Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
Ya trataremos más adelante el caso de Marco Antonio Sánchez Flores, una víctima más del estilo personal de gobernar de Miguel Ángel Mancera de inventar culpables o permitir que los fabriquen.
Por lo pronto esta columna podría llamarse también “La Triste Historia del Cándido Estado y el Mercado Desalmado” porque a reserva del derecho de réplica que ya desde ahora ofrecemos, trata de cómo una clasista, racista y elitista Asociación de Colonos de Santa Fe, se apropió de terrenos con valor potencial de 20 mil millones de pesos, suficientes para construir una línea de metro o tren ligero desde esa zona hasta Chapultepec; dejar de emitir, con un nuevo transporte colectivo, miles de toneladas de monóxido de carbono; y hacer más amable la vida de decenas de miles de personas que como en las distopias futuristas, sólo son admitidas en Santa Fe, las horas necesarias para expropiar su fuerza de trabajo antes de ser expulsadas para que, durante la noche, no expidan su tufo a clases medias y populares.
Santa Fe sí puede ser una Ciudad-Dormitorio, sólo cuando sus pernoctantes tengan cuentas de seis cifras en los bancos.
En los primeros 100 días de gobierno, cuando Miguel Ángel Mancera alcanzó 80 por ciento de aprobación, habló de un programa bastante sabio: para mejorar la calidad de vida fomentaría que las empresas contrataran preferentemente a personal que viviera cercano a los centros de trabajo.
La ciudad de México contaba entonces con una reserva natural de 27 hectáreas valuada en seis mil millones de pesos. Ahí se planeaban construir 6 mil departamentos para familias de clase media, que típicamente poseen un auto. La fuerza laboral que mueve la economía de esa zona al poniente de la Ciudad de México. La Asociación de Colonos de Santa Fe puso el grito en el cielo con el argumento de que colapsaría la zona por falta de vialidades.
Aritmética simple: la iniciativa privada aportó dos mil millones de pesos para la construcción y administración del Parque La Mexicana en ese lote baldío, de manera que potencialmente el gobierno de la Ciudad de México perdió otros seis mil millones al cederles la propiedad sin costo.
Pero no crea que los colonos son generosos ecologistas, en 30 por ciento de la superficie se construirán mil 600 departamentos con un valor promedio al contado de 25 millones de pesos. Para comprar algo así, los bancos exigen comprobar ingresos mínimos de 500 mil pesos mensuales y si el plazo de compra es a 15 años, el valor real se duplicará, 50 millones de pesos por departamento. Estas cifras son producto de conjugar como fuentes, el simulador de intereses crediticios de la Condusef, y los precios publicados de los departamentos de condominios en venta en Lomas de Santa Fe, aledaños al Parque La Mexicana.
¿El precio ya no para comprar, sino para rentar? De 35 mil a 70 mil pesos mensuales, una cantidad que sólo alcanza al decil más alto de la población, según los sistemas de medición de Hacienda.
De manera que más que crear un pulmón para la Ciudad de México, lo que hizo Mancera fue regalar un parque que aumenta la plusvalía de un pequeñísimo grupo de fraccionadores quienes pueden darse el lujo de construir torres de valor multimillonario, tras obtener gratis el suelo. Al menos hasta que Miguel Ángel Mancera no informe lo contrario, lo que sabemos es que todo lo obtuvieron sólo a cambio del mantenimiento del Parque.
¿Cuánto ganará la Ciudad por las licencias y cambios de uso de suelo que otorgue la delegación Cuajimalpa? ¿Y más importante aún, como se traducirá esto en servicios como bomberos, guarderías públicas, transporte colectivo, hospitales públicos y sobre todo sistemas de transporte colectivo de los que carece la delegación Cuajimalpa? Es un misterio.
La desaparición de Marco Antonio
De la estación del Metro el Rosario en la Ciudad de México, al Municipio Melchor Ocampo, en el Estado de México hay una distancia de 27 kilómetros. Caminando en línea recta y de forma decidida el trayecto tomaría cinco horas. Trastabillando, desorientado por los golpes que le proporcionaron policías entre la estación del Metro El Rosario y la estación del Metrobús del mismo nombre, a Marco Antonio Sánchez Flores el trayecto le tomó cinco días.
El joven tuvo que atravesar algunos kilómetros de la Ciudad de México y luego los municipios de Tlalnepantla de Baz, Tultitlán y Cuautitlán, antes de llegar al ya casi rural municipio de Melchor Ocampo. ¿Cómo lo hizo? ¿Dónde lo tiraron?
Aunque haya aparecido con vida, el hecho de que haya estado en poder de la policía de la Ciudad de México, sin importar cuanto tiempo, hace que su ausencia clasifique en la definición de Desaparición Forzada, y así lo hizo la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México. Así el caso llegó hasta la Organización de las Naciones Unidas.
La foto del joven de 17 años, estudiante de una preparatoria de la UNAM, (a la que no se accede sin previo examen de conocimientos y talento que supera a la media de los jóvenes de su edad) sometido por policías notablemente más fuertes y protegidos con cascos, conmovió a la sociedad capitalina, que rápidamente se movilizó y manifestó en una de las avenidas más importantes de la Capital, Paseo de la Reforma, donde incluso llegaron a inmovilizar el tráfico dominical.
Miguel Ángel Mancera, gobernador de la Ciudad, tuvo que interrumpir su descanso para informar que el muchacho había aparecido, pero sus padres tuvieron que ir hasta otra entidad para recogerlo. Al verlos seguía desorientado, traía golpes visibles en la cara y hematomas en el pómulo izquierdo. Tenía calzado en un pie y en el otro no.
De la foto con cabello, de su credencial de estudiante, al joven rapado y con apariencia de paciente de hospital siquiátrico, al que encontraron, hay una aterradora diferencia.
Cómo él, han llegado docenas a los reclusorios de la Ciudad de México, acusados de robarse una bicicleta o asaltar un Oxxo. Para su fortuna, él es estudiante regular de una preparatoria de la UNAM, iba acompañado y una persona le tomó una fotografía en el momento en que era arrojado al piso y sometido por los policías.
Parece que Marco Antonio estudia, además de la preparatoria, artes marciales. Es posible que cuando lo estaban sometiendo, instintivamente haya tirado un golpe que hizo enfurecer a los policías y por ello se ensañaron para golpearlo hasta hacerle perder, al menos de momento, la razón y el conocimiento.
Lo que es seguro es que hubo complicidad de policías, ministerios públicos y otros funcionarios en su desaparición. También que en los tiempos de Mancera, como en los de Durazo, hay una hermandad de policías que se dedica a extorsionar y criminalizar a jóvenes, particularmente en los límites de la Ciudad con el Estado de México.
Marco Antonio, hay que subrayarlo, tiene una coartada como estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero cuántos otros que no tienen la suerte de pertenecer a una institución como ésta, trabajan en oficios menores o no trabajan, desaparecen para siempre o aparecen en reclusorios con delitos que no cometieron.
Urge hacer un padrón en reclusorios, revisar casos, pruebas y testigos para determinar cuántos jóvenes menores de 25 años están presos por parecer y no por ser delincuentes. Urge que Marco Antonio deje de ser una anécdota dramática y sea un paradigma para evitar la fabricación de culpables.