Benjamín Torres Uballe
Cuando José López Portillo, a la sazón presidente de México (1976-1982), espetó una de sus célebres frases, no faltó quien creyera las palabras de uno de los peores mandatarios que ha padecido nuestro país. “Ahora con el petróleo en el otro extremo, aprendamos a administrar la abundancia”, dijo el priista, luego de los enormes descubrimientos petroleros en la República. Hasta hoy, los 53 millones de pobres siguen esperando, en un marco brutal de carencias, ese raudal de beneficios.
El milagro petrolero durante la administración lopezportillista logró que México se convirtiera en el principal exportador de petróleo y alcanzará crecimientos anuales del PIB cercanos al 8 por ciento. Luego del espejismo, vino la debacle originada, entre otras variables, por un despilfarro gubernamental, la profunda corrupción y una brutal ineficacia para dirigir acertadamente los destinos de la nación.
Todo esto viene a colación por el reciente anuncio del presidente Enrique Peña Nieto acerca del descubrimiento de un yacimiento de petróleo y de gas asociado, cerca de Cosamaloapan, Veracruz, el cual, según el titular del Ejecutivo federal, tiene un volumen original de más de 1,500 millones de barriles de crudo, que podría representar reservas totales de alrededor de 350 millones de barriles de reservas 3P: probadas, probables y posibles.
“De tal suerte que ésta es una muy buena noticia: Pemex se vuelve más rico a partir del descubrimiento de este yacimiento. Es el Pozo Ixachi 1, el que se ha descubierto”, afirmó Peña Nieto, el viernes último. Por lo tanto, se infiere que si el petróleo es de todos los mexicanos, entonces también seremos más ricos. ¡Otra vez somos más ricos!
Mas lo que, en principio, parece una espléndida noticia, obliga de manera simultánea al recelo en cuanto a los beneficios que pudiera arrojar sobre el bienestar de los mexicanos. La historia ha demostrado que mayores ingresos a las arcas nacionales no derivan necesariamente en beneficios a la población. Ahí permanece lo hecho por el gobierno de López Portillo en el auge petrolero más significativo que ha tenido la República mexicana. El dinero fue dilapidado y saqueado —tal como lo admitió el tristemente célebre Jolopo—, incluso devorado, por una obesa e ineficaz burocracia.
Hoy, todo México es testigo y actor involuntario de un escenario dantesco, muy diferente al panorama optimista que describe reiteradamente el discurso oficial. La corrupción está desbordada como nunca —lo cual ya es decir mucho—; la deuda del gobierno como porcentaje del PIB aumentó peligrosamente hasta ubicarse cerca del 50%. Además, la inseguridad a nivel nacional hace tiempo que rebasó a las autoridades y grupos criminales controlan amplias zonas del territorio.
Mención especial merecen los alarmantes índices de pobreza que imperan en el país y el deficiente sistema público educativo —con sus excepciones—, así como el cuestionado y desprestigiado Poder Judicial. A pesar de ciertos logros de la administración actual a nivel macroeconómico, nuestra moneda está devaluada —aunque técnicamente insistan en llamar depreciación a esa pérdida de valor— y se cotiza entre los 19 y 20 pesos por dólar, mientras el demente mandatario estadunidense coloca una bota sobre el cuello de los funcionarios mexicanos en la “renegociación” del TLCAN. Las cosas no son significativamente diferentes entre el gobierno de López Portillo y el de Peña Nieto, a pesar de que han transcurrido 35 años.
Por eso, cuando el presidente Enrique Peña Nieto subraya que la empresa productiva del Estado incrementó su riqueza merced al importante descubrimiento del yacimiento en Veracruz, la noticia carece de valor para la inmensa mayoría de los mexicanos. Tal hallazgo no va a mejorar los salarios ni los precios de las gasolinas, por ejemplo; o tampoco favorecer las tarifas eléctricas para la industria ni destinar mayores recursos a ciencia y tecnología, entre otras cosas.
Si en supuesta austeridad el gobierno dilapida los recursos del erario en publicidad oficial, los altos e inmorales sueldos y prestaciones de secretarios de Estado, directores de los organismos autónomos, de ministros, de los ineficaces senadores y diputados, ¿qué no hará con recursos adicionales generados por mayores ingresos provenientes del petróleo? Está demostrado que el dinero quema las manos de quienes ostentan el poder no sólo en el actual gobierno, sino desde que se tiene memoria. El febril deseo de gastar por gastar nada aporta a la población.
Así que la satisfacción del equipo peñista por haberse sacado la “lotería petrolera” sirve únicamente para fortalecer mediáticamente la reforma energética. Los supuestos beneficios —si lo hay— tardarán en llegar, pero beneficiarán primordialmente a la oligarquía —extranjera y nacional— y a la nomenclatura que maneja, literalmente, los destinos de 122 millones de mexicanos.
México continúa siendo el “cuerno de la abundancia”. La vastedad de recursos naturales parece inagotable. La tragedia es que a pesar de las muchas necesidades de este país, sólo sirven para que se enriquezcan aún más los grandes consorcios extranjeros —como las empresas canadienses en el sector minero—, o la voraz clase política que explota de forma inmisericorde a los ciudadanos.
Nada cambia en la política ni en la manera de gobernar a este maravilloso México. Los todopoderosos —de todos los partidos políticos— que se adueñaron del país siguen con las mismas trampas, jugarretas, vicios y mentiras. Nadie escapa a ello. Todos caben en el mismo costal, aunque algunos pretendan enarbolar la bandera de la honestidad y otros juren que ya cambiaron. Así que lamento diferir con la “buena noticia”: ¡Para nada somos más ricos!
@BTU15