Carlos Ferreyra
No sé cómo lo harán, pero de que el canadiense Napoleón Gomez Urrutia entra en las listas no me cabe la menor duda.
Son dos las piedritas que le deberían significar un tropiezo en su cómoda ruta hacia la impunidad y la recuperación de su modus vivendi. Una, muy importante, constitucional, que el señor al tener doble nacionalidad no puede ostentar cargo de elección pública en México. Estaría, se supone, en duda su lealtad.
No viene al caso cuando demostradamente el señor conocido como Napito el Breve, ha laborado activamente en favor de gremios extranjeros que quieren el control de dos industrias en Mexico, automotriz y minas.
Puede así entenderse que con juicios pendientes, en Canadá no sólo le hayan otorgado la nacionalidad sino lo hayan mantenido a cuerpo de rey y lo hayan paseado por distintos foros internacionales, denunciando al régimen mexicano y en contra del sindicalismo que práctica, vía televisión y a control remoto.
El otro obstáculo está contenido en las leyes electorales que exigen una residencia mínima de seis meses antes de la fecha electoral. Aunque sea una violación legal a todas luces, seguramente no será un obstáculo. Para eso están los obsecuentes consejeros que viven para multar y beneficiarse del resultado de sus afanes.
Todo es historia y tropiezos con esa sagrada piedra que nunca vemos. La delegada en Miguel Hidalgo, Xóchitl Gálvez, que peleo la gubernatura de su estado natal, Hidalgo, al terminar apabullada por la aplanadora tricolor decidió ofertarse a los azulinos para competir por la delegación mencionada. La ganó.
Como arribaba de una pugna en la que acreditó su residencia local, no era legal que compitiera por un cargo en donde no vivía. ¡Ah, insisto! Para eso existen los consejeros electorales, siempre a disposición de quien les truene los dedos.
La Chóchil, como le dicen sus adoradores, es bien buena onda, dicharachera, un poquito malhablada y un tanto falsificada porque esgrimiéndose indígena luce un pelo color oro viejo con resplandores rubios, entonces no había por qué no complacerla. Lo dijimos: compitió y ganó pero hoy quiere garantizar su pase a ligas mayores, gobernadora después y, por qué no, presidente de la República.
Otro caso ilustrativo de lo que representan las leyes para quienes deberían velar por su aplicación, es la candidatura de Porfirio Muñoz Ledo al gobierno de Guanajuato. Era senador y sin remordimiento alguno decidió que tenía derecho de sangre y por tanto debía ser el mandatario de tal entidad.
Para desencanto de don Porfis que no tiene ligas con el estado, no provocó debate sino que algunos, a desgano, comentaron la incongruencia del virreinal derecho de sangre, especialmente si se sustenta en la tontería de que una calle de poblado cercano a Celaya, tiene una calle céntrica llamada igual que el suspirante.
Le dieron el registro y lo inscribieron. Los siempre alertas consejeros electorales además de admitir al imbecilidad, dejaron de lado como parece que es la especialidad de la casa, que ni estaba registrado en la entidad ni tenía residencia acreditada. Salvo, claro, por el papelito expedido por un alcalde obsecuente y servil.
El iniciador de esta costumbre ya tan nuestra, la podemos añadir sin pudor alguno a usos nacionales, fue Andrés Manuel López Obrador. Por entonces se le empezó a llamar el Pejelagarto , pero no como ofensa sino en reconocimiento a su origen macuspano.
Como antecedente, ya había mandado al Diablo las instituciones y había librado un par de procedimientos legales que técnicamente debieron costarle algo más que una reprimenda o los premios en efectivo que recibía de manos de sus impulsores, Camacho y Ebrard.
Decidió gobernar el Distrito Federal. No tenía residencia y su registro electoral se ubicaba en Tabasco, por cuya gubernatura compitió y perdió.
Pero, hoy que estamos en líneas de recuperación moral, diríamos que Dios es Grande y cuida de sus favoritos. Y si no lo hace Dios, para resolver están los consejeros electorales.
Le autorizaron el registro y ganó dejándonos la herencia que hoy sufrimos los capitalinos. Y lo hicieron enorme y lo colocaron en salón previo a Palacio Nacional y le facilitaron toda maniobra y le perdonaron todo abuso…
Sólo es curiosidad, amigo lector: ¿duda usted de que Napito sea registrado como candidato al Senado, sin que deba enfrentar las urnas?
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