Bajo los volcanes del estado mexicano de Michoacán, los violentos cárteles se enfrentan para dominar un oscuro y lucrativo mercado. Uno de ellos, llamado la Familia Michoacana, anunció su presencia hace cerca de una década al arrojar las cabezas de cinco rivales en una pista de baile en Uruapan. Luego llegaron a hacerle competencia los Caballeros Templarios, quienes decían tener un código caballeresco de honor mientras cobraban cuotas, extorsionaban y secuestraban a los granjeros y usurpaban sus tierras. Las fuerzas de seguridad mexicanas y los terratenientes locales han tratado de enfrentarlos, pero los combativos cárteles siguen escindiéndose y proliferando. En marzo, un grupo armado conocido como los Viagras —al parecer así nombrados por la manera como luce el cabello engomado hacia arriba de su líder— sembró el caos al incendiar decenas de vehículos y cerrar con éxito la principal carretera del estado. Un incendio tuvo lugar no muy lejos de donde un hombre de negocios estadounidense llamado Steve Barnard tiene una planta empacadora en Uruapan. “Conducir por las carreteras es demasiado peligroso”, dice Barnard. Los dueños de las granjas “deben tener mucho cuidado para que no los secuestren”.
El producto precioso que impulsa la economía michoacana y alimenta una obsesión estadounidense no es ni la marihuana ni las metanfetaminas, sino el aguacate (o palta en algunos países), que los habitantes han comenzado a llamar “oro verde”. México produce más aguacates que ningún otro país del mundo —cerca de un tercio del total mundial— y la mayoría de los cultivos se ubican en el rico suelo volcánico de Michoacán. Un milagro del comercio moderno es que en 2017, el año con mayor violencia registrada en México, este estado agobiado por los cárteles haya exportado más de 771 millones de kilogramos de aguacate hass a Estados Unidos, lo que ayudó a que el aguacate superara a los plátanos como la fruta de importación con mayor valor en Estados Unidos. Nueve de cada diez aguacates importados a Estados Unidos provienen de Michoacán.
A eso le siguió el auge del aguacate. En 1994, los estadounidenses consumían un poco más de medio kilo por persona al año, casi todo proveniente de agricultores californianos, cuya cosecha se da solo en el verano. Hoy en día, esa cifra ha aumentado a 3,2 kilogramos por persona al año. Alimentada por una creciente comunidad latina y por estrellas de Hollywood que promueven los beneficios para la salud de las grasas no saturadas de esta fruta (Miley Cyrus tiene tatuado un aguacate en el brazo, por ejemplo); la locura estadounidense por el aguacate se ha intensificado año con año. En las semanas previas al Supertazón se consumió un estimado de 61 millones de kilogramos de aguacate (el día del campeonato de la NFL es cuando más aguacate se consume en Estados Unidos, seguido del 5 de mayo). “El auge nos tomó a todos por sorpresa”, dijo Barnard, cuya compañía es la mayor distribuidora mundial de aguacate. “En verdad estamos batallando. Crecemos entre un 10 y un 15 por ciento al año, pero ni así podemos seguir el ritmo de la demanda”.
A menudo Donald Trump ha despotricado en contra del TLCAN, llamándolo “el peor acuerdo comercial jamás firmado”. Sin embargo, su enfoque en la pérdida de empleos de manufactura en EE. UU. —que se ha sentido de manera marcada en las industrias textil y automotriz— soslaya uno de los beneficios a largo plazo del tratado: la gran alza que ha provocado en el comercio agrícola y la satisfacción de los consumidores en los tres países. Con el TLCAN, el flujo de este producto mexicano a lo largo de todo el año ha llenado los huecos estacionales en los supermercados de Estados Unidos y ha modificado la forma de comer de los estadounidenses. El auge del aguacate ha generado daño ambiental —algunos de los bosques de coníferas de Michoacán se han remplazado con huertos de aguacate—, pero ha sido bueno para los agricultores mexicanos que, gracias a esto, han podido resistir la tentación de unirse al narcotráfico o migrar a EE. UU. y para los estadounidenses que han podido atracarse de guacamole durante el invierno. De acuerdo con un estudio de 2016 encargado por un grupo de mercadotecnia para compradores y productores de aguacates mexicanos, la cadena de suministro de esta fruta también ha creado cerca de 19.000 empleos en Estados Unidos y ha añadido más de 2200 millones de dólares al producto interno bruto.
Trump aún no ha matado al TLCAN, pero mientras las negociaciones sobre un acuerdo renovado se dirigen a su octava ronda, una guerra comercial se cierne en el horizonte. La decisión tomada el mes pasado por Estados Unidos de imponer aranceles al acero y al aluminio a la mayoría de los países acecha a las pláticas, al igual que las sanciones comerciales planeadas en contra de China. Trump ofreció excepciones temporales a México y Canadá, pero solo con la condición de que el TLCAN se rediseñe a su gusto. Incluso en el interior de las conversaciones, a los productores de aguacate en México y California les preocupa que las nuevas obligaciones proteccionistas propuestas por EE. UU. puedan llevar a una revancha de ojo por ojo que podría afectar a ambos bandos. “Una vez que comience”, dice Barnard, “¿dónde terminará?”.
“Los productores estadounidenses quizá tengan más que perder que los mexicanos si el TLCAN desaparece”.
Sin embargo, el aguacate parece casi inmune a las turbulencias en casa y el extranjero, pues la demanda global sigue aumentando. La violencia en Michoacán, por ejemplo, no ha frenado la meta de la industria del aguacate de aumentar las exportaciones a Estados Unidos un 15 por ciento este año. Tampoco es que los nuevos aranceles vayan necesariamente a detener las importaciones mexicanas: Estados Unidos no puede saciar su apetito de aguacates en ningún otro lugar (ningún otro productor es tan grande) y los mexicanos no tienen ningún otro mercado tan grande tan cerca. El precio del guacamole y las tostadas de aguacate se elevarían de nuevo, pero los consumidores ya demostraron el año pasado, durante un alza marcada en los precios, que podrían estar dispuestos a pagar más. El mayor efecto podría ser que los productores de aguacate ampliaran sus esfuerzos en otros mercados en desarrollo, en especial en el de mayor potencial: China.
Cuando vivía en Shanghái, a menudo iba en bicicleta a una tienda de abarrotes al aire libre que atendía una señora a la que todos conocían simplemente como la Señora de los Aguacates. Fue una de las primeras tenderas en la ciudad en ofrecer lo que en chino se conoce como la “fruta de mantequilla”, aunque sus clientes eran en su mayoría agradecidos estadounidenses como yo o chinos que habían estado en el extranjero. Incluso en días muy lluviosos o fríos, esta emprendedora tenaz estaba siempre en la tienda antes del amanecer, en botas de hule y calculando los precios con un lápiz. Nunca supe su nombre, pero el año pasado, en un gesto innecesario de mercadotecnia, puso un letrero nada sofisticado que dice “La señora de los aguacates” al frente de su negocio.
Hace una década, los aguacates eran prácticamente desconocidos en China. El país importó solo dos toneladas de ellos en 2010; el año pasado, fueron 32.100 toneladas. La tendencia se aceleró en 2017, cuando KFC condujo una campaña publicitaria para sus envueltos de aguacate, que decía “El verde se pone rojo” (por lo picante) y presentaba a una estrella del pop con bigotes de aguacate. Los envueltos no se vendieron muy bien, pero los anuncios hicieron que los aguacates se convirtieran en algo de moda entre los milenials chinos.
México era el mayor proveedor de aguacate de China hasta el año pasado, cuando lo superó Chile (Perú también se está moviendo rápido). En el futuro, la competencia podría provenir de la misma China. Con el respaldo del gobierno, algunos hombres de negocios chinos están desarrollando plantaciones de aguacate en la provincia sureña de Guangxi. Si pueden conseguir un aguacate equivalente a la variedad latinoamericana a un precio más bajo, el mercado global podría cambiar.
No obstante, por ahora China está ajustándose. La mayoría de los aguacates que se venden ahí están verdes y muy duros, a menudo generando confusión entre los no iniciados. Para solucionar este problema, Mission Produce, la empresa de Barnard, construyó el primer “centro de maduración” chino en Shanghái el año pasado, al que le seguirá otro en Shenzhen el próximo año. Barnard está soñando en grande: “Si pudiera poner cuatro trozos de aguacate en cada tazón de sopa de fideos en China”, cavila, “no tendríamos suficientes aguacates en el mundo”. Solo la producción mexicana se acercaría a tal demanda. Y ¿quién sabe? Si la política comercial estadounidense da el bandazo hacia la guerra comercial, los agricultores bajo los volcanes de Michoacán podrían estar listos para mejor enviar sus cosechas a China. (NewYorkTimes)