Carlos Ferreyra
Afortunadamente se acabo la etapa navideña, a la que siguió la del Año Nuevo. Al menos no podrán adjudicarme el odioso mote de Grinch que como las fake news resultan expresiones que me llevan al borde de la furia homicida. En grado descendente me provocan ataques la película Coco, tan festejada y en la que dicen las almas sensibles que lloraron. En qué parte de la pesadilla disneyana, yo no lo encontré. Y el novedoso desfile que hoy el igualmente antipático propietario de CdMx, antes Distrito Federal, ya estableció como “tradición”. ¿Tendrá idea el señor Mancera Espinoza de lo que quiere decir tradición? Se trata de equiparar nuestro “parade” con el de la tienda Macy’s en Nueva York, subdesarrollo guardado, y con los monstruitos del agente 007 que se atribuyen a la artesanía oaxaqueña. Pero no, de ninguna forma. Tales obras surgidas de las seguramente largas noches, de pesadillas ebrias como las de Allan Poe o Kafka, fueron concebidas y de eso no hace mucho, por una familia habitante de Tepito, de Peralvillo. Y como solemos hacer con molesta frecuencia, ahora no sólo les negamos la paternidad de los alebrijes, sino que los parchamos alegremente a un concepto gringo. Fue espantoso este fin de año, quizá así ha sido siempre pero hoy las infames redes se dieron vuelo reproduciendo imágenes que se repetían hasta el vómito, desgranando textos que sus autores –espero que mis amigos no me lancen a los perros—supusieron piadosos, ingeniosos, literarios, poéticos en fin, hicieron pomada sus neuronas para publicar conceptos tan sobados que en todos los casos hubiese bastado: te deseo a ti y los tuyos un mejor año… Entre los que publicaron tales escritos, encontré a agnósticos, ateos y descreídos en general, lanzando como Papas redimidos bendiciones a diestra y siniestra. Urbe et orbe, sería la expresión correcta. Estuvieron presentes aquellos que, familia abandonada, expresan parabienes a familias ajenas. Y no recuerdan a la propia. En exceso, quienes escribieron y escribieron y escribieron pensando en armar verdaderos textos dignos de Ignacio M. Altamirano, de una Navidad en las montañas, o algo similar. Caímos, todos, en la ridícula y esa sí tradicional postura de suponer que por el sólo hecho de adelantar un número en el calendario, el país será otro, será indudablemente mejor aunque por otro lado, publiquemos comentarios que lo contradicen. Total, un caos mental se apodera de los mexicanos. En esta ocasión agravado por la cercanía de las elecciones, que imposibilitan todo vaticinio positivo. Y ni siquiera los pejelagartianos pueden ver con optimismo el futuro nacional. El país sumido en la miseria y sin visos de salir del hoyo. No hay en el panorama de la administración pública sino estrictamente oportunistas, gandallas y como decía el enorme Jesús Martínez, Palillo, en la carpa, chupópteros y rateros. Ya no se trata de buenos o malos deseos, de positivos o negativos propósitos de vida, de planes futuros. De hecho todos esos caminos han sido cerrados para los mexicanos promedio, para los ciudadanos de a pie. Y si ya superamos los 120 millones de cristianos consideremos que más de la mitad vive en la marginación. Y que salir de tal pozo no depende siquiera de la llegada de un presidente nacional con buena voluntad, honorable y con la suficiente sensibilidad para pensar en el pueblo. Sea este bueno o no. Entre los suspirantes no vemos uno que tenga cualquiera de las características mencionadas. Lo peor, los identificamos por sus ladronerías, y alabamos su capacidad para esconderlas. Como sea y para no romper la cadenita, espero que el año entrante sea de paz y prosperidad. Paz que invoca narcos y mataperiodistas y prosperidad que se extienda de los políticos, sus engendros ciudadanos y sus privilegios, a los miserables que buscan arreglar su vida con 2,400 pesos mensuales. Y que somos mayoría.
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