Cuando Jacques Despinosse perdió una elección primaria para la Cámara de Representantes de Florida en la década de los noventa, le adjudicó su contundente derrota al escepticismo que muchos electores sentían por los candidatos provenientes de lo que entonces era una diáspora haitiana relativamente pequeña.
Sin embargo, desde entonces, los políticos haitianoestadounidenses han experimentado un logro tras otro en el estado, con victorias en los escaños de las comisiones de los condados que conforman la periferia de Miami, como representantes en la legislatura, en la alcaldía en North Miami y con codiciadas judicaturas.
Despinosse, de 72 años y ahora una eminencia local en la política demócrata, terminó por ganar un puesto en el ayuntamiento de North Miami, en un cargo que ejerció durante dos periodos. Así que después de que se supo que el presidente Donald Trump describió a Haití y a naciones africanas no especificadas como “países de mierda”, Despinosse no pudo evitar sonreír un poco.
“El racismo de Trump es un grito de guerra para los haitianos”, dijo Despinosse, quien se enfoca en convencer a los inmigrantes haitianos de que obtengan la ciudadanía estadounidense y voten. “Está muy equivocado si cree que está jugando con un montón de refugiados ignorantes”.
Los comentarios de Trump pudieron haber horrorizado a muchos estadounidenses, pero para los haitianos del sur de Florida fueron otro recordatorio del estigma que han enfrentado desde que comenzaron a llegar hace décadas en grandes cantidades a ese país. Han tenido que refutar afirmaciones de que son portadores de enfermedades, han experimentado dificultades para encontrar su lugar en una sociedad donde los latinos desde hace mucho han estado en ascenso y han sido apartados por algunos de sus vecinos afroestadounidenses.
Aun así, el insulto presidencial también les sirve a algunos haitianos como recordatorio de su capacidad de superar ese tipo de obstáculos. Además, sus líderes demócratas ahora prometen utilizar este episodio para aumentar el fomento de las ciudadanías y la participación electoral en un estado donde los resultados de las elecciones presidenciales pueden depender de un puñado de votos.
Aunque sus niveles de pobreza aún son relativamente altos —cerca de una de cada cinco familias vive por debajo de la línea de pobreza, el doble del índice nacional— la comunidad haitiana del sur de Florida emana orgullo respecto de sus médicos, abogados, ingenieros y otros profesionales con educación superior. Muchos son hijos de inmigrantes que llegaron en el éxodo de finales de la década de los setenta y los ochenta para escapar de la devastación económica y la represión bajo el mandato de Jean-Claude Duvalier, el déspota gobernante haitiano asistido por Estados Unidos cuando apoyaba a gobiernos anticomunistas en el Caribe.
Quienes llegaron en las primeras olas migratorias se encontraron desde el inicio en una posición desigual con respecto a la de los inmigrantes de otro país caribeño: Cuba. En políticas que duraron desde la Guerra Fría hasta los últimos días del gobierno de Obama, Estados Unidos les dio a los inmigrantes cubanos estatus legal a su llegada, con lo que facilitó significativamente su entrada en la fuerza laboral de Florida.
Los haitianos a menudo trabajaron en la sombra. Como reflejo del temor en Estados Unidos a que hubiera mayor afluencia de inmigrantes haitianos, las autoridades estadounidenses rechazaron más peticiones de asilo político por parte de haitianos que de cualquier otra nacionalidad. De entre quienes lograban llegar a costas estadounidenses, a los haitianos se les encarcelaba de manera desproporcional, de acuerdo con Alex Stepick, profesor emérito de Antropología en la Universidad Internacional de Florida.
Los antiguos residentes de Miami mantuvieron su distancia de los recién llegados, que hablaban criollo y a veces mezclaban el catolicismo con los rituales vudú. Los miamenses nativos a veces describían a una persona con problemas psiquiátricos como alguien que “se comporta como haitiano”.
Muchos inmigrantes haitianos y sus descendientes dicen que aún los tratan peor que a otros grupos. Aun así, también pueden señalar logros en una serie de sectores, después de haber surgido como una fuente crucial de remesas para la economía haitiana y un electorado al que tanto demócratas como republicanos deben cortejar en las elecciones.
Durante la campaña presidencial de 2016, Trump visitó el Pequeño Haití de Miami, un bastión de la comunidad haitiana en la que le dijo a la pequeña congregación: “De verdad quiero ser su defensor más grande”.
Georges Sami Saati, de 65 años, un empresario haitianoestadounidense republicano que estaba entre la multitud para recibir a Trump ese día, dijo que continúa siendo simpatizante del presidente, y enfatizó la capacidad del mandatario de “hablar sin pelos en la lengua”.
“Mira, no estoy de acuerdo con todo lo que dice”, dijo Saati, y agregó que sus comentarios acerca de Haití “son algo que mucha gente dice todos los días”.
No obstante, ahora que los políticos haitianoestadounidenses ejercen una influencia en el sur de Florida más grande que nunca, los líderes políticos de la comunidad —que es fuertemente demócrata— están forjando estrategias para contrarrestar lo que consideran como hostilidad hacia ellos por parte del gobierno de Trump.
Señalan la decisión del gobierno en noviembre de terminar con un programa humanitario que permite que más de 45.000 haitianos vivan y trabajen en Estados Unidos desde el terremoto de 2010 en Haití; un informe de diciembre acerca de que Trump dijo que “todos los haitianos tienen sida”; y, la semana pasada, la remoción de Haití de una lista de países admisibles para obtener un pequeño número de visas temporales y tener empleos estacionales o agrícolas. Entre otras de las razones de la decisión, el gobierno citó el historial que tienen los haitianos de quedarse más tiempo del que indican sus visas.
Trump negó haber denigrado a Haití y hacer comentarios acerca del sida, aunque el episodio les recordó a algunos la manera en que los haitianos se manifestaron en contra de su inclusión en la década de los ochenta en la lista de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de grupos que tienen el riesgo más alto de contraer sida.
“Trataban a los niños haitianos como si nosotros hubiéramos creado el VIH”, dijo Francesca Menes, de 32 años, una activista política haitianoestadounidense que nació en Miami. “Fue una época muy desafiante para crecer siendo haitianos”.
Los haitianos innegablemente están ejerciendo influencia en la política local y del condado, incluyendo a North Miami, una ciudad con cerca de 60.000 residentes donde la gente de ascendencia haitiana conforma uno de los bloques electorales más grandes.
“Es absolutamente claro por qué Trump y los republicanos quieren que muchos de nuestros hermanos y hermanas sean deportados, y todo se trata del poder político”, dijo Smith Joseph, de 56 años, un médico haitianoestadounidense y alcalde demócrata de North Miami.
Fuente: NYTimes