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René, un año. Por Carlos Ferreyra

Publicado por
José Cárdenas

Carlos Ferreyra 

 

La primera vez que lo vi, entraba a mi oficina privada en la Agencia Prensa Latina. Un joven imberbe, impecablemente atuendado y con una sonrisa agradable, casi contagiosa.

Se presentó: René Avilés Fabila. No le di tiempo a más, por mi relación con la izquierda mexicana lo conocía de oídas, sabía de los desastres que había organizado entre los comunistas ortodoxos y de alguna de sus obras en las que hacía, como mencionaba la abuela, “cera y pabilo” con los personajes más emblemáticos del PCM.

Me manifestó el objeto de su visita: entregarme una copia autografiada de su obra “El solitario de Palacio”, dedicada a Gustavo Díaz Ordaz y al movimiento estudiantil—popular del 68.

Hace un año que René se fue. Una semana antes hablamos para comprometer una comida con esposas. Un día después y sin recordar la razón aducida, cancelamos el compromiso y lo dejamos “para más adelante”. Ignoro si René estaba enfermo pero enterarme de su fallecimiento fue un golpe directo al corazón, al cerebro… una sacada de onda, como se decía en tiempos juveniles.

Pasó un año y como personaje eminentemente social, ha sido objeto de toda suerte de homenajes y recordaciones. No he asistido a ninguna de estas reuniones, como tampoco estuve presente en su sepelio. Expliqué, hace un año, las razones de mi ausencia.

Quiero recordar a mis amigos como eran, como fueron, como los conocí y como nos mirábamos habitualmente. Por razones ancestrales, demasiados muertos y muchos moridos en mi familia, velorios casi mensuales en la sala de casa.

(Muertos o moridos, expresión de la abuela diferenciando los que fallecieron por causas naturales y los que recibieron ayuda externa y ajena).

De mis recuerdos infantiles publiqué hace un año que al no haber casas de inhumaciones en Morelia, los velorios se hacían en la sala donde se acomodaban en torno del féretro las señoras que ejercían, a cabalidad el oficio de plañideras, y que en los momentos en que se tomaban un respiro, acudían a la cocina a servir algunos bocadillos aderezados con el consabido café con piquete. En este caso, la siempre eterna charanda.

Lo poco agradable de una larga existencia es ir dejando atrás a los amigos, recordarlos cada año. O ir a los sitios que se acostumbraba frecuentar con ellos asumiendo cierta tristeza que no es fácil superar.

Recuerdo la muerte de alguien que fue como mi hermano, Luis Carrión, “El Infierno por todos tan temido”. También amigo de René, pero de personalidad diferente. El primero siempre impecable, un señor que podría pasar por ejemplar empleado bancario mientras el segundo, bohemio y poco dado a los convencionalismos.

Cuando muy pocas ocasiones coincidimos, entablaban un duelo verbal ingenioso, repleto de información y cultura. Dos escritores geniales, dos jóvenes vitales. Ambos coincidentes en sus juicios sobre los líderes de la entonces existente izquierda

Con Luis, en casa, sacábamos la guitarra y la emprendía contra los cantos guerreros de la República y, claro, contra las canciones revolucionarias en boga, en gran mayoría bolivianas. He sentido mucho y muy profundamente el deceso de otros amigos, pero en los casos de René y Luis creo que hay razones poderosas para sentirlos más aún.

Mucho menores que yo, me mostraron un mundo de sueños, de fantasía. Aprendí con ellos el valor de la lectura, el orgullo de gozar de una gramática que va más allá del uso correcto de signos y palabras. Y pasé momentos de gran gozo en sus duelos verbales, pocos por desgracia.

Los dos se fueron sin esperarlo. Uno, ni siquiera pregunté por qué, el otro sé que fue por decisión propia, decisión asumida mucho tiempo atrás por él y por sus amigos más cercanos. Los extraño aunque casi nunca los frecuentaba.

Repito que me cuesta trabajo asistir a los velatorios, no sé qué decir a los deudos y me siento apabullado por mi falta de palabras. Me duele muchísimo a René y siento no haber sabido expresar a Rosario, su esposa, lo mucho que dolerá su ausencia. Y me duele Luis y siento no habérselo hecho sentir a Lydiette, su hija…
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas