Carlos Ferreyra
He estado al borde de la tentación: organizar un concurso para ver quién tiene la madre más inteligente y la más noble, leal, trabajadora y en síntesis, santa.
Pero me abstengo. Es un tema que para la mayoría de los mexicanos es sagrado y no tengo la menor duda de que todos son productos, fallidos en su mayoría, de tales dechados de virtud.
No quiero ser lapidado o sometido al escarnio de quienes se sientan ofendidos por un comentario en tal sentido. Por tanto, repito que me abstendré de publicar el exhorto para el susodicho concurso.
Después de todo me imagino que sólo a dos personas les interesaría una competencia en tal sentido, desde luego al tal Trump cuyos excesos terminaron por dar al traste con el Señorita Universo que para los correctos, quiere decir Miss Universe.
La otra persona interesada, nuestra hermosa Lupita, la que fue reina universal de belleza en años ya lejanos pero que en su hermosura no se reflejan. También ha tenido problemas con la organización de los certámenes nacionales.
Antes de echar a andar la competencia –competición para los cultos—deberían establecerse los puntos de referencia para escoger a la madre del año.
Habrá quien proponga la belleza, pero no es esa la condición principal de una madre, aunque así lo consideren sus hijos, principales partidarios y defensores de su origen materno.
Posiblemente la inteligencia, que tampoco puede ser condición ni mucho menos la cultura porque no todas las madres tuvieron la oportunidad. Recuérdese a La Madre de Gorki, ejemplar, rústica y campirana.
Quedan, para las referencias nacionales, la capacidad de soltar el llanto a la menor provocación, su hacendosa labor de remiendo de camisas, pantalones y el petatillo para los calcetines, con huevo de madera.
También la dedicación a cumplir los gustos de sus vástagos y amigotes que se les pegan, elaborando moles y otros guisos de complicada manufactura y todavía más difícil limpieza.
Pueden agregarse otras capacidades y condiciones para escoger a Miss Mother, pero como no deseo alterar a nadie no daré curso a la idea porque allí no cabe mi propia progenitora que fue hermosa, inteligente, hacendosa, extraordinaria cocinera, trabajadora a decir basta y que me enseñó a elaborar con finura el petatillo para los calcetines.
No concursaría porque se llevaría a todas de calle. Mejor me quedo con mi idea y con los buenos deseos para todas las señoras del mundo…
Y como madre sólo hay una, y Sara García era la madre del cine nacional, rindámosle un homenaje en representación de todas las que en nuestro México han sido. Y serán.