Después de la fiesta olímpica, Pyeongchang regresará a la miseria y abandono

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Aletia Molina

La fórmula parecía ser sencilla: construir un destino de clase mundial para los turistas deseosos de esquiar. Después, realizar ahí los Juegos Olímpicos de Invierno y esperar a que PyeongChang dejara de ser una de las ciudades más pobres de Corea del Sur.

Hasta este momento, Corea del Sur sigue disfrutando la promoción mundial que le brindan diariamente las competiciones de los Juegos Olímpicos de Invierno, pero aún con los atletas y turistas presentes, ya comienza a desvanecerse la esperanza de ver a PyeongChang lejos su realidad: una zona ignorada y pobre del país que se jacta de ser la capital del esquí en Asia.

Los Juegos Olímpicos invernales se clausurarán el próximo 25 de febrero y la preocupación ya comienza a aparecer en algunas personas que están descifrando lo que viene después de la fiesta: lejos de generar una industria turística, dejarán a la región una deuda colosal y la necesidad de mantener a perpetuidad una serie de construcciones onerosas, a las que nadie parecerá capaz de encontrarles una utilidad en un esa región.

Cuando lo importante era conseguir los Juegos Olímpicos, se convirtieron en bendición todos esos factores que habían derivado siempre en el aislamiento de esta zona: las intensas nevadas, los largos inviernos y las escarpadas montañas que se elevan incluso 800 metros por encima del nivel del mar, pero cuando se vayan los visitantes, persistirán muchos problemas de la provincia.

Seguirá teniendo una población escasa y que envejece rápidamente. Continuará como la penúltima zona del país en materia de promedio de ingresos y carecerá de una industria real tras el colapso de la minería y el carbón, que representaron alguna vez la base de su economía.

“Existen muchas posibilidades de que los Juegos de 2018 generen presiones financieras de largo plazo, si no es que la bancarrota para el gobierno local”, advirtió Joo Yu-min, profesor de la Universidad Nacional de Singapur, en un libro publicado el año pasado sobre los eventos colosales organizados por Corea del Sur.

Pyeongchang siempre esperó el tipo de transformación que ocurrió en Seúl hace 30 años, durante sus memorables Juegos Olímpicos de verano. Pero en 1988, la capital del país lucía lista para un cambio, algo que no se aprecia en Pyeongchang.

La población surcoreana había crecido de manera explosiva desde 1953, cuando la Guerra de Corea dejó el país en ruinas. Los Juegos de 1988 permitieron que la infraestructura de Seúl se pusiera finalmente al día.

Se crearon grandes parques públicos a lo largo del Río Han. Proliferaron las autopistas, los puentes y las líneas del tren subterráneo. Los edificios altos y relucientes se irguieron en las zonas donde antes había barriadas o distritos comerciales en decadencia.

La idea nueva consistía en que los primeros Juegos Olímpicos de Invierno en el país generaran también desarrollo y convirtieran al área en un renombrado destino turístico.

Corea del Sur erogó unos 14 billones de wones (12 mil 900 millones de dólares) en los Juegos. La cifra rebasó por mucho la proyectada originalmente, de entre 8 y 9 billones de wones (7 mil a 8 millones de dólares). En la zona montañosa hay ahora complejos turísticos grandes y modernos, así como carreteras y trenes. Es posible llegar del área metropolitana de Seúl a Pyeongchang en aproximadamente una hora y media.

También hay retretes del estilo occidental, en los que es posible sentarse, y no los colocados al ras del piso, como se acostumbra en Corea del Sur. En vez de sentarse en el suelo a la manera tradicional, el visitante puede encontrar sillas y mesas en muchos restaurantes.

Se puede pedir el menú en inglés y encontrar restaurantes con acceso para personas en sillas de ruedas Las camas son ahora más altas en muchos moteles.

Pero ese gasto en infraestructura no sirvió de nada. Los turistas prefieren hospedarse en Seúl y utilizar el tren bala para trasladarse diario a las competencias y regresar a su hotel, en la capital de Corea de Sur. Los lugareños que esperaban tajada del dinero que se les prometió por turismo, sufren al ver que hoteles, bares y restaurantes lejos de estar llenos, lucen con muy poca afluencia. Y cuando terminen los Juegos, el panorama será peor.

Gangwon, la provincia donde se asienta el gobierno de Pyeongchang, Gangneung, una ciudad costera que alberga las competiciones de patinaje y hockey, quedarán con la responsabilidad de administrar al menos seis modernas instalaciones olímpicas después de los Juegos.

El Comité Olímpico Internacional advirtió en agosto que esas instalaciones podrían convertirse en “elefantes blancos”.

El imponente Centro Alpino de Jeongseon, que se ubica en lo que era un bosque, debía ser desmantelado después de los Juegos Olímpicos, para recuperar la reserva natural. Esto iba a costar más de 90 millones de dólares, pero las autoridades de Gangwon tratan ahora de convencer al gobierno nacional para que al menos la mitad de la pista de esquí se aproveche como un lujoso destino de entretenimiento.

En un país que jamás ha tenido una sólida tradición de deportes invernales, parece improbable que el dinero de los visitantes locales pueda compensar los altos costos de mantenimiento de las sedes.

Sangho Yoon, del Instituto de Investigación Económica de Corea en Seúl, advirtió en entrevista para AP que las autoridades de Pyeongchang parecen concentradas en promover la región en mercados ya existentes para los deportes invernales, tanto en Europa como en Estados Unidos y Canadá.

“¿Cuántos neoyorquinos dirán ‘vamos a Pyeongchang para esquiar’?”, pregunto Yoon, y él mismo se respondió de forma contundente: “cero”.

Fuente: Reporte Índigo

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Aletia Molina