Hace 156 años el pueblo de México vivió profundamente el drama y el sueño, cuando las armas nacionales se cubrieron de gloria al derrotar, en las colinas de Puebla, a uno de los ejércitos más poderosos del mundo: el que representaba al imperio de Napoleón -el pequeño- disminuido aún más por la soberbia y su ambición desmedida que lo llevaron a desoír las sensatas advertencias de numerosas naciones para que detuviera su absurdo atentado en contra de México.
El imperio francés -con el apoyo de Inglaterra y España- ya había mostrado sus intenciones intervencionistas en el continente americano en 828, cuando una escuadrilla francesa se presentó en la bahía de Guanabara con intenciones de bombardear Río de Janeiro en Brasil.
En 1829, Tampico sufría los propósitos de violar la independencia nacional.
En 1833 los ingleses se apropiaron de las Islas Malvinas en el hemisferio sur, frente a Argentina, y que ya antes habían sido ocupadas por Francia. Cinco años más tarde los franceses cañonearon Veracruz y casi al mismo tiempo hicieron lo mismo a la Isla Martín García, también frente a Buenos Aires.
En 1850, Inglaterra usurpó a Guatemala las tierras caribeñas situadas entre los ríos Sibón y Sarstún; a Honduras, las islas de La Bahía, y a Nicaragua, La Mezquita. Y por supuesto que había intenciones de intervenir en México.
Después de 3 años de la Guerra de Reforma, México se encontraba financieramente en ruinas y tenía deudas enormes que los conservadores contrataron con banqueros europeos para pagar la guerra. La deuda era de 80 millones de pesos; 69 millones para los ingleses, 9 millones para los españoles y 2 millones para Francia.
El presidente Benito Juárez declaró el 17 de julio de 1861 una moratoria de dos años en el pago de deudas a prestamistas extranjeros. El 31 de octubre de 1861, Francia, Inglaterra y España firmaron la Convención de Londres, en la cual se comprometieron a invadir el país si no se saldaban por completo las deudas con los tres países europeos.
Juárez respondió con un exhorto para lograr un arreglo amistoso. El 5 de marzo de 1862, cuando aún se realizaban las negociaciones, llegó a Veracruz un contingente militar francés bajo el mando de Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez. A finales de abril, Lorencez se puso en marcha, junto con sus efectivos, hacia Puebla, con el fin de avanzar para conquistar la Ciudad de México. Fue entonces cuando Juárez creó al Ejército de Oriente y designó al general Ignacio Zaragoza al frente de este.
Por todo lo anterior, la actitud solidaria y fraternal de los países americanos fue muy clara al conocer el parte de guerra del general zacatecano Felipe Berriozábal anunciando la victoria el 5 de mayo de 1862. Durante la intervención francesa, Berriozábal destacó por su brillante actuación con una columna de mil hombres que heroicamente reforzaron los fuertes de Loreto y Guadalupe, apoyando al general Ignacio Zaragoza.
Años después, con la desaparición de Maximiliano, el periódico limeño «El Sol de Piura», de aquella época comentó que el «triunfo y la restauración de la República en 1867, fue la página que inscribió en la historia del mundo el nombre de un pueblo -el mexicano- tremolando el lábaro de la justicia; fue el símbolo sin mácula de una doctrina que dio vida y carácter a sus instituciones; fue en una palabra, el episodio único que distinguió a México dentro del concierto universal». El periódico «El Imparcial», de Argentina, sintetizó: «Es consolador para los pueblos americanos el ver esta resistencia hecha por uno de ellos a las ambiciones de las grandes potencias de la tierra. México puede caer, pero caerá con gloria, defendiendo palmo a palmo su soberanía e independencia». El general español Juan Prim, quizás pensando en los días de grandeza de su patria advirtió que la expedición contra México era un crimen. Prim se retiró en nombre de España como lo hizo Inglaterra a su vez. Ya solo, Napoleón -el pequeño- no pudo superar el paso firme de la historia. En este siglo 21, hace cerca de 20 años que vivimos angustiados y afligidos por una economía mal dirigida, por una política peor encauzada y por una guerra sin estrategia lanzada contra los narcotraficantes. Y seguimos amenazados por todas partes con asesinatos, secuestros, impunidad y corrupción.
Hoy más que nunca debemos lanzar la mirada al pasado y recobrar el brillo que luce nuestro escudo nacional, y los tres bellísimos colores que enmarcan a nuestro lábaro patrio, forjado en las fraguas de las batallas. México debe salir del marasmo en el cual ha caído. México debe ser recobrado: los generales Zaragoza y Berriozábal viven en la historia y en el porvenir.
Premio Nacional de Periodismo
Fundador de Notimex