La fiesta a la que han acudido 6.000 invitados de este dirigente de 65 años, procedente de los servicios de seguridad soviéticos (el KGB) y decidido a devolver a Rusia el papel de gran potencia que desempeñaba la Unión Soviética, ha sido precedida por protestas ciudadanas. Aunque minoritarias, estas protestas cubren una amplia geografía e incorporan a jóvenes y muy jóvenes y también a sectores altamente cualificados, inquietos por las crecientes trabas impuestas en nombre de la seguridad a la modernización del país en un mundo global.
Putin, que ha llegado al acto en una limusina de fabricación rusa, fue reelegido presidente el pasado 18 de marzo con el 76,6% de los votos. Entre la ceremonia de hoy y la de toma de posesión de mayo de 2012 se produjeron la intervención militar de Rusia en Ucrania en apoyo de los secesionistas de aquel país y la anexión de la península de Crimea, sucesos estos que marcan un antes y un después en la evolución postsoviética de Rusia y de su posicionamiento en el sistema de relaciones internacionales.
A partir de 2014, las relaciones entre Moscú y los países occidentales se han caracterizado por una escalada de sanciones y contrasanciones así como por la ruptura de múltiples lazos institucionales (las dos cumbres anuales entre la Unión Europea y Rusia, por ejemplo), la desconfianza y el distanciamiento.
Putin no es aislacionista y lo que desea es alterar las reglas de juego vigentes para devolver a Rusia el coprotagonismo en grandes decisiones del mundo. A su exclusión del G 8 (el club internacional tan valorado en época de Borís Yeltsin y al inicio de la época de Putin), el jefe del Estado respondió afirmándose en otros entornos y con otros socios, como los países Brics (el club de los emergentes), China, en sus fronteras Orientales, y Turquía e Irán en el Sur. Con estos dos últimos países, Rusia coordina su intervención en Siria y su retorno como potencia militar en Oriente Próximo. A las discrepancias con Occidente causadas por la política del Kremlin en Ucrania se han sumado las diferencias por el apoyo de Moscú al presidente sirio Bachar el Asad y las acusaciones de interferir en las elecciones norteamericanas.
Alimentada con retórica nacionalista (Rusia estaba “de rodillas y se ha levantado”), la política exterior de Putin tiene costes económicos y sociales para el empresariado y la población, aunque la sociedad no siempre percibe la relación entre ambas cosas. Una encuesta del centro Levada indicaba que un 82% de los rusos apoyaban a Putin en abril (frente a un 17% que no aprueba). El jefe del gobierno, Dmitri Medvédev, sin embargo gozaba de una aprobación del 42% (frente a un 57% en contra) en el mismo periodo. Pero, según el centro de encuestas TSIOM, la confianza en Putin se ha reducido desde las elecciones y ha pasado del 58,9% en enero a 47,1% en abril.
Putin, con la mano derecha sobre la Carta Magna, juró en la ceremonia «respetar y defender los derechos y las libertades de las personas y los ciudadanos; cumplir y defender la Constitución de la Federación de Rusia; defender la soberanía y la independencia, la seguridad y la integridad territorial del Estado, y servir al pueblo con lealtad».
En la valoración de su último mandato, el 45% de los ciudadanos afirmaban en abril que Putin no había asegurado una justa distribución de los ingresos en interés de los ciudadanos de a pie y un 39% opinaba– en una encuesta realizada por el centro Levada– que no se habían restituido a la población los recursos perdidos durante las reformas. Según la misma encuesta, la lista de los deseos para el nuevo mandato va encabezada por el incremento de sueldos y pensiones (39%), seguida de una sanidad y educación accesible (25%), desarrollo económico, estabilidad de la divisa, menor dependencia de los precios del petróleo. En cuarto lugar, se sitúa la lucha contra la corrupción.
Tras la toma de posesión, en presencia del patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, Kiril, Putin propondrá su candidatura para el puesto de jefe del gobierno. La mayoría de los analistas creen que su elección recaerá de nuevo en Medvédev, un hombre que ha demostrado su lealtad al actual jefe del Estado al haber ejercido como presidente entre 2008 y 2012, después de que Putin hubiera agotado los dos mandatos presidenciales de cuatro años que por entonces le permitía la constitución rusa.
Fuente: El País