En Contexto

Una vida de perro (rescatista)

Publicado por
Aletia Molina

Del llavero del policía tercero Ulises Gómez Valero cuelga una pequeña figura roja: es una réplica en miniatura de un juguete para perro, un kong. Ese es justamente el juguete favorito de Khublay, pastor belga y agente canino de la Policía Federal de México con quien Gómez Valero forma lo que se llama binomio canino, uno de los varios que estuvieron desplegados en diversas partes de México después de los terremotos del 7 y 19 de septiembre, y que se volvieron sensación entre los mexicanos.

De los nueve años de vida de Khublay, Gómez Valero lleva ocho a su lado. Juntos, pasan ocho horas diarias en las que entrenan, juegan y realizan otras actividades, y pasan más tiempo todavía cuando están desplegados en caso de algún desastre. Aun así, el policía siempre porta con un recuerdo de su dupla canina. “Es parte de mí, de mi familia; mi amigo y mi compañero”, dice durante una entrevista, mientras sostiene el llavero en una mano y acaricia el lomo de Khublay con la otra.

Eso responde, en parte, al apego que debe desarrollarse entre el perro y su manejador cuando forman un binomio. Pero también al cariño y agradecimiento que hay hacia estos canes, como el que surgió por parte de muchos mexicanos hacia Khublay, Frida —la labradora de la Marina— y otros después del sismo.

“Creo que escuchar que llegaba Frida a cierto lugar ayudaba a tranquilizar a la gente”, recuerda Israel Araus, tercer maestre de infantería y uno de los manejadores de la perra rescatista que se volvió tan famosa en México después del último terremoto que empezaron a proliferar pegatinas, playeras y hasta zapatos con su cara y sus doggles, los lentes protectores hechos a su medida. “Tenerla al lado, acariciarla, que te recargue la cabeza, psicológicamente eso ayuda”, dice Araus.

En la unidad canina de la Policía Federal, establecida en 1983 —dos años antes del otro terremoto en 19 de septiembre que causó devastación en México—, los perros son integrados cuando tienen entre dieciocho meses y tres años de edad, explica el suboficial Jesús López, director de Adiestramiento.

Algunos ya tienen cierto entrenamiento olfativo y otros “llegan verdes”. Sin embargo, el olfato no es lo único que cuenta; se buscan cualidades físicas —que no haya antecedentes de displasia de cadera, por ejemplo— y características de personalidad específicas. Si su propósito será buscar explosivos, deben ser más cautelosos; los de narcóticos a veces son más letárgicos y tranquilos; en el caso de búsqueda y rescate de personas, deben ser más sociables (no sirve que sean temerosos) y, a la vez, independientes, para poder alejarse cuando realizan sus labores.

También “cuentan con un sexto sentido, de siempre querer buscar, como una capacidad de investigación”, indica el capitán de fragata Ismael Monterde, jefe de la Sección Canina de la Marina. “Tenemos cámaras FLIR térmicas, videoscopios que podemos introducir a lugares no accesibles para personas, pero un perro puede olfatear a una persona atrapada hasta ocho o diez metros de profundidad, algo que muchos equipos tecnológicos no pueden hacer”.

Los perros reciben entre diez o doce meses de entrenamiento inicial. La capacitación para que sepan detectar olores incluso en circunstancias difíciles se hace a través de un juego: el tipo de juguete al que más se apeguen los canes se vuelve su “atractor”, lo que siempre tienen que buscar. A este le ponen seudoaromas, símiles químicos de adrenalina o de algún explosivo o droga —“obviamente nunca utilizamos el verdadero material”, dice el suboficial López— y lo esconden en diversos lugares con ayuda de un “figurante”. Cuando lo hallan, reciben cariños y refuerzos positivos, además de recuperar su juguete.

“Se va haciendo cada vez más complejo; escondemos a las personas en diversas áreas que el perro no conoce y también hay partes con obstáculos” como los que deben librar en los escombros de diversos desastres, dice, a su vez, el capitán Monterde.

También reciben cuidados especiales. Baños cada veintiún días, cepillado al menos dos veces por semana, revisión médica cada mes —incluidos masajes para aliviar tensión muscular— y alimentos una vez al día. (El veterinario de la unidad canina policial, Víctor García Moreno, explica que sería peligroso que tengan el estómago lleno en un despliegue pues podrían sufrir una torción gástrica, que es letal para la mayoría de lo perros).

Sin embargo, los canes no son los únicos que reciben capacitación. En la Policía Federal, los oficiales que quieran formar parte de la unidad canina deben pasar una prueba motriz y de coordinación, para, por ejemplo, poder caminar hacia atrás y no perder nunca de vista a los perros. “Suena fácil, pero no todos” pueden, dice López. En la Marina los manejadores de perros de búsqueda de personas también deben tener conocimiento de rescates, primeros auxilios e ingeniería.

Luego entrenan junto con el can con el que serán binomio, comúnmente elegido según similitudes de carácter y posibilidades de compenetrar. “Ellos son los que nos escogen”, indica el suboficial López, cuya oficina está decorada con figuritas de perros prehispánicos y de pastores belga, que él también cría.

Dentro de la unidad canina hay aproximadamente 200 perros de diversas especialidades –los de búsqueda y localización de personas suman ocho– y en la Marina hay casi 300 –cuatro de rescate–. La idea del binomio responde a que el perro y su manejador forman una pareja en la que se protegen el uno al otro y deben entenderse entre sí, hasta con los ojos cerrados; a veces entrenan en la oscuridad para este fin. “Es importante escuchar la respiración y la salivación, y notar ciertos patrones” para que el manejador sepa si el perro tuvo un hallazgo o podría estar en peligro aunque no pueda verlo, explica López.

Por más que haya un entrenamiento de años, “siempre y sin lugar a dudas hay tensión cuando el perro se mete a un recoveco”, dice el capitán Monterde. “Se te paraliza el corazón”.

Cuando Khublay y el oficial Gómez Valero estuvieron desplegados en Guatemala después de los deslaves de 2015, hubo una ocasión en la que apenas lograron sobrevivir para contarlo. “Casi quedamos sepultados por aproximadamente dos toneladas de tierra que se nos vino encima”, recuerda el policía tercero. “Logramos evitarlo por observar que se estaba agrietando”, cuenta, pero “hay que estar siempre al pendiente de todo alrededor”.

Por eso también es necesario realizar un “ritual”. Al llegar a un sitio, el humano del binomio revisa la zona lo mejor que se puede: si otros expertos ya identificaron que un área es propensa a colapsar, si hay materiales punzocortantes en el camino, encontrar por dónde se puede empezar la búsqueda y pensar en un patrón por donde irse moviendo. “Tenemos que ir con todas las precauciones”, señala Gómez Valero. Eso vale incluso para operativos que no son de emergencia; el policía dice que Khublay también ha colaborado en la búsqueda y localización de fosas en Acapulco, Veracruz, Cancún y Monterrey.

Los binomios de la Marina utilizan equipo para los canes, como las botas y los lentes —doggles— que usa Frida, aunque en la Policía Federal prefieren no hacerlo. “Puede que se atore con algo o que las botas no le permitan sudar y le dé un golpe de calor”, dice Gómez Valero.

Lo más importante es saber cuándo retirar al perro. “Son incansables”, señala el veterinario García Moreno, “pero tienen que hacer reposo”; aproximadamente, cada veinte minutos necesitan un descanso de unos cinco o diez minutos, explica.

“También ahí importa su movilidad”, añade el veterinario. Es por ello que, aunque algunos perros pueden tener una vida laboral de hasta doce años, la mayoría se jubila después de ocho o nueve: si no pueden desplazarse tan fácilmente, es peligroso que estén en sitios colapsados o áreas de desastre. Por ejemplo, los manejadores de Frida, que tiene ocho años, indicaron que ella ya no es la primera en ser soltada en un patrón de búsqueda: después de que algún otro perro haya detectado posibles señales de vida, ella es quien ayuda a confirmar el hallazgo o “marcaje”.

Y después viene la jubilación perruna. Los perros de la Policía Federal pueden ser adoptados por cualquier mexicano interesado por medio de la Federación Canófila Mexicana, que se asegura de que el can vaya a vivir en buenas condiciones. El policía Gómez Valero dice que está seguro de que Khublay, quien probablemente se retire este mismo año tras una carrera con más de setenta hallazgos, “va a quedar con una excelente familia que lo cuide y lo ame” y “lo relajen y saquen a pasear”, aunque indica que él no podría adoptarlo porque teme no poder dedicarle el tiempo necesario debido al trabajo.

Probablemente, muchos mexicanos querrán adoptar a Frida cuando llegue el momento de su jubilación. Araus, su manejador, ya parece haberse adelantado a ese momento: en casa tiene tres perros, una de los cuales también se llama Frida. “Así le puso mi esposa, en su honor”, dice.

Fuente: NYTimes

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Aletia Molina