿Cuántos años tienes? “Once”. Y como es menor de edad, una tercera: “¿Viajas con algún pariente adulto? “No”. Llegaba solo. Ella le puso una pulsera amarilla de papel con una raya negra. Es uno de los 123 menores no acompañados recogidos en ese barco humanitario frente a Libia. Cuatro días después sabe que la mujer rubia se llama Selin. Es la especialista en casos vulnerables.
Mohamed –al que llamaremos así para proteger su identidad— explica con calma que abandonó su casa y su país hace más de un año porque “allí hay mucha tensión, porque es una zona conflictiva donde no hay libertades”. Traduce del árabe sus palabras Ramzi ben Nasr, de MSF. Este chaval que estudió hasta sexto de primaria y quiere ser médico define Libia con dos palabras: “Demasiadas penalidades”. Allí pasó por un centro de detención donde, cuenta, les maltrataban e incluso recibían latigazos. Y cuando ya enfilaba el sueño europeo, su patera estuvo a punto de hundirse. Los rescatadores de SOS Mediterraneé le salvaron la vida.
La inmensa mayoría de los menores con los que Mohamed comparte esta odisea no están aquí, han sido repartidos entre los dos navíos militares con los que el Aquarius viaja hacia Valencia por la invitación del nuevo Gobierno socialista. El reparto de los 629 se hizo con muchas prisas porque la Guardia Costera italiana les dio 10 minutos. Hubo que a toda prisa decidir quiénes se quedaban en el Aquarius. Y quiénes eran trasladados. El equipo de MSF, reunido de urgencia, elaboró un listado de prioritarios: los que requieren atención médica, las embarazadas, los once niños y sus madres y los varones que acompañaran a esas tres categorías, explica el médico jefe a bordo, el estadounidense David Beversluis. Sumaban 106 personas. La siguiente categoría eran los menores no acompañados, pero ya no cabían. Solo Mohamed y alguno más permanecen en el barco de las ONG.
El Aquarius costeó toda la isla de Cerdeña (Italia) durante la jornada del jueves tras una noche marcada por el fuerte oleaje, vientos de hasta 30 nudos, fuertes mareos y vomitonas. Los varones que dormían al raso en popa fueron llevados a una zona cubierta. La flotilla que se dirige a Valencia tiene previsto cruzar durante la noche el estrecho entre Cerdeña y Córcega (Francia) para dirigirse en línea recta hacia Valencia. La previsión meteorológica anuncia una mejora. Mohamed, demasiado mayor para dormir en el refugio de mujeres y niños, y demasiado pequeño para hacerlo con los adultos, ha dormido desde su llegada bajo techo en la zona de preadolescentes.
Aunque la primera noche se registró a todos los migrantes (país, edad, género, solo o acompañado…), MSF hará esta noche un nuevo recuento para subsanar los errores que pudiera haber propiciado el caos de los últimos días. Las embarazadas ya no son siete. “Son seis porque a una de las que declaró estarlo le hemos hecho varios test de embarazo y han dado negativo”, revela el médico.
En la sala de los preadolescentes pernoctaban también el grupo de chicas y chicos de Eritrea que el lunes por la noche disfrutaban con el juego de la botella, como todo adolescente ha hecho alguna vez en su vida. Desde el martes están en uno de los navíos de la Guardia Costera italiana. La enfermera Aoife No Mhrchu los recuerda perfectamente. “Todos tenían menos de 15 años, llevaban la pulsera amarilla con la raya”. Los que declararon ser menores no acompañados entre los 629 del Aquarius serán atendidos por la ONG Save The Children cuando pisen tierra firme.
“Un patrón que vemos a menudos en sudaneses y eritreos es que suelen irse sin avisar a sus familias, no tienen conciencia de los muchos peligros que entraña la travesía”, explica la enfermera Mhrchu por la tarde, cuando por fin ha podido salir a cubierta tras terminar la tarea que la ha tenido atada al ordenador desde las ocho y media. A ellas también les preguntó si avisaron de que se iban de casa. Le dijeron que no. Catorce meses lleva Mohamed sin hablar con su familia. Mucho tiempo para cualquiera, y una eternidad a los once años. Por eso en cuanto pueda conseguir un teléfono marcará el número de su madre Umm Khultum, como la gran diva egipcia, para decirle que lo logró. Que está en Europa. Que le llama desde España.
Fuente: El País