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Una dura lección en Siria: Asad aún puede usar armas químicas contra su gente

Publicado por
Aletia Molina

Cuando Siria envió fuera del país lo que aseguró era su último acervo de armas químicas en 2014, John Kerry, entonces secretario de Estado estadounidense, declaró que había quedado demostrado que se puede lograr más con buena diplomacia que con ataques a ciertas instalaciones.

“Llegamos a un acuerdo para sacar el 100 por ciento de sus armas químicas”, señaló unas semanas más tarde, cuando una embarcación estadounidense destruyó 600 toneladas de agentes venenosos.

Hace un año, después de que el presidente Donald Trump desdeñó el enfoque de la época de Obama por calificarlo de ingenuo, bombardeó un campo aéreo donde se había originado un nuevo ataque químico atribuido al presidente sirio, Bashar al Asad. El recién designado asesor de Seguridad Nacional de Trump, el teniente general H. R. McMaster, predijo “un gran cambio en los cálculos de Asad”, porque por primera vez Estados Unidos emprendió “acciones militares directas”.

Años de amargas experiencias en Siria han demostrado que la percepción de Kerry estaba equivocada y que la de McMaster era demasiado optimista.

Es algo que queda particularmente claro después de los ataques aéreos realizados antes del amanecer del sábado en Siria contra tres ubicaciones donde se sospechaba que había armas químicas. Tanto funcionarios de gobierno como expertos independientes coinciden en que, a pesar de que se empleó el doble de fuerza que el año pasado, no es probable que se haya eliminado la capacidad de Asad de lanzar gas a sus ciudadanos de nuevo.

Si bien es fácil bombardear las instalaciones químicas de Asad, también a él le resulta relativamente sencillo volver a instalarlas en otro lugar.

El teniente general Kenneth F. McKenzie, representante en el Pentágono del Estado Mayor Conjunto, describió los sitios atacados el 14 de abril como “componentes fundamentales de la infraestructura de armas químicas para conflictos armados del régimen”. Quizá lo hayan sido en el pasado, pero no se sabe con seguridad si todavía estaban en uso cuando las fuerzas estadounidenses, francesas y británicas atacaron.

Los funcionarios mencionaron dos factores que les hacen cuestionarse si las instalaciones aún eran importantes para el programa de Siria. Al momento, no se ha identificado ninguna víctima en los sitios, lo que sugiere que no había nadie ahí durante la noche, o bien ya estaban abandonados. Tampoco se han identificado fugas de agentes químicos en las instalaciones, a pesar de haber sido el blanco de más de cien misiles lanzados desde el aire y el mar.

Independientemente de que esos sitios en particular aún hayan estado en uso o no, el conflicto en Siria ha revelado una verdad más grande: si bien es fácil bombardear las instalaciones químicas de Asad, también a él le resulta relativamente sencillo volver a instalarlas en otro lugar o recurrir a una sustancia disponible en el mercado, como el cloro, para elaborar un veneno semicasero que no está prohibido.

Quizá esto explique por qué McKenzie mostró más cautela que sus predecesores al predecir la efectividad de los ataques más recientes en el largo plazo. “Yo diría que todavía existe un elemento residual del programa sirio”, dijo en el Pentágono el sábado.

“Creo que le extirpamos el corazón con los ataques exitosos”, continuó. Sin embargo, añadió: “No voy a decir que ya no podrán organizar un ataque químico en el futuro”. Aclaró que, más bien, cree que “lo pensarán muy bien antes de hacerlo”.

Este comentario parece reflejar un hecho central: Asad ha descubierto nuevas formas de ocultar sus reservas de los inspectores. Uno de los puntos débiles del acuerdo suscrito en 2014 entre Rusia y Estados Unidos con el objetivo de eliminar las armas químicas en Siria es que se basa en las reservas declaradas de Siria, un matiz que Kerry enfatizó. Nunca se tuvo la certeza de que los rusos hubieran eliminado todos los lugares de almacenamiento que afirmaron haber eliminado ni de que hubieran destruido las instalaciones de producción.

Funcionarios de inteligencia de Estados Unidos e inspectores internacionales ya habían identificaron desde hace tiempo uno de los sitios atacados el sábado, un centro de investigación y desarrollo en Barzeh, comentó un funcionario de inteligencia de alto rango.

Los funcionarios del gobierno estadounidense que dieron información a los periodistas el sábado indicaron que se destruyó equipo en ese lugar y en otras dos ubicaciones (las instalaciones de almacenamiento de armas químicas Him Shinshar y un “refugio subterráneo” cercano), lo que aseguraron provocará un retraso de meses, incluso años, en el programa de Asad. No obstante, tuvieron cuidado de no mencionar en ningún momento si las instalaciones estaban en uso al momento del ataque. McKenzie dijo que en Barzeh “probablemente había agentes nerviosos y químicos”, sin aclarar si estos eran residuales.

No se requieren instalaciones complejas para producir cloro, el agente que se sospecha utilizaron las fuerzas sirias una semana antes de los bombardeos para matar a decenas de ciudadanos, incluidos niños. Está disponible en el mercado. Por otra parte, el gas sarín, que la Casa Blanca sospecha se utilizó también el 7 de abril, puede producirse casi en cualquier parte, de acuerdo con un informe de inteligencia francesa.

Ese informe concluye que “los militares sirios conservan conocimientos de su programa tradicional de armas químicas que podrían permitirles utilizar sarín y producir y desplegar municiones con cloro”. Enfatizó que Estados Unidos “también ha determinado que el régimen todavía tiene sustancias químicas, específicamente sarín y cloro, que podría utilizar en el futuro en otros ataques”.

Estas declaraciones son muy distintas de las que se hicieron en junio de 2014, cuando la misión conjunta de las Naciones Unidas y la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas proclamaron que Siria u otras partes habían destruido, con excepción de unas diez instalaciones, todas las “municiones y equipo declarado de producción, mezcla y llenado del programa declarado de armas químicas, así como muchos edificios asociados con el mismo”.

Ninguna dependencia investigadora internacional ha determinado hasta ahora qué sustancias químicas se emplearon en el ataque del 7 de abril en Duma, cerca de Damasco. Las evaluaciones de inteligencia de Estados Unidos sugieren que, si bien la sustancia química primaria fue el cloro, “información adicional parece indicar que el régimen también utilizó” sarín, una sustancia más peligrosa y difícil de manejar.

Fuente: NYTimes

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Aletia Molina