“¡Buenos días!”, vociferaba hace poco un altavoz en un suburbio de clase trabajadora de São Paulo llamado Jardim Monte Alegre. “¡Traemos tu vacuna contra la fiebre amarilla y hoy iremos de casa en casa! ¡Más te vale despertar, porque los mosquitos nunca duermen!”.
Veinte trabajadores de salud salieron de varios autos. Aunque reían y charlaban con los lugareños, su misión era mortalmente seria.
Brasil está padeciendo su peor brote de fiebre amarilla en décadas. El virus, que mata a entre el tres y el ocho por ciento de los infectados, ahora rodea las enormes ciudades de Río de Janeiro y São Paulo. Amenaza con convertirse en la peor epidemia urbana del país desde 1942.
Aunque hasta el momento ha habido 237 muertes desde que comenzó la temporada de calor, la tasa de mortalidad aumentará en gran medida si el virus llega a las favelas y a las nubes de mosquitos Aedes aegypti que revolotean allí.
El Aedes aegypti —conocido durante siglos como el temible “mosquito de la fiebre amarilla”— también es el principal propagador del zika, el dengue y la chikunguña. Se reproduce en barriles de agua potable y en los charcos con basura de las calles, se esconde en los rincones oscuros de las casas y a menudo pica a varias personas antes de poner huevecillos.
Para evitar esta catástrofe, los funcionarios de salud están luchando para vacunar a veintitrés millones de personas. Sin embargo, el esfuerzo se ha desacelerado debido a lo que los críticos llaman una serie de tropiezos gubernamentales y a la propagación de rumores falsos sobre la vacuna.
“Cuando dejaron de venir, comenzamos a ir nosotros”, dijo Nancy Marçal Bastos, directora de Servicios de Salud y Sanitarios del norte de São Paulo. “La gente tiene muchas excusas para explicar por qué no se ha vacunado, pero cuando nosotros nos acercamos por lo general es fácil convencerla”.
Cargando hieleras llenas de vacunas, las trabajadoras sanitarias se detienen en el bar de la esquina y el gimnasio local, y preguntan: “¿Quién no se ha vacunado todavía? ¡Hagan una fila!”. Las trabajadoras inyectan brazos extendidos y llenan formatos con una velocidad sorprendente; luego comienzan a tocar puerta por puerta.
Los desafíos son abrumadores.
A principios de 2016, el virus de la fiebre amarilla rompió su patrón usual: una propagación limitada por especies selváticas de mosquito, de monos a leñadores, cazadores, campesinos y otros habitantes de la cuenca del Amazonas. Esta vez, el virus comenzó a ir hacia el sur y el este, siguiendo los corredores selváticos habitados por monos hacia las grandes ciudades costeras, dando pie a una situación de emergencia de salud pública.
Los brasileños, llenos de pánico, comenzaron a envenenar o a matar a tiros o garrotazos a los monos, con la creencia de que esto podría frenar la propagación. De hecho, según las autoridades, eso afectó los esfuerzos por rastrear el virus, pues las muertes de los monos por este se usan como indicadores de la dirección que este toma.
El año pasado no llegó a las ciudades: al asentarse un clima más fresco, para julio ya no había casos. Las autoridades sanitarias mundiales suspiraron con alivio y esperaron que los intensos esfuerzos de vacunación apagaran el brote.
Sin embargo, no fue así, dijo Sylvain Aldighieri, director de Respuesta Epidémica de la Organización Panamericana de la Salud. “Hubo transmisión confirmada por pruebas de laboratorio durante el invierno”, dijo. “Así que la cantidad de virus que circulaba a principios del verano ya era enorme”.
El virus renaciente ahora avanza más de 1,5 kilómetros al día, comentó, y los esfuerzos para detener una epidemia se han convertido en una carrera entre el virus y los encargados de administrar las vacunas.
Este año, la fiebre amarilla —así llamada porque su síntoma más común son los ojos y la piel teñidos de ese color a causa de la ictericia— comenzó a matar a turistas extranjeros, incluyendo visitantes de Ilha Grande, una isla tropical al sur de Río. Dos chilenos y un suizo murieron, y visitantes de Francia, los Países Bajos y Rumanía cayeron gravemente enfermos.
En enero, justo antes de la temporada del carnaval, los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades de Estados Unidos elevaron su nivel de alerta y aconsejaron a los estadounidenses que se dirigieran a Río, São Paulo y varias zonas más que primero se vacunaran.
Brasil produce su propia vacuna a través de una subsidiaria de su Fundación Oswaldo Cruz y gran parte del caos de este año pudo haberse evitado si el gobierno hubiera actuado con mayor rapidez, señalan los críticos. Los precios bajos del petróleo han afectado todos los sectores de la economía y el país ha pasado además por una serie de crisis políticas que acapararon la atención.
“La respuesta de los encargados de salud pública de Brasil se retrasó mucho”, dijo Karin A. Nielsen, una experta en enfermedades infecciosas de la Universidad de California en Los Ángeles, quien lleva a cabo investigaciones en Brasil. “Los monos ya estaban muriendo en la selva hace dos o tres años”.
Jessé Reis Alves, un especialista en emporiatría —medicina del viajero—, apuntó que la campaña de vacunación debió haberse lanzado “en un momento de calma entre los brotes”. En cambio, señaló, “esperaron a que surgiera un nuevo brote”.
En septiembre se administraron vacunas a las personas que viven en los bosques tropicales cerca de São Paulo, donde se encontraron monos muertos; los suburbios no se atendieron sino hasta noviembre.
Al principio había largas filas en las clínicas y se pusieron 85.000 inyecciones en un fin de semana. Luego, activistas que se oponen a la vacunación —que antes no tenían una base amplia en Brasil— comenzaron a divulgar rumores terroríficos en Facebook, YouTube y otras plataformas.
“Algunas personas comenzaron a hablar mal de la vacuna, diciendo: ‘Te va a matar’”, dijo Ernesto Marques Jr., un experto en enfermedades transmitidas por mosquitos de la Universidad de Pittsburgh. “Lo sacaron de los medios”.
La vacuna, creada en la década de los treinta, es muy eficaz: por lo general una dosis proporciona protección para toda la vida. Sin embargo, no es inocua. No puede administrarse a recién nacidos ni a personas inmunocomprometidas. Solo cuando el riesgo de infección es muy alto se proporciona a personas mayores de 60 años, embarazadas o niños menores de 8 meses.
Cerca de una cada 100.000 personas que la reciben presenta una reacción peligrosa, como ictericia, hepatitis o encefalitis, dijo Marques, y casi uno en un millón muere. “Si vacunas a treinta millones de personas, habrá cerca de treinta muertos”.
Aunque si hubiera treinta millones de personas contagiadas de fiebre amarilla, podrían morir dos millones.
Así que con la enfermedad avanzando rápidamente, las autoridades sanitarias anunciaron que esperan inocular al 95 por ciento de la población de 77 ciudades y pueblos en la ruta del virus: un total de veintitrés millones de personas, incluyendo a doce millones solo en esta ciudad.
No obstante, “no tenían doce millones de inyecciones para darnos”, contó Wilson M. Pollara, el secretario de Salud de São Paulo. “Así que lo estamos haciendo por etapas: dos millones a la vez”.
La reserva global de vacunas, monitoreada por la Organización Mundial de la Salud, por lo regular consta solo de seis millones de dosis, elaboradas por solo cuatro fabricantes, incluyendo la Fundación Oswaldo Cruz.
Con todo, Brasil ha aumentado su producción a cerca de cinco millones de dosis al mes, y pronto será capaz de duplicar esa cantidad, dijo William Perea, el coordinador de control de epidemias de la OMS.
Eso debería cubrir holgadamente las necesidades de Brasil por ahora, dijo, de manera que la reserva mundial no se reduzca. Si es necesario, puede reabastecerse; los cuatro fabricantes juntos pueden entregar 100 millones de dosis al año en caso de emergencia, señaló.
Mientras tanto, para extender la cantidad de vacunas que tenía disponibles inicialmente, Brasil administró vacunas con un quinto de la dosis. Eso brinda protección por al menos un año y puede usarse en emergencias, señala la OMS.
Sin embargo, hasta ahora solo se ha vacunado a 5,5 millones de personas. A pesar de lo bajo de la cifra, el Ministerio de Salud se opone a las críticas e insiste en que siguió los procedimientos internacionales.
“No creo que haya habido errores ni retrasos”, dijo Renato Vieira Alves, el coordinador de enfermedades infecciosas del ministerio. “No se pueden lanzar nuevas campañas de vacunación en un instante”.
Aunque la cantidad de casos es mayor que la del año pasado, solo hay una fracción de la población en riesgo, argumentó.
“Muchos de los nuevos casos se están presentando en zonas donde, hasta ahora, no recomendábamos la vacunación”, agregó.
Para vencer las dudas sobre aceptar la vacuna y la frustración por las largas filas en las clínicas, los encargados de administrarla han empezado a visitar puerta por puerta o a usar tiendas de campaña que llevan de un vecindario al otro. Ahí esperan que las conversaciones personales tengan el éxito que otros esfuerzos no han alcanzado.
Lucia Elena de Paula, de 36 años, explicó sus miedos a una enfermera: “Vi un video en WhatsApp en el que sale una niña que dice que quedó paralizada después de recibir la vacuna”.
No obstante, después de las palabras tranquilizadoras de una integrante del equipo, aceptó que la inyectaran.
Después de arrastrar a su nieto de 10 años a un gimnasio donde había vacunas sobre una mesa para ejercicio, Aparecida Caldeira, de 61 años, explicó por qué había dudado.
“Cuando fuimos a la clínica en enero, las filas eran demasiado largas”, dijo. “Estoy muy agradecida de que hayan venido hasta acá. Pero eso es típico de Brasil: esperar a hacer todo hasta el último momento”.
Fuente: NYTimes