Benjamín Torres Uballe
La estrategia de la todopoderosa maquinaria PRI-gobierno para intentar conservar la Presidencia de la República en 2018 inició de forma plena hace varios meses. A Diferencia de los pleitos internos y desunión que los condujo a una estrepitosa derrota en el 2000, cuando Vicente Fox los echó de Los Pinos, hoy los priistas, en su mayoría, permanecen unidos y disciplinados, pues saben que el fantasma de la derrota está latente. La gestión de Enrique Peña Nieto no está para presumirse.
Ante el panorama adverso que enfrenta la administración actual, caracterizada por escándalos de corrupción, una amplia desaprobación social al trabajo del Presidente, y gobernadores del tricolor —ejemplos de la nueva clase política, según refirió Peña— en la cárcel o prófugos, sumado a colaboradores ineficientes y en algunos casos destacados por su torpeza, la probabilidades de otra debacle el próximo año en las urnas, como en junio de 2016, se dibuja en el horizonte tricolor.
Pero hoy las circunstancias políticas en el país de forma increíble parecen alinearse positivamente para el Revolucionario Institucional. Desde luego que esto no obedece a ningún acierto del PRI, sino a los errores de sus adversarios, que le han dado vida al viejo dinosaurio que yacía en la lona a causa del repudio de los votantes, generado por las mismas mentiras y corruptelas de siempre.
Luego de los desastres provocados por la naturaleza —terremotos y huracanes incluidos—, se exacerbó la ira social en contra del gobierno federal. Millares de damnificados durmiendo en las calles y con sus casas hechas ruinas en las entidades afectadas y la Ciudad de México parecían confirmar el desastroso panorama en que estaban atrapados el PRI y la administración peñista.
No obstante, la feroz guerra en el interior del PAN entre Ricardo Anaya, presidente del blanquiazul, y Felipe Calderón por la candidatura presidencial del 2018, que derivó en la renuncia el pasado viernes de Margarita Zavala al partido fundado por Gómez Morín, representa un triunfo colateral del PRI en sus afanes de fragmentar y dividir a la oposición, como lo hizo en el Estado de México.
“Quiero expresarle a Margarita que estoy convencido de que México es mucho más grande que cualquiera de nosotros en lo individual, que la división del PAN sólo le sirve al PRI y que la división del PAN no le conviene a México”, fue el demagógico mensaje de Ricardo Anaya horas antes de que se oficializara la salida de la ex primera dama de las convulsas huestes panistas.
Y lo único rescatable de la infumable retórica de Anaya Cortés es lo que todo mundo sabe: los pleitos entre los grupos rivales del priismo y las profundas desavenencias en el interior de esos partidos políticos, en efecto, tienen como beneficiario directo al PRI-gobierno. Nadie lo duda.
En el México surrealista y su política tercermundista, hoy el PAN trabaja en favor de su “odiado” rival. Al perredizarse, la nomenclatura azul no sólo ocasiona un grave daño al otrora respetable instituto político —que, incluso, fue capaz de ganar dos sexenios seguidos la Presidencia de México—, también resucita de la lona a un muy debilitado competidor que, a pesar de toda la maquinaria oficial, contaba con escasas probabilidades de retener el poder. Encuestas y analistas lo afirman.
A nadie debe quedarle dudas de que el PRI va con todo para conservar la silla presidencial y, para ello, usará todos los recursos legales —y quizás algunos no tantos—, los vastos medios —de todo tipo— de que dispone desde el gobierno para dinamitar a quien deba hacerlo. “Divide y vencerás”, es la premisa tricolor en la estrategia y parece que empieza a rendirle frutos. Por lo pronto, las rencillas y la “guerra” en que se enfrascaron calderonistas y anayistas recién comienza ante el regocijo en las oficinas de Insurgentes Norte y la casa presidencial.
“Si el PRI cree que va a lograr repetir la historia del Estado de México dividiendo, fragmentando a la oposición, están completamente equivocados. El PAN, como institución histórica, es más grande que cualquiera de nosotros en lo individual”, insistió el llamado Joven Maravilla tras oficializarse la retirada de Margarita Zavala. La ceguera política y obsesión por el poder de Ricardo Anaya no le permite ver que el Revolucionario Institucional ha sido revivido por la dirigencia azul y sus decisiones erróneas, y que está logrando con “mañas” y oficio político dividir y debilitar, o ¿cómo se llama lo sucedido en Acción Nacional y el rompimiento entre doña Margarita y el propio Ricardo? La polarización y rencores en nada benefician al PAN. Tampoco a México.
El PAN adoptó el comportamiento del PRD, partido que hoy es mera caricatura de lo que llegó a ser. El dirigente queretano, en sus afanes presidenciales, se niega a aceptar la crisis que se le viene encima al partido panista. Ojalá que rectifique el camino. Porque partidos políticos débiles y antidemocráticos a nadie son de utilidad, además que se pierde el pretendido equilibrio político.
@BTU15