Mario Melgar Adalid
La crisis humanitaria que vive Estados Unidos no es la primera en su historia. EU, erigido como el salvador del mundo moderno, inició durante la II Guerra mundial una persecución a los japoneses que vivían en ese país, fueran visitantes, residentes o ciudadanos. No se hizo lo mismo con italianos o alemanes, a pesar de que tanto Italia como Alemania, al igual que Japón, eran enemigos beligerantes. La razón de no perseguirlos fueron sus características raciales.
El General John L. De Witt convenció al Presidente Franklin D. Roosevelt de que si bien no podía comprobarse que los japoneses en EU hubieran participado en actos de sabotaje, eso no significaba que no participarían en el futuro. “La raza japonesa es una raza enemiga”. Él acuñó la frase: A Jap’s a Jap.
Tres ciudadanos americanos de origen japonés, recluidos en campos de concentración, acudieron a la Suprema Corte en busca de protección que les fue denegada. La paradoja es que los Estados Unidos combatió el racismo nazi y el imperialismo japonés y al mismo tiempo violó los derechos de sus ciudadanos. Tuvieron que pasar cuarenta años para que el Congreso de EU pidiera perdón e indemnizaran a los japoneses.
Cuando este episodio parecía archivado, ocurre una paradoja todavía mayor: la separación forzada de miles de niños de sus familias por razones migratorias. La decisión de Trump, anunciada apenas ayer, de recular, no lo salva ante la historia,. El daño está hecho, como ocurrió con los japoneses en la cuarta década del siglo XX.
En Estados Unidos hay un culto a la protección infantil. Las reglas de tránsito no admiten excepción cuando se trata de límites de velocidad en zonas escolares, al grado que el infractor puede ir a la cárcel. Si un camión de escuela alerta sobre ascenso o descenso de pasajeros, nadie rebasa, sin enfrentar multas astronómicas. Si un menor deambula en horario escolar, la policía interviene, pone al menor bajo custodia y se avisa a la escuela y a los padres. Los pederastas sufren penas infamantes como anuncios al frente de las casas alertando que en el interior habita un depredador sexual. Los niños son sagrados.
Por esto y muchas otras cosas es imperdonable, la desgraciada decisión de Trump de separar a los niños de sus padres que cruzaron su frontera sin papeles. Página negra que mancha a un país.
Según comunicado de la Secretaria de Relaciones Exteriores «de los 1,995 niños migrantes que de abril a la fecha han sido separados de sus familias tras cruzar la frontera menos del 1% de los casos corresponde a menores de nacionalidad mexicana». Creerá el Secretario Videgaray que eso deja tranquilas y satisfechas las conciencias, ¿será que el problema es solamente de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, pues y apenas uno por ciento es problema mexicano?
La jerga diplomática del comunicado es incomprensible. ¿Cómo es que el comunicado oficial afirma que México «respeta a cabalidad la soberanía y el Estado de Derecho de Estados Unidos»? México y nadie puede «respetar a cabalidad» el sufrimiento infantil. Dos mil niños sufrirán cada día de sus vidas vivencias el daño causado por Trump.
Es la hora no solamente de un comunicado, sino la de articular una verdadera defensa de miles de familias afectadas ofreciéndoles resguardo y protección en nuestras fronteras. ¿Ni siquiera eso será capaz de hacer este incapaz gobierno? México debe recibir a esos migrantes a la deriva y particularmente salvar a los niños afectados. Ofrezcámosles asilo humanitario.
la actuación de Trump lo ha convertido en un muñeco a la deriva de la honorabilidad y la decencia, un títere político, marioneta triste que muestra en su rostro el descontento que tiene de sí mismo. Nunca como ahora es la hora de enfrentarlo. Si el siglo XX vio como los Estados Unidos salvaron al mundo del desquiciamiento político que llevó a los dos guerras mundiales, llegó el momento de que el mundo salve a Estados Unidos de quien se cree iluminado y pueda llevar al mundo a un desquiciamiento mayor.
La reculada de Trump en este asunto es una buena señal de que la sociedad organizada, los medios y la prensa tienen mucho que decir ante la deshumanización de la política.
DrMarioMelgarA Investigador nacional en el SNI
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