Parece como algo salido de Hollywood: el “día cero” está por llegar a Ciudad del Cabo, en salas este abril. Todos están advertidos.
El gobierno alerta de que la amenaza del día cero será lo peor que ha enfrentado una gran ciudad desde la Segunda Guerra Mundial o el atentado del 11 de septiembre. Ya hay conversaciones con la policía federal de Sudáfrica porque “el sistema policial usual no será adecuado”. Los residentes, cada vez más temerosos, se susurran entre sí sobre el caos que se avecina.
La razón de las alertas es sencilla: el suministro de agua de la ciudad está por quedarse completamente seco.
Si continúan bajando los niveles de agua, Ciudad del Cabo deberá declarar el día cero en menos de tres meses. Las tuberías de los hogares y los negocios tendrán que cerrarse hasta que lleguen las lluvias. Los cuatro millones de residentes de la ciudad deberán hacer fila para las raciones de agua que se repartirán en 200 puntos. La ciudad se prepara para el impacto en la salud pública y el orden social.
“Cuando llegue el día cero deberán llamar al ejército”, dijo Phladie Ranqueste, quien estaba llenando su auto con contenedores de agua en un manantial en el que la gente estaba haciendo fila ansiosamente.
Se suponía que Ciudad del Cabo no iba a llegar a esto, pues es reconocida por medidas ambientales como una gestión cuidadosa del agua.
Pero después de una sequía que ya lleva tres años, considerada la peor en un siglo, los funcionarios sudafricanos dicen que la ciudad está en riesgo de convertirse en una de las pocas grandes urbes del mundo en quedarse sin agua para las tuberías de hogares y negocios.
Los hospitales, las escuelas y otras instituciones vitales todavía obtendrán agua, según funcionarios, pero la escala a la que tendrán que ser cerrados otros grifos será severa.
Los problemas de Ciudad del Cabo representan así uno de los mayores peligros que supone el cambio climático: el riesgo cada vez mayor de sequías poderosas y recurrentes. África es un continente particularmente vulnerable a los efectos del cambio climático y la situación en la ciudad sudafricana es una advertencia particularmente potente para otros gobiernos que no tienen los mismos recursos o no han trabajado tanto para adaptarse y volverse más resilientes.
Por ahora, los líderes políticos han prometido trabajar en conjunto para “derrotar al día cero”. Conforme los niveles en las represas que alimentan a la ciudad siguen bajando, los funcionarios apuran la producción de fábricas de desalinización y de acceso a aguas freáticas. A partir de febrero los residentes enfrentarán fuertes sanciones si se sobrepasan de su límite diario de agua, que a partir de ahora pasará de 87 a 50 litros por día.
Hace apenas unos años, la situación pintaba completamente distinta. En 2014 las represas estaban al tope después de varios años de lluvia.
La ciudad había sido especialmente exitosa en cuanto a la conservación del agua. Aunque la población había aumentado en un 30 por ciento desde principios de la década de 2000, el consumo total de agua se había mantenido estable. Muchos de los recién llegados estaban en zonas más empobrecidas donde se consume menos agua y eso ayudó a que disminuyeran los niveles de uso per cápita.
Las medidas de conservación –como los arreglos de fugas y de tubería vieja, la instalación de medidores y los ajustes a las tarifas– tuvieron un impacto considerable. Quizá demasiado: la ciudad logró conservar tanta agua que pospuso la búsqueda de nuevas fuentes.
Durante años hubo advertencias de que el suministro necesitaba diversificarse y ampliarse. Prácticamente, toda el agua proviene de seis represas que dependen del agua pluvial, una situación muy riesgosa en una región tan árida que enfrenta un clima cambiante. Las represas que hace unos años seguían llenas ahora están al 26 por ciento de su capacidad, de acuerdo con funcionarios.
Desde 2007, el Departamento de Agua de Sudáfrica advirtió que la ciudad necesitaba complementar las presas con aguas freáticas, desalinización y otras fuentes debido al impacto potencial del cambio climático.
Mike Muller, quien dirigió el departamento entre 1997 y 2005, dijo que la estrategia de conservación de agua de la ciudad, sin nuevas fuentes, ha contribuido “en gran parte a los problemas de Ciudad del Cabo”.
“La naturaleza no está dispuesta a ceder”, añadió Muller. “Habrá sequías graves. Y si no te has preparado, te van a golpear duramente”.
Ian Neilson, el vicealcalde de Ciudad del Cabo, dijo que estaba en los planes conseguir nuevas fuentes de suministro pero “no se previó que serían requeridas tan pronto”.
Otras ciudades han enfrentado la escasez grave de agua; Brasilia, por ejemplo, declaró estado de emergencia hace un año y los expertos han dicho que la falta de agua en Brasil, que ha afectado a más de 800 municipios en todo el país, se debe al cambio climático, la rápida expansión de la agricultura, problemas de infraestructura y falta de planeación.
La escasez del agua en Ciudad del Cabo también ha resultado en divisiones políticas, especialmente dado que buena parte de la responsabilidad para la infraestructura del agua recae en el gobierno del país, liderado por el Congreso Nacional Africano. Ese gobierno es el que controla el suministro para Ciudad del Cabo, otras municipalidades y para el sector agrícola de la provincia, incluida la industria vinícola al este de la capital legislativa. Los expertos dicen que durante los dos primeros años de la sequía no impuso límites al suministro para la agricultura y que eso empeoró el problema.
“El gobierno nacional está dando largas”, dijo David Olivier, quien estudia cambio climático en el Instituto de Cambio Global de la Universidad del Witwatersrand.
Sin embargo, el gobierno de la ciudad también cometió errores. El año pasado en vez de enfocarse en posibles soluciones, como aprovechar los acuíferos locales, el gobierno se concentró en construir unidades de desalinización temporales, dijo Kevin Winter, experto del Instituto de Agua a Futuro de la Universidad de Ciudad del Cabo.
“Tarda mucho tiempo construir módulos de desalinización, de tres a cinco años, y el costo es considerable”, dijo Winter. “Todavía más costos durante una crisis”.
Neilson, el vicealcalde, reconoció que “se desperdició algo de tiempo”. La ciudad, dijo, ya “redirigió de manera dramática sus esfuerzos”.
También ha impulsado un mejor control del consumo. A nada de quedarse sin agua y sin tiempo, Neilson dijo que estaba “especialmente al tanto” de la necesidad de asustar a la gente para que cambie su conducta, pero sin causar pánico. “Creo que no hemos logrado eso hasta ahora”, dijo.
Hasta el momento solo el 55 por ciento de los residentes se han quedado por debajo del límite de 87 litros por día.
Helen Zille, quien gobierna la provincia Cabo Oriental, que incluye a Ciudad del Cabo, escribió hace poco en un periódico local que considera inevitable que se cierre por completo el suministro. La pregunta que queda, escribió, es: “Cuando llegue el día cero, ¿cómo aseguramos que el agua sea accesible y prevenimos la anarquía?”.
Fuente: NYTimes