Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.
El último sexenio del siglo XX inició con un año electoral marcado por el levantamiento del movimiento zapatista en Chiapas, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio y el asesinato del candidato del PRI y virtual sucesor presidencial, Luis Donaldo Colosio.
A 24 años de distancia, en otro año de elecciones, los efectos del magnicidio son evidentes, coinciden analistas consultados por El Financiero.
Porfirio Muñoz Ledo, uno de los impulsores de la iniciativa Exigencias mínimas para las elecciones de 2018, que recientemente se presentó ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, asegura que la transición que sacó al PRI de Los Pinos en 2000, comenzó en 1988. “Pero nos echaron para atrás y en 1994 se produjeron una serie de elementos que volvieron a relanzar la transición, entre ellos el magnicidio”.
El asesinato de Colosio fue un parteaguas que comenzó a descomponer a la clase política, dice el periodista José Reveles. “En septiembre de ese mismo año mataron a José Francisco Ruiz Massieu y algunos analistas creen ver la misma mano en ambos homicidios”.
La muerte de Colosio fue también la del viejo sistema priísta, considera Federico Arreola, director de SDP Noticias y hombre cercano al candidato. “El sistema aquel lo fundó un sonorense, Plutarco Elías Calles, y terminó con el asesinato de otro sonorense, Luis Donaldo Colosio”.
Desde entonces la sociedad mexicana empezó a descreer de las investigaciones oficiales, asegura Reveles. “La última fiscalía, de Luis Raúl González Pérez, hoy presidente de la CNDH, confirmó la versión del asesino solitario, que no creía ni el papá de Colosio; lloraba de impotencia y coraje porque para él había un grupo político detrás de la muerte de su hijo”. Cuenta Reveles que platicó con él, poco tiempo después de terminadas las investigaciones.
En mayo de 1993 mataron al cardenal Posadas Ocampo en Guadalajara y en junio de ese año capturaron por primera vez al Chapo Guzmán. Ese ambiente precedía al magnicidio, recuerda José Reveles. “Se empezó a gestar la narco política; lo decía en su momento Mario Ruiz Massieu: ‘los demonios andan sueltos’. Él creía que detrás de la muerte de su hermano estaban fuerzas oscuras”.
Con un ambiente de violencia generalizada, este año electoral arrastra las consecuencias de aquel 1994. Federico Arreola asegura que la desconfianza que se generó entonces ha ido en aumento. “Ni las autoridades ni los partidos se han ganado la confianza de nadie”.
Aquella bala que atravesó la cabeza de Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas truncó un desarrollo de México que pudo haber sido más acelerado, advierte Arreola. “Pero hizo lo que se había comprometido a hacer: la liberación de la política en México. Lamentablemente no desde Los Pinos. Mal que bien, ahí vamos con la democracia. Una noche antes de que saliera de gira a Sinaloa, Baja California Sur y a Tijuana, en donde lo mataron, Colosio cenó con un perredista ya muy conocido y polémico: Andrés Manuel López Obrador. Tenía comunicación con líderes de oposición, con sectores de la Iglesia, estaba haciendo las cosas de una manera muy diferente, en un contexto muy complicado”.
Todo lo sucedido fue resultado del agotamiento de un modelo político, dice Reveles. “El zapatismo surgió en protesta porque el gobierno estaba empezando a pactar la venta de los recursos naturales, de nuestra soberanía, con el TLC. Esa apertura no fue benéfica, las trasnacionales que se comportan con cierta honorabilidad en otros países son una presencia perversa en países como el nuestro”.
No hay que olvidar las lecciones de la historia, dice Porfirio Muñoz Ledo, quien formó parte de una comisión de investigación en el Senado tras el magnicidio. “No cabe duda que la muerte de Colosio fue un crimen combinado entre el narco y la gente en el gobierno.
Eso nos recuerda que la democracia en México todavía es muy frágil. Todavía no se resuelve el problema del Odebrecht; ya renunció el presidente de Perú por el mismo escándalo que aquí fue más grave, ¡y no renuncia nadie! El único que renunció fue el que lo denunció (el procurador Raúl Cervantes Andrade). Tenemos que vigilar que estas no se conviertan en unas elecciones de Estado, no es que el tigre esté suelto, es el zoológico completo”.
Fuente: El Financiero