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Los chafiretes: Carlos Ferreyra

Publicado por
José Cárdenas

Carlos Ferreyra 

 

Empecé a manejar a los catorce años sin licencia, a escondidas de mis padres, primero con el auto de un jefe, don Carlos Flores Verdad, un señor entre señores, y luego con su ayuda al comprar mi primer vehículo, un Ford dos puertas, sedán de llanta continental, cuatro cilindros, frenos de varilla y sin bomba de gasolina ni carburador. En abonos, 2,800 pesos en total.

Cuando mi padre se dio cuenta me exigió que tramitara mi licencia o de otra manera no me permitiría tocar el automóvil. Mi adoración, por cierto.

Me presenté a la oficina en Tlaxcoaque, donde pagué los derechos respectivos, entregué la documentación indispensable y de allí a realizar la prueba, primero de conocimiento y luego de manejo.

No tuve mayor problema, cuestión de estudiar el reglamento para evitar faltas que dieran causa a los mordelones para asaltarte, y luego con un coche desvencijado que curiosamente no era tan viejo, dar una vuelta alrededor de la zona y estacionarlo según el reglamento, a menos de 20 centímetros de la banqueta y con dos movimientos.

Aplicando la lógica se superaba la falta de estudio del reglamento. En dos calles de la misma importancia y de un sentido, tiene preferencia la que sale del lado derecho, en tanto que al cruzar una calle de dos sentidos los que circulan por allí son los que llevan el paso.

Sobre la prueba de manejo, acostumbrado como estaba a meterle mano cada semana a mi carcacha para tenerla lista, no tuve problema como les sucedió a otros que fueron reprobados sin apelación, cuando la palanca de velocidades se trabó.

En los Chevrolet de la década de los 50, la palanca en la columna de la dirección terminaba en una serie de varilla que con el uso perdían las gomas que atemperaban los cambios y terminaban por trabarse.

Sin decir nada, bajé del vehículo, abrí el cofre y con una mano jalé dos de las varillas. Subí nuevamente, prendí el motor y sin problema metí las velocidades.

El examinador, aquí entre nos, decidió aprobarme incluso sin revisar mis papeles (que no cumplían con edad) sólo por el hecho de haber impedido que se ensuciara las manos con la grasa de las varillas.

De cualquier forma y para el registro, hice la prueba de manejo que pasé con éxito de tal manera que en un momento de inspiración me estacioné de un solo movimiento. El examinador estaba sorprendido y como broma me preguntó si no era yo chofer en alguna línea

Platico lo anterior porque en la actualidad se dejaron de hacer los exámenes. Increíble que a quien va a llevar en sus manos una catapulta de más de tonelada y media, con que puede matar a una o muchas personas, no se le exija siquiera un examen médico para saber que no está al mismo nivel mental que Trump o Fox.

El solicitante de una licencia de manejo, lo he visto en la oficina de Cuajimalpa, llega, hace la solicitud respectiva, paga los derechos y por arte de birlibirloque ya es experto automovilista. Y así, en el Estado de México donde con igual irresponsabilidad entregan el documento que luego, ¡ah, nuestras amadas autoridades! someterán a restricciones para restarle puntos (no sé qué sea eso) e irla disminuyendo hasta desaparecerla. O sea, anular el documento.

Tengo fobia a los autos con placas del Edomex. Cuando veo un vehículo de tal procedencia, me coloco precavidamente a distancia suficiente para evitar un accidente. Como es públicamente sabido, en la ciudad de México manejamos a la defensiva. Pero en alguna forma intuimos lo que va a hacer quien circula por nuestro mismo camino.

Con tolucos es imposible. Un complejo muy comprensible los hace sentirse en competencia permanente con los capitalinos. Y así se comportan. Cambian de carril sin voltear a ver si no hay algún estorbo, cruzan tres, cuatro carriles cuando se acuerdan que deben dar vuelta y se comportan agresivos, violentos si se les protesta.

La verdad odio las placas del Edomex. Son arbitrarios, insolentes, agresivos y chafiretes de cuarta. Lo sé porque vivo vecino a Huixquilucan, por la salida a Toluca. Todos los días los topo y encuentro como denominador común, su necesidad de hacer notar que ellos son más malos como personas, mejores manejadores, más rápidos y, en síntesis, más gandallas.

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas