Carlos Ferreyra
…son las que acumulan nuestros próceres que gastan millonadas en conseguir nombramientos y reconocimientos que sólo caben en sus pensamientos, porque de méritos no hay ninguno.
Marcelo Ebrard Casaubón consiguió el título del mejor alcalde del mundo. ¿Quién se lo otorgó? Fácil, una empresa en la que se asocian los munícipes mayores de países del subdesarrollo y se turnan para entregarse diplomas, medallas y todo lo necesario para lucirse después ante un pueblo azorado de que el sujeto haya alcanzado tal distinción.
Enlistar a los que han adquirido estas preseas, según ellos de clase universal, sería interminable. Miguel Ángel Mancera tiene varios reconocimientos, los líderes legislativos igual pero hoy agregan a sus diplomas la presidencia de la Unión Interparlamentaria para la panista Gabriela Cuevas, cabeza de la Comisión de relaciones Exteriores del Senado.
Cuevas tiene la condecoración de Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa, otorgamiento que se acostumbra con quienes presiden la comisión, pero hoy la señora añade la presidencia de la asociación de países más antigua del mundo y la que cuenta con mayor número de miembros.
En diez años como jefe de Prensa del Senado, concurrí a toda suerte de reuniones parlamentarias. Me estrené en el cargo con la conferencia de la UIP contra el armamentismo real, el que causa mayor número de víctimas, las armas de mano.
Con la colaboración de Joel Hernández Santiago, se imaginó un logo maravilloso, una paloma que conforma la silueta de México y abajo el lema: México por la paz. Hubo 84 naciones que suscribieron acuerdos y protocolos para exigir control a la fabricación de armas y reglas para ponerlas en manos de los civiles.
En ese cónclave aprendí que no son los parlamentos ni mucho menos los Congresos los que toman decisiones en los gobiernos; pueden reunirse, como me consta que lo hicieron durante esos diez años, en los que inclusive me tocó el honor de participar en el centenario de la IUP, y nunca llegar a solución de ningún conflicto.
También supe que no es la Presidencia de la Unión la que vale, sino la Secretaría General. La primera se encuentra acotada por un Consejo que delibera y acuerda con el secretario que, a su vez, controla y distribuye al personal operativo en las distintas naciones donde hay actividades de interés para el organismo.
Así pues, la Presidencia viene a ser un cargo casi honorario que cuesta muchísimo dinero al país que lo pretenda. En las conferencias la presidencia se turna según la secuencia de los oradores que discutirán –en salas vacías—los temas de la agenda. Para ilustrarlo: Guillermo Jiménez, ex gobernador de Puebla, sufrió uno de sus mayores desencantos cuando en Hungría lo sentaron en la presidencia de la reunión, en la que había estado Yasser Arafat.
Los gringos salieron de la reunión junto con los israelíes pero dejaron a dos ocupando los lugares que les correspondía. A México, por cierto, le tocan cuatro asientos en los que podía localizarse al orador mexicano de turno y claro, al jefe de Prensa del Senado.
La sala de conferencias estaba permanentemente vacía salvo quienes tenían turno como oradores, nueve minutos, ante un sillerío sin asentaderas; la oradora por México era la tamaulipeca Laura Alicia Garza Galindo que asistió, a las dos de la mañana mientras el salón mostraba sólo cuatro o cinco oradores en espera de turno.
Previamente Guillermo Jiménez Morales había estado en la mesa principal. Su tarea, de increíble “trascendencia”, enlistar a quienes usarían la tribuna. Suficiente para que se asumiese presidente de la UIP y que exigiera el envío de la información respectiva a México.
Agregó la orden de un boletín afirmando que la UIP, por primera ocasión sesionaría en un país de habla española en América. Le expliqué que eso no era cierto, le recordé que yo había sido inclusive oficial de Información de la Unión, luego de ser adiestrado brevemente en Ginebra.
También le recordé que el presidente Carlos Salinas había pedido moderación en este tipo de asuntos, relacionando todo con la crisis económica que en esos momentos agobiaba a México.
Me mandó a Oscar Ignorosa, un empleado suyo en la Cámara de Diputados el que, ante mi insistencia en guardar silencio, me pidió los teléfonos del líder del Senado, Emilio M. González Parra. Le dije que siendo fin de semana seguro estaría en su casa de Tepic y le manifesté mi extrañeza de que entre líderes no tuviesen comunicación.
El sinaloense Mario Alfonso Niebla se comunicó de inmediato con el líder senatorial al que puso al tanto. Jiménez me había excluido de una cena con el embajador mexicano pero de pronto cambió: me buscó, con una sonrisa comentó que “el señor presidente me llamó, me recordó que ya había habido una reunión de la UIP en México, y que por la economía en el país, no deberíamos pensar en otra reunión cuyo costo no podríamos enfrentar”.
Con rostro satisfecho, orgulloso, me hizo notar el honor de que el presidente Salinas hubiese marcado. No quise decirle que sabía de la intervención de Mario Alfonso, de la de don Emilio y de sus instrucciones muy precisas de no alborotar nada. La Presidencia de la delegación por norma corresponde al Senado, pero en esta ocasión y por cortesía de González Parra, se había entregado a los diputados.
Y bueno, así es el mundo fantasioso de nuestros políticos, sin importar los colores de su corazón… lo malo es que nos cuestan.
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