De memoria
Carlos Ferreyra
Anuncia el ilustre Videgaray, que cobra en México pero trabaja en y para el país del norte, que los gringos meterán un cherife armado en cada avión mexicano que se acerque a Estados Unidos.
Sólo queda recordar la inveterada actitud de los vecinos de tratarnos ni siquiera como su patrio trasero, dice con buen conocimiento de causa José Carreño Carlón, quien fuera el decano de los corresponsales acreditados en la Casa Blanca, que los yanquis cuidan su patrio trasero, lo mantienen limpio y bello porque allí se reúnen a tragar cerveza como energúmenos y a discutir de las cosas importantes de la vida: futbol con escafandra.
No, México para los habitantes del norte, es un agujero de lo que quieran rellenarlo, pero no patio trasero. Somos donde se tiran los desperdicios, buena ocasión para preguntarle al señor Videgaray si el acuerdo considera la colocación de hombres armados de nacionalidad mexicana, en los aviones mexicanos. O sólo se trata de control de ellos.
También buena ocasión pada recordar al inolvidable político Patrocinio González Blanco y su manejo de cierta crisis semejante durante una de las Interparlamentarias que presidía el también político en serio, Antonio Riva Palacio.
Todo iba en santa paz hasta que un sosías de Trump, senador gringo de oscura o inexistente trayectoria quiso hacerse notar interrumpiendo con majadero manoteo sobre una mesa, la intervención de la mexicana Socorro Díaz.
Sin perder el hilo de su discurso, Socorro miró al rufián y con riesgo de fracturarse la mano golpeó con más fuerza; elevando el tono de voz le pidió respeto para ella si no como dama, lo reclamaba como representante de uno de los poderes de México.
Los presentes, asombrados, decidieron bajar el tono de sus reclamos (para eso sirven las Interparlamentarias, para que ellos reclamen y nosotros expliquemos) pero a cambio de subir el número de trascendidos y las versiones que dejaban caer vía prensa gringa.
A Patrocinio González Blanco, tras amplia charla con el jefe de Prensa del Senado mexicano, yo, sugirió darles una sopa de su propio chocolate. En las mañanas temprano nos reuníamos con don Patro –así le decían los reporteros—quien explicaba la posición de la delegación visitante y se elaboraba un resumen que incluía lo que los reporteros habían captado por su lado, lo que comúnmente se llama cosecha.
Empezamos a adelantarnos informativamente, gracias también a la buena disposición de dos enviados, una niña bonita, gringa, de Novedades, y un reportero de AP en México, que nos enteraban de lo que les colaban a ellos.
A la llegada de los mexicanos uno de los delegados había tratado tramposamente de colar a Cecilia Romero, diputada del PAN, lo que se impidió desde la salida en vuelo especial. Al también panista Jesús Romero Schmall lo recibieron en una limusina negra acharolada al pie de la escalerilla del avión. El resto, con Riva Palacio, abordamos nuestro autobús que nos llevó al hotel.
No volvimos a saber de tan ilustre y patriota legislador sino cuando se hizo el aparecido en la Sala de Prensa donde se limitó a observar lo que hacíamos los reporteros y los empleados del Senado que llevaba su propio teletipista, el señor De Aquino.
Jesús, de infausta memoria, corrió con el chisme de lo que supuso estaba sucediendo en la prensa de su país. O lo que pensábamos era su país: enteró al jefe de la delegación gringa y se desató un mini infierno…
Así lo publiqué tiempo después: “Nos transportábamos a una cena de las dos delegaciones, incluyendo periodistas mexicanos y los dos gringos mencionados, cuando el líder, Riva Palacio, con gesto adusto me llamó al frente del autobús, para indicarme que mis infidencias ponían en riesgo el documento final que la delegación gringa había decidido no firmar por el manejo de asuntos que no se habían ventilado en público.
“De hecho nada se había expuesto a la luz de la información, pero los locales tenían muy a tiempo y sin duda los elementos que cuestionaban la posición mexicana; hasta que intervino don Patro y puso orden donde no lo había.
“En presencia del presidente de la delegación de Estados Unidos, expliqué que el diputado mexicano que le había dado el chisme estaba equivocado, que el señor González Schmall no se había enterado que elaborábamos la cosecha cuando se asomó a orejearnos. Y luego expliqué lo que era la cosecha: resumen de lo obtenido por cada reportero. La mención de González Schmall agarró fuera de base al líder local, que se suavizó y aceptó firmar el documento, que ya había sido informado en México como rechazado”.
Cada interparlamentaria con Estados Unidos sucedía lo mismo. Impedían la información que no fuera por conductos suyos, generalmente versiones manipuladas a su conveniencia.
Llegamos al aeropuerto militar donde se despidieron las delegaciones, se hizo un desganado homenaje a las banderas participantes y aunque no había vuelos programados, ni siquiera de prácticas castrenses, los muy infelices nos tuvieron tres horas encerrados en un horno para que aprendiéramos que en Gringolandia sólo sus chicharrones truenan.
No creo que este texto lo lea Videgaray y, si lo hace, dudo que lo entienda…
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