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El país de nunca jamás: Carlos Ferreyra

Publicado por
José Cárdenas

Carlos Ferreyra 

 

Érase que se era un país que no tenía historia, que cada seis años se inventaba y cuyos tlatoanis, sacerdotes dotados de poder celestial, dadores de beneficios y bienes sin cesar, gobernaban destacando que nunca habían sucedido cosas tan grandiosas, tan sinigual y tan favorables para el pueblo.

El Sumo Sacerdote, trepado en un elevado trono en cuyo respaldo lucía un ave de rapiña deglutiendo lo que aparentaba ser un animal rastrero, imaginaba mirar a un pueblo agradecido mientras tomaba nota de los que, ciegos y sordos a las gracias del alma, negaban el progreso de la nación y preparaban el asalto al poder.

Para lograrlo, recorrieron dos décadas pueblos y aldeas convenciendo a los pobladores que ellos, pobres y explotados como lo eran, representaban lo mejor del hombre, a los buenos, mientras señalaban los palacios colmados de riquezas donde moraban los malos, los que vivían despojándolos de lo poco que tenían.

En el reino se guardaban las formas consultando al pueblo cada seis años. Proponían los futuros gobernantes, siempre los mismos, las mismas familias inclusive entre el pueblo bueno que, sin pensarlo, se llenó de pillos que esperaban su oportunidad: no quiero que me den sino que me pongan donde hay, era la divisa.

Así, favorecidos con cargos al amparo del poder, lograron riquezas impensadas. Se integraron al pueblo malo, pero sin admitirlo, sin aceptar que ya no eran pobres, ocultaban sus riquezas malhabidas, mientras seguían pregonando las bondades de la honestidad valiente.

Tras dos décadas de atropellar leyes, reglamentos y de hacer gala de impunidad, al fin llegó la oportunidad. Para que el pueblo se convenciera, prometieron, prometieron y prometieron pero nunca aclararon los enjuagues en que estuvieron metidos.

Aquel Señor nunca regresó las Ligas; el caballero francés disfrutó en su vieja patria cuya nacionalidad mantiene; gozó de bien ganados dineros producto de sus líneas férreas, el arrastre de vehículos y otros negocios de su trabajo como cuidador de bienes y servicios de la ciudad capital.

Así, el disgusto del populacho contra quienes lucraban  con el poder, se volcó en favor de los nuevos servidores del rey, que los acogió bajo su manto protector, aunque la mayoría, se supo siempre, eran integrantes de la nobleza a la que ahora renunciaban para acogerse a nuevos aires, nuevas oportunidades.

Hubo quien en el colmo de la distracción –ya se sabe, moral distraída—y a pesar de haber respaldado a los oponentes, y hasta de haber ofrecido largarse del reino si se trepaba el hombre llegado de los pantanos del sureste, hizo de tripas corazón y lo felicitó aparte que en forma más o menos disimulada ofreció su colaboración.

Y no era para menos, puesto que el nuevo monarca manifestó que uno de sus propósitos iniciales era retirar los estipendios que les garantizaban a quienes abandonaban obligatoriamente la hermosa silla y los placenteros jardines de la casa real, vivir sin trabajar, algo que hacían desde tiempo atrás.

En adelante, dijo el nuevo Tlatoani, si quieren subir a su coche, tendrán que abrir ellos mismos la puerta; si desean hablar por teléfono, tendrán que marcar ellos el número deseado; y si se les antoja un elote con mayonesa y chile piquín, tendrán que salir a la calle y buscar al elotero. Y pagarlo de su bolsa.

El pueblo enfebrecido por las nuevas—nuevas, se volcó a las calles. Y comenzó a tomar cuenta de quienes eran sus enemigos, aquellos que no habían estado desde el inicio con el enviado de los dioses.

Empezó la cacería, primero con un cuidadoso filtro vía escritos. Eso obligó a los demócratas, que nunca se supo bien a bien si existían, a rectificar sus opiniones al principio suavizándolas y después de plano ver gris lo que antes veía negro y ver blanco lo que antes pensaba que era gris.

Un amanecer patriótico, luminoso, con un sol esplendoroso en el horizonte como portada de libro escolar de los años 50, fue la confirmación de que mejores tiempos llegaron y que aquello que fue penuria, en adelante se convertirá por arte de Birlibirloque en goce pleno. Lo prometió, así que…

(Foto: Flavio Sosa, la nueva nobleza nacional…

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas