Hay dos teorías sobre Barron Trump. Una apunta a que el menor de los hijos del presidente de EU es todo un cerebro, otra señala todo lo contrario. Lo que sucede en realidad es que el habitante más joven de la Casa Blanca, tiene 11 años, ha pasado a primera línea del interés mediático en los últimos meses desde que hizo las maletas para mudarse a Washington dejando atrás Nueva York, donde permaneció con su madre hasta que acabó el curso escolar. Desde entonces todo lo que hace interesa.
Los medios de comunicación de EU comentan la actitud huraña del menor de los Trump y también el cambio físico que ha experimentado. En altura supera ya a su madre, que mide 1,80. Los especialistas, percentil en mano, vaticinan que cuando tenga 18 años será el más alto de la familia, título que ahora tiene Erik, que alcanza los 1,96.
Hay medios que también apuntan a que Barron está sometido a mayor exposición pública que sus predecesoras en el cargo, Malia y Sasha Obama, que solo acompañaban a sus padres en contadas ocasiones a su edad. Las hijas del expresidente Barack Obama tenían nueve y seis años, respectivamente, cuando su padre llegó a la presidencia. En cambio, el hijo del presidente Donald Trump ha sido exhibido en innumerables conferencias de prensa, mítines, sesiones fotográficas y discursos.
Barron estudia sexto curso de Primaria en la escuela privada St. Andrew’s Episcopal School, situada en el acomodado barrio de Potomac (Maryland) a las afueras de la capital y cuyo coste anual es de 40.000 dólares. Es el primer hijo presidencial en optar por este colegio, que educa a cerca de 600 alumnos, desde preescolar hasta el final de la educación secundaria.
Convertirse en hijo del presidente de Estados Unidos y acaparar la atención de los medios de comunicación no es nada fácil. Y Chelsea Clinton lo sabe bien, pues pasó su adolescencia siendo hija de un presidente y lo sufrió de 1993 a 2001 mientras vivió en la Casa Blanca. En enero pasado, la hija de Bill Clinton hizo una defensa pública de Barron Trump: “Barron Trump se merece la oportunidad que todo niño se merece de tener una infancia”.
Fuente: El País