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Pyeongchang, de la oscuridad a la llama olímpica

Publicado por
Aletia Molina

Lee Ji-seol era una estudiante de primaria cuando su ciudad natal, Pieonchang, se postuló por primera vez para albergar los juegos olímpicos de invierno. Durante una visita de los funcionarios a la ciudad, toda su clase se formó en una calle para vitorear y ondear banderas.

A pesar de su entusiasmo, la candidatura difícilmente se veía prometedora. Ubicada a ochenta kilómetros de Corea del Norte y la frontera más fortificada del mundo, Pieonchang era famosa por ser un páramo montañoso que producía papas y ganado. El centro de la ciudad era una serie insulsa de calles cruzadas venidas a menos donde florecían “moteles del amor” y bares de karaoke. La zona se vanagloriaba de tener dos centros turísticos para esquiar, pero le costaba juntar la nieve necesaria para atraer a los visitantes.

Esa primera candidatura para la olimpiada de 2010 fracasó, como lo hizo una segunda para en 2014, pero el Comité Olímpico Internacional por fin dio el visto bueno a Pieonchang, con una población de 43.000 habitantes, para que sea la anfitriona de la olimpiada de invierno de 2018, la cual dará inicio la próxima semana. Fue una victoria para la gente que nunca dejó de creer en la pequeña y oscura ciudad, una de las sedes menos comunes en la historia olímpica.

“Toda la ciudad salió a bailar”, comentó Lee, de 22 años, cuando recordó el día en que se enteró de la noticia. “Antes de que empezáramos la campaña olímpica, eran pocos los surcoreanos que sabían de nuestra existencia, ni qué decir de los extranjeros”.

Los obstáculos de Pieonchang eran tanto económicos como físicos. Es uno de los lugares más pobres de Gangwon, la provincia más aislada y menos desarrollada de Corea del Sur, la cual comparte una larga frontera con Corea del Norte. Además, a pesar de que se encuentra a tan solo 128 kilómetros de Seúl, el viaje de la capital a Pieonchang era de horas de caminos montañosos que serpentean como “los intestinos de una oveja”, como dicen los locales.

El gobernador de la provincia, Choi Moon-soon, lo llamó “el último lugar que contempla el gobierno cuando se habla de inversiones”, y agregó: “Esperamos que las olimpiadas cambien esa perspectiva”.

Incluso el nombre de la ciudad fue un problema. En inglés, se escribía en un principio Pyongchang, por lo tanto se le confundía con Pionyang, la capital de Corea del Norte. Así que en 2010, la ciudad agregó una letra, escribió con mayúscula otra y cambió el nombre a PyeongChang, aunque la mayoría de las agencias noticiosas extranjeras se negaron a usar la ce mayúscula.

A pesar del cambio de nombre, un keniano registrado para asistir a la reunión de las Naciones Unidas en Pieonchang en 2014 llegó a los titulares de los periódicos después de haber volado por error a Pionyang.

Sin embargo, con el paso del tiempo, Corea del Sur aceptó como suya la candidatura de Pieonchang para ser sede de la olimpiada. Los líderes de la nación estaban ansiosos por crear prestigio a nivel mundial y vieron en los juegos olímpicos de invierno la oportunidad para volverse uno de los pocos países que han sido sede de una “trifecta” de eventos deportivos internacionales (el mundial que tuvo lugar en Corea del Sur y Japón en 2002 y los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988).

En un país donde los deportes invernales nunca se pusieron de moda, solo otra ciudad con pistas para esquiar, Maju, estaba interesada en albergar las olimpiadas. Pieonchang obtuvo el apoyo a nivel nacional, tal vez porque se encuentra ubicada en una provincia que ha sido un gran campo de batalla electoral.

El gobierno ha brindado 13.000 millones de dólares a la región: construyó un nuevo tren bala y una autopista —además de 97 túneles y 78 puentes— para mejorar el acceso a Pieonchang desde Seúl, al igual que instalaciones deportivas, como pistas de hielo y de esquí.

Aunque algunos residentes están preocupados por el impacto en los bosques locales, el apoyo a la candidatura olímpica ha sido casi total en Pieonchang: en una encuesta que se realizó para la primera candidatura, esta obtuvo cerca del 94 por ciento de apoyo y la situación no ha cambiado.

Muchas personas creen que el futuro de la zona recae en dar apoyo al turismo y tienen la esperanza de que los juegos olímpicos de invierno sirvan para ese propósito. El sector del servicio ya representa el 70 por ciento de la economía local, en parte por los vacacionistas que llegan a la provincia atraídos por su costa pintoresca. Sin embargo, el interior de Pieonchang en realidad no se ha visto beneficiado; su apuesta es que la olimpiada cambie eso.

En el cabildeo para su candidatura, Corea del Sur convirtió una desventaja potencial en un gancho comercial: la cercanía de Pieonchang con la frontera de Corea del Norte, en una región plagada de tropas y armamento. Según los funcionarios, la celebración de los Juegos Olímpicos en Pieonchang promovería la paz entre dos naciones que técnicamente siguen en guerra.

Corea del Norte ha accedido a enviar veintidós atletas a la olimpiada y los dos países han aceptado tener un solo equipo femenil de hockey sobre hielo.

Una tercera parte de los 600.000 miembros del personal militar de Corea del Sur está apostada en la provincia de Gangwon. Muchos de los que llegaron aquí como conscriptos —todos los hombres de Corea del Sur deben servir dos años en el Ejército— aseguran que nunca quieren volver a ver la zona, con sus colinas tan escabrosas y sus inviernos tan fríos.

En este lugar, se desconfía profundamente de Corea del Norte, más que en ningún otro sitio de Corea del Sur. La frontera montañosa está marcada con alambre de púas, obstáculos antitanques, minas terrestres y puestos de vigilancia. Todos los días, altavoces en las cimas de las montañas hacen retumbar canciones de K-pop (pop coreano) hacia el norte y los norcoreanos contratacan enviando panfletos con propaganda por medio de globos que lanzan hacia el sur.

Los sueños de que algún día se alivien las tensiones y haya una reunificación con Corea del Norte también se sienten de forma más intensa aquí que en cualquier otro lugar de Corea del Sur. Muchos ancianos de la zona llegaron del norte como refugiados de guerra y se establecieron cerca de la frontera con la esperanza de regresar lo más pronto posible una vez que se reunificaran las Coreas.

“Nuestra ilusión es algún día poder tomar un tren hacia Corea del Norte y llegar hasta Siberia y Berlín”, mencionó Noh Yeon-su, un curador del Museo DMZ, para referirse a los caminos y las vías ferroviarias que se detienen en la frontera, lo cual ha hecho que Corea del Sur sea, en esencia, una isla.

La provincia también es hogar de la llamada Presa de la Paz, una estructura imponente que se construyó sobre el río Han pues había temores de que otra presa que se encuentra río arriba en Corea del Norte pudiera generar una inundación devastadora, por accidente o a propósito.

Además, en Gangneung, una ciudad cercana a Pieonchang donde están programados los eventos de hockey sobre hielo y patinaje de velocidad, encalló un submarino norcoreano en 1996. Salieron de la embarcación 26 tripulantes y agentes, lo cual desencadenó una enorme cacería humana en la zona.

No obstante, Choi, el gobernador, no hace caso a ese tipo de preocupaciones.

“Los que vivimos aquí no tememos a Corea del Norte porque, a pesar de todas sus pruebas de misiles y su grandilocuencia, no tienen la capacidad para pelear una guerra”, explicó. Comentó que la producción económica de su provincia, la más pobre de Corea del Sur, superaba la generada por toda Corea del Norte.

Y agregó: “Lo mejor de la olimpiada es que, cuando los extranjeros vean que los juegos olímpicos se están llevando a cabo aquí, nos podremos sacudir el estigma de ser un lugar peligroso”.

Fuente: NYTimes

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Aletia Molina

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