Hay disputas por un asiento. Gente que se intenta aposentar en las escaleras. Decenas de personas que se quedan fuera. El teatro Can Rajoler, en la pequeña localidad catalana de Parets del Vallès, está lleno de humanidad este domingo 10 de diciembre.
“En una situación de normalidad, yo tendría que presentar al número dos de la lista, Jordi Sànchez, y él debería presentar a quien os hablará ahora”, dice sobre el escenario Jordi Turull, exconsejero de Presidencia del Gobierno catalán que estuvo un mes encarcelado. Tengo el honor de presentarles a todos ustedes al presidente de Cataluña, ¡el presidente Puigdemont!”.
Se desatan los aplausos, los gritos de “President!” e incluso los silbidos, como si fuera una estrella de rock. Un Puigdemont gigante aparece en pantalla. Apenas sonríe. Está aquí y todo lo ve: hace incluso un gesto tímido para que la gente se siente y deje de aplaudir.
“Me gustaría que vierais el sitio donde hago cada día estas conexiones en directo”, dice el expresidente catalán, que fue destituido por el gobierno español, desde el lugar donde está haciendo campaña a distancia: Bruselas. Es una habitación oscura que permite hacer la conexión, pero que no invita a sonreír. “Me dicen que tengo que sonreír un poco más, que estamos en campaña y que las cosas van bien. Pero me cuesta”.
¿Qué es ser español en estos días?
En el fondo de la imagen hay un croma gris oscuro y el logo de Junts per Catalunya, la marca bajo la cual se presenta Puigdemont. Hay retraso de la imagen en algunos tramos de la intervención, pero en general se mantiene estable. Para Puigdemont el plasma es frío, pero para la multitud agolpada en este teatro el plasma es caliente: el president está cerca, es real.
“Intentaré que no se noten mucho las circunstancias en las cuales tenemos que echar adelante una campaña electoral en la que alguien se conjuró para que lo tuviéramos todo en contra”.
Puigdemont sigue con su mitin por plasma, otra innovación de ese laboratorio de las nuevas formas de sentir la política del siglo XXI en que se ha convertido el aquí conocido como procés (proceso independentista). No detiene su discurso para recibir aplausos, como se hace habitualmente.
“Es evidente que tenemos que hacer una campaña en condiciones muy adversas. Pero estamos contentos, aunque nos cueste sonreír por fuera”.
Este jueves 21 de diciembre, Cataluña celebra unos comicios convocados por España y marcados por la polarización: independencia, sí o no.
Tras el referéndum independentista del 1 de octubre, declarado ilegal por la justicia española y que se celebró pese a las cargas policiales, el parlamento catalán declaró la independencia de Cataluña el 27 de octubre. El Senado español votó enseguida para aplicar el artículo 155 de la Constitución, en virtud del cual el presidente español, Mariano Rajoy, suspendió esa declaración, destituyó a Puigdemont y a su ejecutivo, y convocó elecciones autonómicas en Cataluña para el 21 de diciembre.
Puigdemont y varios de sus consejeros se marcharon a Bruselas. En paralelo, la Fiscalía española querelló por rebelión, sedición y malversación a Puigdemont y a todo su gobierno. El ya expresidente catalán no se presentó a declarar ante la Audiencia Nacional y reclamó desde Bruselas “un juicio justo”. Otros de sus colegas de gobierno —como el exvicepresidente Oriol Junqueras, ahora su principal rival electoral en el campo independentista— sí que acudieron y acabaron en la cárcel.
Ante la convocatoria electoral, pronto quedó claro que la coalición independentista Junts pel Sí, que había gobernado hasta entonces Cataluña, se esfumaría. Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el partido de Junqueras, partía como favorito en las encuestas y quería presentarse por separado. A su derecha estaba el descompuesto partido de Puigdemont, el PDeCAT.
Tras no pocas tensiones con su partido, el entorno de Puigdemont lanzó una campaña personalista con el expresidente como candidato. Su figura es omnipresente: en la página web de la campaña, la candidatura de Junts per Catalunya lleva un nombre revelador: “La lista del president”.
Pero quizá personalista es un eufemismo, una palabra que no lo dice todo. Porque no hay aquí un culto mesiánico a un político de Girona que con su candor guía los designios del pueblo en la distancia. La pasión va más allá y conecta con la historia sentimental del país: con la figura institucional y reverenciada del president, tenga el rostro que tenga. Y más si el gobierno español lo ha destituido.
“Queríamos subrayar que esta es una situación anómala”, dice tras el mitin Jaume Clotet, director adjunto de campaña de Junts per Catalunya. “Y esta es la mejor visualización de ello”.
La ausencia de Puigdemont no es un problema. Es su fortaleza, porque no es un candidato: es el president. En Junts per Catalunya sienten que la campaña está funcionando y que están recuperando terreno frente a ERC. En cada acto electoral, Puigdemont hace una conexión en directo o aparece en pantalla.
“Una campaña así no habría sido viable hace diez años”, dice Clotet. “Usamos el simbolismo y las nuevas tecnologías. Es un lío logístico. A veces, Puigdemont tiene retorno y le cuesta hablar a pantalla. Pero no queremos que sea una campaña para dar pena. No somos mártires ni héroes”.
La emotividad —que Clotet describe como “inevitable”— es un ingrediente esencial de la campaña. Este acto se celebra en Parets del Vallès, localidad de la que procede un emocionado Turull, que antes de presentar a Puigdemont agradeció a sus conciudadanos las muestras de cariño a su familia durante el mes que pasó en la cárcel de Estremera, provincia de Madrid. También entregó sobre el escenario una flor amarilla, color que pide libertad para los presos, a Susanna Barreda, mujer de Jordi Sànchez, el número dos de la lista. Encarcelado por sedición, Sànchez es presidente de la Asamblea Nacional Catalana, una entidad fundamental de la órbita independentista.
La campaña amarilla
Mientras Puigdemont estaba en Bruselas, la Audiencia Nacional española decretó prisión provisional sin fianza para Junqueras y los otros consejeros que acudieron a la citación. Cuatro de ellos fueron liberados tras acatar el 155 un mes después, pero el juez mantuvo en la cárcel a Junqueras y al exconsejero de Interior Joaquim Forn, además de a Sànchez y a Jordi Cuixart, líder de otra entidad soberanista clave, Òmnium Cultural.
Junqueras se perdía la campaña electoral.
“Esta es la candidatura que quería Oriol, que representa a Oriol. Porque es una candidatura que se viste, se construye, desde la diversidad del país. Sumando: aquello que tanto nos había enseñado a hacer Oriol Junqueras”.
Es una fría mañana de domingo en Badalona, la tercera ciudad más poblada de Cataluña. Estamos en un acto de campaña de ERC. Con un jersey amarillo y una camisa blanca, la número dos de la lista, Marta Rovira, lanza ataques contra el gobierno español. No hay apenas esteladas (banderas independentistas). Lazos amarillos cubren el acto: en solapas, en abrigos, incluso en la cinta de un sombrero o en la correa de un perro que ladra cada vez que se habla del 155.
“Estamos tristes”, dice Rovira. “Junqueras, desde la cárcel de Estremera, está triste por esta injusticia, pero está satisfecho por su obra de gobierno”.
La melancolía en este acto es tan indisimulable como la excitación digital en Junts per Catalunya. La ausencia de Junqueras, tótem de una ERC que en los últimos años se ha querido convertir en el partido transversal del soberanismo, es devastadora.
“Desde que hace un mes pasé una noche en la cárcel de Alcalá Meco, mucha gente me pregunta cómo estoy”, dice en el mitin la presidenta del parlamento catalán, Carme Forcadell. “Estoy como el país: triste y esperanzada. Es normal que estemos tristes, porque hay cuatro personas inocentes en la cárcel”.
Este es el primer acto de campaña de Forcadell, quien presidió antes que Sànchez la Asamblea Nacional Catalana y es una figura esencial del movimiento independentista. Su presencia logra levantar de forma momentánea los ánimos del público, que lanza algunos gritos de “¡Libertad!”.
Si Puigdemont dice encabezar la lista “que mejor refleja el sentimiento” de los catalanes, ERC habla de la candidatura “que busca representar a este país desde la diversidad”. En el partido de Junqueras se les nota satisfechos por una lista cremallera con incorporaciones independientes interesantes, como Ruben Wagensberg, portavoz de una gran campaña en Cataluña a favor de la acogida de refugiados, o la escritora Jenn Díaz. Una lista para robar votos a izquierda y derecha, confeccionada desde la racionalidad electoral, pero que no alcanza la carga emotiva de Junts per Catalunya.
“No es justo que el candidato que todas las encuestas apuntan que puede ser presidente esté en la prisión y no pueda conceder entrevistas, ir a debates o hablar con la gente en la calle”, dice Raül Murcia, asesor de Junqueras. “Es una injusticia brutal”.
El equipo de Junqueras usa sobre todo mensajes a través de Twitter y Facebook: otras acciones comunicativas se antojan más difíciles.
“Hacemos entrevistas pero son muy complejas: el medio me envía las preguntas, las mando por correo certificado especial, Junqueras las responde a mano y me las reenvía”, dice Murcia. “Eso para la prensa. De momento no nos han permitido hacer entrevistas [en radio o televisión] desde la cárcel”.
¿Hacia un parlamento ingobernable?
Tanto en el caso de Puigdemont como en el de Junqueras, hay confusión sobre qué pasará después de las elecciones si pueden aspirar a la presidencia.
En ERC recuerdan que Junqueras está en prisión preventiva y que aún no ha sido condenado, lo cual sobre el papel no lo inhabilita. “Desde la cárcel puedes recibir el acta de diputado y presidir el país. Desde el exilio, no”, dice el asesor de Junqueras, en alusión a Puigdemont.
En cada mitin de Junts per Catalunya se insiste en la idea de que los votos harán que Puigdemont pueda volver y ser “restituido”, aunque a nadie se le escapa que la justicia actuará de forma inmediata en cuanto ponga un pie en territorio español.
“Junqueras es nuestro candidato”, dicen desde ERC.
“Puigdemont es nuestro candidato”, dicen desde Junts per Catalunya.
La incertidumbre se cierne sobre los candidatos, sobre los que no están, pero también sobre la estrategia independentista. Las encuestas dicen que es difícil, pero ¿qué pasaría si las fuerzas soberanistas lograran mayoría absoluta? ¿Vuelta a la casilla cero? Uno de los temas más discutidos en campaña es si esos partidos —con distintas sensibilidades— apostarían o no por la vía unilateral, lo cual podría propiciar de nuevo la activación del 155, y así hasta el infinito.
“En Madrid algunos tenían la fantasía de que con el 155 y metiendo a gente en la cárcel todo esto se acabaría”, dice el filósofo y analista Josep Ramoneda. “El independentismo está aquí y está para quedarse. Pero seguramente cambiará de estrategia, porque esta experiencia le ha permitido entender que no tenía fuerzas para llegar más allá de lo que ha ido”.
La gran paradoja para el independentismo es que estos meses de alta temperatura política podrían desembocar en una victoria electoral de Ciudadanos, partido que defiende a ultranza la Constitución española. Y no necesariamente porque los soberanistas pierdan apoyos, sino por la pugna ERC-Junts per Catalunya, que está dividiendo el voto independentista.
Las encuestas sitúan a ERC y Ciudadanos en cabeza, seguidos por la lista de Puigdemont, con una tendencia al alza. En el campo soberanista se ha desatado una batalla sin cuartel por el voto útil para que Ciudadanos no gane los comicios. Pero aunque la lista más votada tendrá la aureola de la victoria, eso no es lo fundamental: la mayoría de encuestas dice que ninguno de los dos bloques llegaría a la cifra mágica de la mayoría absoluta (68 escaños).
“La situación es muy complicada y hay un riesgo importante de que no sea posible configurar una mayoría de gobierno”, dice Ramoneda. “Alargar esta provisionalidad deterioraría mucho la situación de Cataluña, tanto desde el punto de vista económico como social. Es importante que se forme un gobierno, aunque cueste”.
El bloque independentista (ERC, Junts per Catalunya y CUP), que formaba el anterior gobierno, tiene muy difícil reeditar la mayoría absoluta. El bloque constitucionalista (Ciudadanos, Partit dels Socialistes de Catalunya y Partido Popular, que gobierna en España) lo tiene casi imposible. Los votos que prevén las encuestas a un lado y al otro son bastante estables.
“Da la sensación de que se formarán dos bloques sin una mayoría absoluta para gobernar”, dice Ramoneda. “Los comunes pueden tener un papel clave”.
La política catalana siempre se ha movido en dos ejes: el identitario y el social. La polarización actual ha hecho que Catalunya en Comú, hermana de Podemos —la formación española que lidera Pablo Iglesias— se quede en tierra de nadie. Las encuestas dicen que será una fuerza minoritaria, pero es posible que su papel sea determinante: ninguno de los dos bloques podría conseguir gobernar sin su, al menos, abstención.
Los comunes ya han dicho que no darán apoyo a un gobierno independentista que apueste por la unilateralidad ni a uno en el que estén los partidos que aprobaron el artículo 155.
¿Será un parlamento ingobernable? ¿Habrá otras elecciones?
“Es posible, pero creo que sería catastrófico”, dice Ramoneda.
Fuente: TNYTimes