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Stranger Things vuelve a acertar con su nostalgia ochentera

Publicado por
Aletia Molina

Steven Spielberg alguna vez pensó en hacer una secuela de E. T., el extraterrestre. En una propuesta escrita en 1982 para lo que habría sido E. T. II: Nocturnal Fears, Elliott, el amigo del ser de otro planeta, es secuestrado y torturado por alienígenas malvados. Es una película que nuca se vio, y demos gracias por ello.

Sin embargo, podría argumentarse que Stranger Things de Netflix es, en espíritu, como una secuela de E. T., una mescolanza de ciencia ficción spielberguiana mezclada con motivos del horror ochentero. Y, como E. T., parecía no necesitar una secuela. Pero ya está aquí la segunda temporada.

Lo bueno es que Stranger Things 2 –así se llama, como si fuera una película en vez de una temporada de televisión– no es E. T. II: Nocturnal Fears. No hace daño. No socava el espíritu de la primera. ¿Pero es realmente más “extraña”? Más que nada es disfrutablemente familiar.

La primera temporada, ambientada en 1983, fue una sorpresa encantadora porque era más que la suma de todas las referencias.

Sí, tenía a niños que jugaban Calabozos y Dragones (o D&D) y andaban en bici, que rescatan a su amigo Will Byers (Noah Schnapp) del “Mundo del Revés”, una dimensión paralela llena de monstruos. Sí, había un ser de tamaño pequeño pero poderes inmensos y misteriosos: la telepática Eleven (Millie Bobby Brown). Y, sí, en el elenco estaban aquellas estrellas de los años 80 y 90 como Matthew Modine y Winona Ryder (como la madre angustiada de Will, Joyce).

Pero se sentía como algo con vida propia; la fantasía era aceptada como si ya fuera verídica –con los niños enfrentándose a una realidad más aterradora que la de Calabozos y Dragones– y los sustos eran de película palomera. Era un mundo desarrollado y no solo una representación o idea de 1983 como se lo imaginarían los fanáticos del cine en 2016. (Es un logro destacable, ya que los creadores, Matt y Ross Duffer, nacieron en 1984).

A continuación leerán ​spoilers​ o detalles que revelan la trama, procedan con precaución.

La nueva temporada, que se estrena el 27 de octubre, empieza justo después del Halloween de 1984 y pasa buena parte de la primera mitad recreando versiones distintas de los conflictos de la primera. Will está de regreso, pero lo atormentan visiones del Mundo del Revés que, como sugiere la escena que cierra la primera temporada, todavía parece tenerlo atrapado.

Aún no hay rastro de Eleven, quien desapareció al final del capítulo ocho. Por tanto, los amigos con los que Will juega D&D –Mike (Finn Wolfhard), Lucas (Caleb McLaughlin) y Dustin (Gaten Matarazzo)– se hacen amigos de otra nueva chica cool, Max (Sadie Sink), y enfrentan a una nueva amenaza extradimensional. Ahí es donde el científico conspirativo interpretado por Modine es remplazado por el Dr. Owens (Paul Reiser, que usualmente hace comedia, lo interpreta muy seriamente).

La mayor fortaleza de la nueva temporada es cómo lidia con el trauma de Will. Es un niño algo frágil que sobrevivió una experiencia horripilante y Noah Schnapp, que ahora aparece más, realmente no deja que lo olvides. Su sentimiento constante de no sentirse a salvo en su propio cuerpo es probablemente lo que más miedo da de la serie. El rol de Ryder es algo reducido en comparación a la primera temporada, pero su temor de perder a su hijo –otra vez– es igual de convincente.

Pese a que fue un éxito sorpresivo en su inicio, Stranger Things 2 en buena medida evita quedarse atorado en cuanto a elementos que fueron muy comentados. La muerte de Barb (Shannon Purser), quien se volvió toda una sensación en redes, sí tiene repercusiones que son cimentadas por medio de la historia y de los personajes, ya que preocupan a los personajes adolescentes durante buena parte de la temporada.

Y aunque podría parecer frustrante el que Eleven esté alejada de la acción, hay que darle crédito a los Duffer de resistirse a la tentación de volver el programa entero, gracias a esa mirada cautivadora de Brown, en “El programa de Eleven”.

Stranger Things tiene un muy buen elenco (se suma también Sean Astin, de El señor de los anillos y Los goonies, como el novio de Joyce), pero la verdadera estrella es el mundo que logra crear. Hawkins, Indiana, se siente como un lugar verdadero a pesar de que está compuesto de películas. Partes de la nueva temporada hacen recordar a Encuentros cercanos del tercer tipo, a Gremlins, a El imperio contraataca y, claro, a la secuencia de E. T. en la que Elliott atrae al extraterrestre con Reese’s Pieces.

En uno de los episodios, algo desafortunado, el programa se convierte en Los marginados, con todo y la pandilla dizque punk con vestimenta seudoapocalíptica.

Cuando los protagonistas deciden disfrazarse como los Cazafantasmas para Halloween incluso hay un comentario sobre la dinámica social de ese clásico ochentero y de la cultura pop de esa década. Lucas, quien es de tez negra, no quiere ser Winston, el único cazafantasmas negro. “¡Nadie quiere ser Winston!”, dice Lucas. “Se suma al equipo hasta después, no es gracioso y ni siquiera es científico”.

La nueva temporada incluso bromea sobre lo tanto que hace referencias en un momento en el que Lucas le cuenta a Max todo lo que sucedió hace un año. Y ella, claro, cree que es puro invento. “Realmente me gustó”, dijo, “solo siento que fue poco original en algunos momentos”.

Esa es una crítica que también aplica para Stranger Things 2, al repetir varios de los componentes de la trama de la primera temporada, y sorpresas similares. (Aquel recurso ingenioso de que Will se comunicara por medio de las luces navideñas es remplazado por… pues, ya verán). No estoy seguro de que Stranger Things realmente necesitara una segunda temporada, y durante varios episodios se siente como si Stranger Things 2 tampoco estuviera muy convencida.

Fuente: NYTimes

 

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Aletia Molina