El gobierno mexicano comenzó a entregar el miércoles visas humanitarias o de tránsito a las personas que conforman una caravana de migrantes centroamericanos e informó que la procesión de unas 1,000 personas que fue criticada por el presidente estadounidense Donald Trump ya comenzó a dispersarse.
Algunos migrantes que despertaron el miércoles en el campamento dijeron que probarían su suerte y solicitarían asilo en Estados Unidos y otros en México.
Elmer Gómez, un salvadoreño de 38 años de edad, ha estado durmiendo en un campo de fútbol junto con su esposa y sus tres hijos de 7, 13 y 14 años, mientras esperan que México les conceda las visas de tránsito y puedan continuar hasta la frontera norte. Gómez quiere solicitar asilo en Estados Unidos y reunirse con parientes en Nueva York.
“Nosotros no venimos de nuestros países solamente porque queríamos salir… es por la seguridad de nuestros hijos”, declaró el salvadoreño.
Como muchos, él se sumó a la caravana _que nunca esperó alcanzar tal tamaño y nunca pensaron en llegar a la frontera _ porque era seguro debido a la cantidad de participantes.
Ahora, la familia deberá seguir sola, mientras la peregrinación planea hacer sus últimas escalas esta semana en un simposio de derechos de los migrantes en Puebla, en el centro de México, y terminar en Ciudad de México.
“Lo veo un poco complicado por los secuestros, por los robos, por todo eso. Eso da un poquito de temor viajar solo sin la caravana”, dijo Gómez.
Irineo Mujica, uno de los organizadores, dijo: “Nosotros intentaremos hacer nuestras caravanas de la mejor manera (en años futuros). No anticipábamos, ni queremos una caravana de esta magnitud”.
Las caravanas, llamadas “Estaciones de la Cruz”, son eventos simbólicos que se celebran anualmente coincidiendo con la Semana Santa para hacer conciencia sobre la complicada situación que viven los migrantes. La comitiva nunca ha salido del sur de México, aunque algunos participantes continúan hacia el norte por su cuenta.
Las airadas declaraciones del presidente Trump contra la caravana y la supuesta permisividad del gobierno mexicano para permitirle continuar dejaron confundidos a los migrantes, quienes niegan ser una amenaza. Muchos de ellos nunca tuvieron la intención de ir a Estados Unidos una vez terminada la procesión.
Hasta los coordinadores de la caravana parecieron malinterpretar el debate en Estados Unidos cuando Trump respaldó una «opción nuclear» para obtener fondos en el Congreso para su muro fronterizo. El martes les contaron a las preocupadas familias que el dirigente había expresado la idea de utilizar un arma nuclear contra la caravana, formada principalmente por mujeres y niños que huyen de la violencia en Centroamérica.
El gobierno mexicano dijo en un comunicado a última hora del martes que su política migratoria «no está sujeta a presiones», pero recalcó que la caravana «comenzó su dispersión por decisión de sus integrantes».
En un comunicado emitido por las secretarías de Gobernación y de Relaciones Exteriores, el gobierno mexicano agregó que 465 migrantes habían solicitado oficios de salida (visas de tránsito), de los cuales 230 las obtuvieron, y que otros 168 probablemente obtendrían algún tipo de visa para permanecer en México.
Los organizadores de la caravana dijeron que el gobierno mexicano no los había presionado y que continúan con los planes de celebrar un simposio sobre los derechos de los migrantes esta semana y terminar con una visita a la Ciudad de México. La caravana nunca tuvo la intención de llegar a la frontera con Estados Unidos.
Sentada sobre un delgado colchón de espuma e intentando parar a sus hijos, Jonathan de 2 años y Omar de 6 años, Gabriela Hernández se preguntó en voz alta qué pensaría Trump de ellos.
«Lo veo algo muy triste porque no entiendo cómo un niño a esta edad puede dificultarle a él», dijo Hernández, de 27 años, que está embarazada de dos meses.
Le gustaría ir a Estados Unidos, donde tiene un primo en Houston. La delincuencia en Honduras es tan alta que decidió embarcarse en el complicado periplo a través de varias fronteras internacionales con sus dos hijos asmáticos. El menos está ahora enfermo y toma antibióticos.
Para Hernández y de muchos de sus compañeros de viaje, los riesgos que han asumido deberían servir de indicativo de lo insostenible de su situación en sus países de origen. Los hondureños son mayoría en la caravana de este año, que también incluye familias de Guatemala y El Salvador.
«La gran Caravana de Gente desde Honduras, que está cruzando México y acercándose a nuestra Frontera de ‘Leyes Débiles’ debe ser detenida antes de llegar», escribió Trump en Twitter.
Tras escuchar que Trump planteó la posibilidad de enviar tropas a defender la frontera, Irineo Mujica, director de Pueblo Sin Fronteras, el grupo activista detrás de la caravana, reunió a las mujeres y niños del campamento en torno a él y preguntó a cuál de ellos le tenía miedo el mandatario.
«Todas las mujeres, niños que vienen huyendo la violencia», informó. «Estos niños no son militares».
El martes por la noche, las autoridades migratorias mexicanas entregaron los primeros documentos a algunos integrantes de la caravana. Algunos les dan 20 días para transitar por el país en su camino hacia la frontera con los Estados Unidos con el objetivo declarado de solicitar asilo allí. Otros obtuvieron documentación que supone un primer paso para solicitar una visa de residencia humanitaria personas especialmente vulnerables o para iniciar el proceso de solicitud de asilo en México.
Mayra Zepeda, una hondureña de 38 años, explicó que una vez que obtenga los documentos para cruzar México, ella y su esposo seguirán hacia la ciudad fronteriza de Tijuana. Allí esperan encontrar empleos mejor remunerados, informó diciendo que no planean cruzar a Estados Unidos.
La pareja salió de Honduras en diciembre, después de que el actual presidente Juan Orlando Hernández fuera declarado ganador en unas polémicas elecciones. La fábrica donde elaboraba camisetas para exportar cerró por las semanas de inestabilidad que siguieron a los comicios, dijo.
En su viaje, la familia se detuvo en la localidad mexicana de Tapachula, en la frontera con Guatemala, durante tres meses y ella consiguió empleo en un restaurante. Cuando la caravana se reunió allí, consideraron que era una buena oportunidad para moverse con seguridad.
El martes, cocinó un perol de calabaza y huevos en un fuego al aire libre para el equipo de seguridad de la caravana, formado por voluntarios.
«De verdad quiero ser mexicana», informó Zepeda. «No vamos a cruzar, solo aquí nos vamos a quedar».
Otros no tuvieron tanta suerte en su primer intento.
José Carlos Lanza, que viajaba con su esposa embarazada desde Honduras, se adelantó cuando escuchó su nombre el martes para descubrir que había una letra mal colocada en su nombre, lo que invalidaba su permiso para cruzar México, demorando su periplo un día más. El problema era que ya había alguien en camino para recogerlo y llevarlo a la frontera con Estados Unidos.
«No puedo esperar más tiempo», manifestó.
Horas antes, Lanza informó que Washington ignoraba la situación de los migrantes.
«Ellos no miran que la mayor parte de las personas que están acá son niños y mujeres. Creo que es algo tonto porque somos personas que lo único que buscamos es una seguridad para la familia y pienso que no es justo para nosotros que nos tratan como unos terroristas», dijo.
Fuente: El Economista