Carlos Ferreyra
Bajo ese título publicamos ciertas reflexiones sobre los comicios que se desarrollaron en el Estado de México. Viene a cuento porque manifestábamos inconformidad por el acaparamiento de la voluntad popular por parte de los partidos políticos y sus reclamaciones por la presencia de candidatos “independientes”.
Naturalmente los principales protestones fueron los grupúsculos de izquierda, temerosos de que en algún momento se les acaben las franquicias y exclusividad con que manejan cargos y postulaciones sin campaña, en beneficio de sus más caros dirigentes.
Para eso se creó el inicialmente Instituto Federal de Elecciones, transformado en Instituto Nacional Electoral, donde deciden quiénes y en qué lugar irán; dice la voz popular que el INE aunque se vista de seda, IFE se queda. Y así es…
Decíamos: difícil acertar, pero en mi opinión México empezó a sustituir a los ciudadanos con muertos vivientes a partir de 1968. Hay razones para creerlo así: se habla del parteaguas que significaron las protestas populares —más que estudiantiles— la incontenible furia por la matazón en Tlatelolco y el surgimiento de grupos rebeldes encabezados por jóvenes universitarios que luego de unas semanas de holganza en los cerros, bajaban a sus tareas cotidianas.
No los descalifico. Hubo quienes pusieron por medio su pellejo y lo perdieron, pero fueron pocos, muy contados, porque la gran mayoría, y la historia puede avalarlo, se uncieron a la carreta de la Revolución, se enchufaron en trabajitos de mayor o menor cuantía y se dedicaron a esperar una jubilación que, lo ignoraban, era miserable.
Caso emblemático, El Búho Valle Espinosa, que de rebelde con muchas y muy justas causas, y de diputado de izquierda combativo en la tribuna, un buen día pasó a agente de la Procuraduría General de la República, creo que en el rubro antidrogas.
Después del 2 de octubre de 1968 visitaban mi oficina (Prensa Latina, la agencia de noticias cubana) padres, hermanos y toda suerte de revolucionarios en cierne. La exclamación era tan igual que parecía consigna: Si a mí me hubiesen matado a un hijo, a un hermano en Tlatelolco, la historia sería distinta…
Lo cierto es que esos indignados sujetos festejaron como nadie el final de la Olimpiada, cuando se desataron los atletas corriendo y recorriendo la cancha del estadio Universitario; con sus colores maravillosos los africanos fueron los protagonistas principales de ese festejo.
Habrá que admitir que en la misma forma celebraron las mentadas de madre contra el presidente Gustavo Díaz Ordaz, la rechifla de alrededor de 60 mil espectadores al unísono, algo memorable y hermosa muestra de repudio a quien mantuvo “la imagen olímpica de México” a costa de la vida de muchas decenas de jóvenes. Protegidos, desde luego, por ese odioso anonimato en el que cobijan hoy sus frustraciones vía redes.
Ese fue el primer parteaguas. El siguiente, en 1971, el célebre jueves de Corpus cuando Los Halcones masacraron a la vista pública a los manifestantes frente a la Normal Nacional, hecho registrado magistralmente por Armando Salgado cuyas gráficas siguen usando pero nadie le da crédito. La consecuencia, como antes: aumento en la burocracia con los nuevos protestantes, indignación suprema y cero acción.
Detallar lo que sucedió de entonces a la fecha, involucra cuestiones como el nacimiento del multipartidismo, la proliferación de negocios familiares al amparo de siglas partidarias, como el Niño Verde tragapapas; rupturas oportunistas en los partidos cuando no son satisfechas las expectativas osamenteras de sus militantes y la aparición de los sistemas modernos de comunicación.
Esos, sí, donde cada imbécil repite como mantra sagrado: derroquemos a Peña Nieto, todos contra el PRI, políticos corruptos, no pasarán; y donde amenazan con su furia epistolar a quienes trasgreden sus normas —de ellos, de los protestantes— y advierten: si me ponen a ese güey cinco minutos, lo hago pinole, lo aplasto y le enseño a respetar.
Cambios en las leyes electorales, creación de fetiches burocráticos como el IFE convertido en INE y que, repetimos la opinión de los ciudadanos: el INE aunque se vista de seda, IFE se queda. O los instrumentos de transparencia y muchos otros que sólo aumentan el gasto por salarios a funcionarios de medio pelo devenidos en jerarcas. Hueso para todos, es el lema.
Apoderados de decisiones y ejerciendo un cogobierno de facto a partir de la sana distancia de Ernesto Zedillo con el partido mayoritario, se establecieron candados para que los ciudadanos comunes. Usted, yo, amigo lector, nos hayamos transformado en zombies, esos muertos vivientes que acudiremos a las urnas, votaremos por los que “ellos”, los dueños de nuestros destinos, ordenan.
Será un acto mecánico, sin alma, sin propósito de cambio porque serán los mismos de siempre, los dueños del país vía el sistema partidocrático que tan buen resultado les ha dado.
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