Con la Bandera de Iguala nació al mundo -el 24 de febrero de 1821- otra Nación. Esa fecha feliz se consumía en la hoguera de la historia; habían terminado tres siglos de sumisión colonial.
Quedaron atrás el abandono, la lucha entre hermanos, el desencadenamiento de agravios sociales, los resentimientos étnicos, las injusticias humanas, la desunión social, el difícil y dramático proceso que le dio vida al pueblo mexicano.
La Bandera de Iguala -con las modificaciones que exigían los tiempos- nos ha enlazado desde entonces, cuando -hace 197 años- México decidía su destino por los caminos de la independencia y la libertad. «La Nueva España -decía el Plan de Iguala- es independiente de la antigua y de otra potencia».
Desde entonces, la Bandera de Iguala nos integró con lazos afectivos tan fuertes como su dimensión moral. También desde entonces ha tratado de ser el símbolo tutelar de nuestras aspiraciones, de nuestros propósitos, de nuestros valores culturales, de nuestra identidad, de la Patria que queremos.
Al ser promulgado El Plan de Iguala, Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide adoptaron como bandera la llamada de las Tres Garantías, cuya confección encargaron al sastre José Magdaleno Ocampo. Tenía tres franjas diagonales, quedando los colores en el siguiente orden: la primera, empezando por la parte superior, era blanca y «simbolizaba la pureza de la religión católica, principio activo de unidad nacional»; la segunda franja era verde y «simbolizaba el ideal de independencia política de México, no sólo con relación a España, sino también de toda otra nación»; la tercera era roja y representaba «el ideal de la unión entre los indios, mestizos, criollos y españoles residentes en México y, en general, entre cuantos constituían la población mexicana». En cada una de las franjas había una estrella, pero no el águila como en los lábaros posteriores. Las estrellas representaban las tres garantías y la voluntad de cumplirlas. Esa bandera fue la que desfiló el 27 de septiembre de 1821 al consumarse la Independencia.
En el dilatado horizonte de la Patria desaparecieron las clasificaciones ominosas y ofensivas: los gachupines, los criollos, los mestizos, los indios y los negros. Tenían que dejar su lugar a los nuevos mexicanos.
Pero esta Patria mía, en los albores del año 2018, está carente del cumplimiento de las leyes, y lamentablemente se ha convertido en un campo de batalla en el cual la ley es la del más fuerte. Campean la impunidad, la inseguridad, la delincuencia organizada, las autoridades desorganizadas, el desempleo, el sindicalismo corriente, los banqueros voraces, los comerciantes infames; todo ello enmarcado en la lastimosa situación económica de los últimos cincuenta años. En este desierto de país nadie cree en el amor patrio.
La Patria está únicamente en los libros de texto y en la mente y corazón de generaciones anteriores. Las de hoy no conocen el término, se agotó en discursos sin materia y en devaneos políticos.
Se acabó a fuerza de agotarla, de destruirla, de esconderla. Hoy la Patria es solamente una estatua tocada con el gorro frigio del liberto, llevando una lanza en la mano derecha y un escudo en la izquierda; no pasará de ser meramente una estatua. Nuestro bellísimo lábaro patrio también ha quedado guardadito en los libros de texto.
Escasos historiadores narrarán los orígenes de la Bandera Nacional, desde aquel lienzo que enarbolara Miguel Hidalgo hasta la actual. Muchas banderas se forjaron a lo largo de la historia nacional, con diferentes colores, formas y escudos.
Han transcurrido 197 años desde que aquellas manos diligentes bordaran con devoción la tela entrañable de la enseña patria que, con el tiempo, fue definiendo su contorno, aclarando sus dimensiones, precisando su imagen con el escudo que nos distingue; y nos llena de orgullo el águila altiva de los antiguos mexicanos, señal inequívoca de pertenencia a este suelo y a un destino de grandeza y dignidad.
Esa Patria de la que tanto se habla en los discursos oficiales y en la academia, pasó de lejos, como dije, en los libros de texto, y ni idea tiene la ciudadanía de lo que es la Patria, que es la Soberanía, que es el Gobierno, que es el Estado, que es la Bandera Nacional, que es el Escudo Nacional, que es el Himno Nacional, que es México.
Ni siquiera los insuflados políticos saben la diferencia entre Estado y Gobierno. Con toda sencillez confunden los términos al grado de que creen que gobiernan desde el Estado, se creen estadistas.
Mientras tengamos estos gobernantes insensibles e ignorantes, que solo saben hablar de neoliberalismo, la Patria y la Bandera seguirán en el closet de la historia.
Es mi deseo, y creo que de todos los compatriotas que, en homenaje al lábaro patrio, los gobernantes tengan la decisión de cumplir con su deber en fiel respeto a quienes ofrendaron su vida en la Guerra de Independencia, y quitarse el baldón de ineptitud.
Fundador de Notimex
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