Terceras Home

Analfabestias o maestros: Carlos Ferreyra

Publicado por
José Cárdenas

Carlos Ferreyra 

 

La oficina en la que trabajaba está a unos metros del Monumento a la Revolución, donde aposentaron sus tanafarios centenares de maestros supuestamente de la CNTE que venían a… bueno, alguno a protestar, otros de vacaciones.

Sufrí el estúpido plantón con tiendas de campaña muy bien montadas, perfectamente alineadas y con callecitas interiores. Todo perfectamente planeado, nada dejado a la improvisación, inclusive con un sistema de transporte que anunciaba horarios, frecuencias diarias y salidas desde tal a cual punto con terminal en distintas poblaciones de Oaxaca.

La presencia de los analfabetas significó la pérdida de miles de empleos en la zona, el cierre de infinidad de pequeños negocios y el sufrimiento de una especie de derecho de piso, estilo narco, en el que los comerciantes debían aportar cierta cifra “pa la causa”, era el retintín.

En las calles principales del plantón, digamos el cruce a la mitad del campamento, fueron abiertos una serie de tragaderos de comida regional. Particularmente las tlayudas y con abundancia, el mezcal de mina, el de pechuga y otro que decían que era añejado. Un negocio redondo que permitió certificar que el tal plantón no era de maestros sino de sinvergüenzas que se colgaron de la protesta para visitar la capital, montar sus negocios y viajar, a diario si les daba la gana, en forma gratuita y lujosísimos carruajes marca Mercedes Benz.

Cuando finalmente desalojaron la plaza en el levantamiento de daños se encontró lo siguiente: en la calle entre el monumento e Insurgentes no hubo protestantes ni tiendas de campaña, porque allí, ¡oh maravilla! está ubicado Bisques Obregón, empresa familiar de Ternurita.

Se hizo un listado de los negocios perjudicados y de los empleos perdidos. Y el gobernador capitalino, tan vivales como los protestantes, exigió siete mil millones de pesos para enfrentar daños. Fondo de capitalidad, lo llamó.

Le entregaron tres mil millones de pesos, pero como hacen con las donaciones llegadas del exterior para damnificados por el temblor, se repartieron a quien lo aceptó, pero no como reparación de perjuicios sino como préstamo “blando” o sea con un interés tantitito más bajo que el bancario.

¿A quién benefició tal transa? Sin lugar a duda fue Ternurita quien arrambló con los dineros públicos. Muchos de los pequeños empresarios prefirieron desaparecer con todo y sus pérdidas. Algunos, y se puede constatar, emigraron de esta ciudad donde parece que los ciudadanos son enemigos de los funcionarios públicos, aunque puede interpretarse al revés: los empleados del gobierno perredista, ven a los detritusdefecalensis como entes para la explotación e inermes enemigos.

Las historias de este plantón son infinitas. La más común, cuando los supuestos profesores asistían a algún comedero donde aparte de tragar, decían los antiguos, como pelones de hospicio, bebían como si en acto de conciencia cívica quisieran acabar con el vicio del alcoholismo acabándose el alcohol.

A la hora de pagar la cuenta, la frase sacramental, sin posible reclamo por parte de los comerciantes: es “pa la causa”.

En los meses que duraron en el plantón, sólo aportaron cantidades industriales de basura, muchas ratas por los tragaderos regionales y la certeza de que los plantonistas no eran maestros; les pagaban diariamente a la luz pública por estar en el lugar, además de darles alimentos y medicinas suministradas, también, a plena luz pública.

El costo debió ser multimillonario y desde entonces nos preguntamos por qué en su infinita tontería, el gobierno de la República nunca investigó quién los financiaba. Solamente las camionetas Mercedes Benz, su diaria movilización, los operadores, el mantenimiento, debieron alcanzar cifras prohibitivas para un cristiano común y corriente.

Esa misma pregunta la hicimos en el Plantón de Reforma. Por razones de trabajo debía cruzar por la plaza del antiguo caballito hacia el periódico El Universal.

Soprendente que en las tiendas de campaña los ocupantes eran pocos, uno, tres, cinco a lo más. Que sus horas de ocio las llenaban plenamente con barajas, mucho alcohol y nada de labor política, de explicar a los afectados por qué estaban allí.

Similar panorama al de los maestros: sujetos de apariencia patibularia, con más facha de golpeadores de barrio que de militantes conscientes de un partido. Y lo mismo, “un apoyo” en efectivo para que permanecieran ocupando las instalaciones.

Al final, y muy al estilo de ya saben quién, al levantar el campamento que desgració a la ciudad en muchas formas, juntas de liquidación, grupos que eran formados para asignarles recursos guardados para los plantonistas.

Y bueno, ni Peña Nieto ni sus sabios Itamitas se dieron cuenta de lo que pasaba. Digamos que igual que ahora. La duda es cuánto tiempo permanecerán desquiciando la capital.

Hoy no sería problema controlarlos. Menos de dos millares de vivos. Algo más: están estrenando autobuses, ¿quién los financia? Y la curiosidad de siempre, cuántos serán en verdad maestros.

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

Compartir:
Compartir
Publicado por
José Cárdenas