Carlos Ferreyra
Hace dos semanas se cumplió un aniversario más del fallecimiento del ex presidente José López Portillo. Viene a cuento porque dentro de unos pocos meses estaremos votando por quien habrá de dirigir la administración pública por seis años.
Sin importar quién sea el beneficiado con esta lotería sexenal, inventará otra República, otro país y seguiremos en las mismas: con hálito de esperanza de que todo será mejor, que el que sigue llegará con la varita mágica para terminar angustias y problemas.
Como siempre, el que siga será el enterrador de la República porque, ya sabemos, los que se fueron además de rateros eran unos inútiles. No sabían gobernar pero “yo sí sé”.
Admitámoslo, López Portillo fue el último presidente de la Revolución. Más claro: no fue un mandatario revolucionario, sino de acuerdo con el sistema, era propiedad de la Revolución, esa entelequia que dominó al país por muchos años, encarnada por el Partido Revolucionario Institucional en sus tres advocaciones.
Retomo un texto con el que muy pocos estarán de acuerdo, pero así es como recuerdo a don José. Hablo de lo que presencié, de lo que fui testigo a través de cuatro años y medio privilegiados como reportero adscrito a la Presidencia. A partir de eso, cada quien haga su juicio que en los tiempos del feis, entendemos que se circunscribe a una palabra una ofensa o una enteradísima opinión de quien ni siquiera se ha acercado a tales tareas. Veamos:
Conocí a López Portillo con sus frivolidades, sjus pasiones y sus virtudes porque a´pun y cuando muchos que ni siquiera lo vieron por el forro, lo nieguen. Tuvo virtudes que su sucesor, Miguel de la Madrid, se dedicó a sepultar cuidadosamente.
En su gestión hubo dos hechos que pudieron haber cambiado el trompicado futuro de la nación: la intención de erigir dos refinerías para exportar gasolinas, darle valor agregado a nuestro producto primario, decía.
Y la estatización de la banca, que no nacionalización como se dice porque todos los bancos, por ley, eran propiedad de nacionales; era obvio que los vecinos del norte no permitirían que nos independizáramos en cuestión de energéticos por lo que impidieron, con la complicidad de De la Madrid, que se levantaran las refinerías,
Viajamos al sureste para colocar las primeras piedras pero al cambio de mandos nacionales se decidió invertir en plantas refinadoras en Texas, mientras en forma sigilosa se procedió a entregar la banca nacional a los tiburones financieros del exterior.
En el caso de la banca se colocó la soberanía financiera del país en manos de mercachifles y especuladores internacionales. Un caso: el Banco de Comercio del poblano Manuel Espinoza Yglesias, hoy BBVABancomer, su sucursal mexicana salvó de la quiebra a su central hispana luego que reventó la burbuja inmobiliaria en la península.
Creo que eran acciones que pudieron haber marcado rumbos diferentes al país, sin la necesidad de fabricar gasolinas en el exterior para adquirirlas a precio de dólar. En Texas, en gasolineras supuestamente bajo patrocinio o control de Pemex, el litro cuesta alrededor de ocho pesos, mientras aquí en algunos lugares llegó a los veinte pesos.
Y el necesarísimo control sobre los recursos nacionales. Hemos conocido los trafiques y abusos de la llamada “banca nacional” sin que las autoridades respectivas reaccionen. Conocimos el lavado de dólares realizado por HSBC, que le mereció un castigo de dos mil millones de dólares… en Estados Unidos aunque el dinero traficado era mexicano.
Muchas veces vi a López Portillo mostrando sus habilidades en la monta inglesa o vestido de chinaco, pero también presencié su enjundia en defensa del Canal de Panamá, sosteniendo los Acuerdos de Paz en El Salvador y respaldando a la entonces esperanzadora Revolución Sandinista.
Tuve una relativa cercanía con don José, que alguna oportunidad visitó mi casa para celebrar mi onomástico, coincidente con el de su sobrino y mi amigo, Carlos de Landero. Con el presidente de los contadores públicos, Ricardo Trejo Hernández, lo visitamos un par de ocasiones; nos recibió en su biblioteca cuya belleza era un premio para los visitantes: estética y con colecciones clasificadas, era un deleite tomar un simple café en ese ambiente repleto de pinturas de autores célebres.
Cierto, López Portillo se hizo de la vista gorda cuando el orgullo de su nepotismo fue denunciado por su presunta participación en el mercado ”spot” con recursos de Pemex. El ex mandatario, me consta, murió pobre, arrimado en la casa de doña Margarita que falleció en similares condiciones.
López Portillo no era un personaje cuya existencia comenzaba cada día en una oficina y terminaba en aburridas sesiones de análisis de todo y conclusiones de nada. Inventó la expresión: hoy la República está reunida. Se trataba de interminables sesiones de trabajo alrededor de un a mesa en forma de herradura. Los reporteros observábamos para saber si poníamos atención o nos íbamos a tomar café. Si el presidente hacía trazos rápidos en las hojas que tenía enfrente, era anuncio de que algo iba a suceder; si su lápiz transcurría con un desliz tranquilo, haciendo un dibujo generalmente una Cabeza de caballo, podíamos irnos a nuestras casas y esperar el boletín oficial. No lo hacíamos, desde luego, pero quedábamos advertidos de que no habría nada inesperado.
Frente al mandatario, una solitaria bandera nacional a cuyo costado se colocaba un uniformado. Durante una Reunión de la República un viejo campesino nos esperanzó en que tendríamos la nota del año: “Mire usted, señor presidente, ya es tiempo que alguien se lo diga, porque nadie le dice la verdad y ya es tiempo de que abra los ojos, de no hacernos pendejos…”
La expresión, de ninguna manera usual en esos actos en aquel tiempo (hoy cualquier rufián secretario de Estado o gobernador dice cosas peores). Vimos a López Portillo abrir desmesuradamente los ojos, arrugar el entrecejo y prepararse para la andanada: “porque usted vale mucho, aunque nadie se lo diga, porque usted es el más grande presidente que ha dado la nación a sus hijos…”
Y así, al infinito lo que provocó risas disimuladas y atención al mandatario que parecía el más divertido de los presentes.
De López Portillo hay cuentos e historias para repletar una enciclopedia, unas divertidas, muchas incómodas pero todas salida del pensamiento de un hombre de gran inteligencia, superior cultura y sin cuestionamientos, de grandes propósitos para el avance del país.
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com