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Crónica de un golpe anunciado: Eduardo Andrade

Publicado por
José Cárdenas

Eduardo Andrade

 

 

Ante la barbaridad de proponer una“constitución moral” es preciso encender todas las alarmas y no quedarnos con la idea de que se trata de un disparate o de una ocurrencia, como he visto que algunos la descalifican superficialmente, o solo trivializarla como una reedición de la cruzada delamadridista por la “renovación moral de la sociedad”. No, la cuestión de erigir un oráculo de notables dictadores de la autoridad moral sobre lo que esté bien y lo que esté mal en el futuro régimen puritano de AMLO, tiene un contenido que oculta una pretensión golpista. La propuesta, lanzada en un acto lleno de alusiones religiosas, constituye un ominoso presagio que recuerda antecedentes históricos de embaucadores de fanáticos que impulsaron un culto ritualizado el cualacabó siendo peor que el régimen al cual querían sustituir. Oliver Cromwell y Adolfo Hitler en distintos momentos son dos conspicuos ejemplos. Hay otros episodios más cercanos: Fujimori en Perú y Maduro en Venezuela. El primero, en plena vanagloria de su autoridad decidió desconocer al congreso a partir de su monopolio moral y político para resolver los problemas peruanos sin el estorbo de los representantes electos y el segundo al conformar un congreso constituyente adaptado a sus necesidades personales para desconocer a los legisladores que se le oponían.

En primer término hay que rechazar la propuesta por la violación jurídica que implica. Quien aspira a la presidencia debe saber que de alcanzarla se comprometerá a “cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan”. Ese compromiso no admite estructuras constitucionales paralelas por muy morales que pretendan ser, ni Juntas de Notables que al más puro estilo del conservadurismo del siglo XIX, se coloquen por encima de las instituciones constitucionales, sin que cuente el autor de tan insidiosa propuesta con facultades para convocarlos, ni ellos con atribuciones para expedir ni siquiera recomendaciones. La intención lopezobradorista rompe con el principio esencial del Estado de Derecho de que la autoridad solo puede hacer aquello para lo que está expresamente facultada y todo lo demás le está prohibido. Ni siquiera podría argumentar que se basaría en una reforma constitucional pues el núcleo del constitucionalismo es la ordenación política y jurídica —no moral— de la sociedad. Las nociones morales o filosóficas pueden inspirar las normas constitucionales pero no substituirlas.

El punto es que eso es precisamente lo que AMLO quiere: disponer de un código “moral” al que pueda atribuirle más valor que a la Constitución misma aprovechando que a esta suele vilipendiársele por el número de modificaciones que se le han hecho y “convocar” —sin facultades — a personajes afines revestidos de reconocimiento público para que desplacen a los desprestigiados legisladores, a quienes se acusará de conflictivos, negligentes y entorpecedores del progreso, incapaces de velar por el supremo bien moral de una sociedad a la que no son dignos de representar. En un descuido los guardianes de la moral nos salen con que la imposibilidad de reelección presidencial atenta contra la moralidad de la República y nos muestran el camino de Evo Morales, Putin o Xi Jinping.

Quien ya se siente en la silla presidencial y con soberbia, presagiante de males futuros, se asume literalmente como “perdonavidas” que dispensa amnistías a todo aquel dispuesto a convertirse, está previendo la manera de pasar por encima de un congreso en el que pudiera no tener mayoría y disfraza con el ropaje de una ocurrencia los instrumentos para subvertir el orden constitucional.

Los que durante el tiempo de campaña tenemos oportunidad de escribir, estamos obligados a formular análisis lo más objetivos posibles, en el entendido de que no podemos apartarnos de nuestra visión del mundo y de la vida así como dela ideología que conlleva, e incluso quienes están cerca del que aparece como puntero en las encuestas y de buena fe participan en ese proyecto pero cuentan con la sensatez y la altura de miras para impedir que el abuso impere al momento de llegar al poder, todos, tenemos la obligación de decir con claridad lo que pensamos. Renunciar a ello por temor a contradecir la línea prevaleciente en el movimiento que lleva la delantera, sería una irresponsabilidad y hacerlo por temor a posibles consecuencias en caso de que esa línea asuma la conducción del país, sería una cobardía. No hay que olvidar las palabras de Martin Niemoeller acerca de las consecuencias de no resistir las tiranías a las primeras señales de su posible establecimiento: «Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí».

eduardoandrade1948@gmail.com

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José Cárdenas