Por Carlos Ferreyra
… y como quien no quiere la cosa, me puse a curiosear en torno a la visita del niño chicho de la película gacha, alias el Trudeau.
No encontré por ningún lado una sola mención del santo señor a las casi 300 concesiones mineras canadienses beneficiadas con los salarios de hambre que privan en el país.
Se recalca que evadió el tema sin mayor problema, parece que nuestros informadores querían todo, menos información. Trudeau no respondió a las acusaciones de despojo de tierras, desvío de aguas y asesinatos de indígenas opuestos a las expansiones mineras canadienses.
Se queja don Justín de salarios bajos, pero exclusivamente de los que se refieren a la manufactura de automóviles. No quiere competencia en ese rubro porque sale perdiendo, hasta ahora, frente a las exportaciones a Estados Unidos y Europa.
Con su sonrisa más estudiada que artista de joligud, el visitante ilustre hizo a las mujeres periodistas de este país olvidar o descuidarse de lo que hay tras su recorrido por México. Y a los señores periodistas evadir el tema para no enemistarse con las colegas.
El asunto se compone de dos tiempos. Uno: cuando el mandatario canadiense visita al país del norte, se entrevista con el presidente Donald Trump, le muestra sus bellos multicolores calcetines y acuerda que en el caso del TLC si no hay arreglo con México, si México no accede a lo que pretende Estados Unidos, entonces se entenderá con Washington. Y con nadie más; el TLC pasará a acuerdo bilateral.
Antecedente: en reunión trilateral con Obama y Trudeau en Canadá, al término de las pláticas suben los tres a la azotea del edificio donde se celebraban las reuniones. Allí, en forma más que majadera el anfitrión, Trudeau y Obama, sin educación alguna, voltean la espalda a Peña Nieto, “lo mochan” como se decía y platican entre ellos. Insólito que de pronto el canadiense sienta respeto por su actual anfitrión.
La segunda: por allí, extraviada entre sus diarias declaraciones, Enrique Peña Nieto decide echarle una vistita a las empresas que explotan minerales y son de origen extranjero. Se habla de impuestos (hoy pagan menos del 1 por ciento del beneficio obtenido).
También se señala la necesidad de no entregar las concesiones a título gratuito sino mediante compensación económica, como debería haber sido siempre, aunque la Constitución afirme que suelo y subsuelo son patrimonio de la Nación y por ende de los mexicanos todos.
Para justificar las futuras decisiones sobre las empresas mineras, se menciona que una sola de ellas, canadiense, por cierto, con una inversión de 4,500 millones de dólares, en un año acumuló beneficios por 7,500 millones de dólares.
Esto es, recuperó su inversión el primer año, negocio más que redondo y que no se registra nada igual en los anales de las finanzas mundiales. En ninguna rama de los negocios.
Ante el peligro de que México asuma una actitud de país soberano sobre sus riquezas, decida imponer gabelas legítimas a los explotadores de nuestro subsuelo y que en un extremo comience a cancelar las concesiones, el empleado mayor de estas empresas viajó a México.
Su tarea inicial, hacerse el simpático, agradar donde se presentase, lucir como se esperaba: el galán de la política internacional. Se prestó a payasadas, fotografías a granel y visitó a todo el que se dejó visitar. Repitió pues el periplo de Frida, el can rescatista y, con seguridad, se llevó el compromiso de que sus negocios no será tocados por el gobierno mexicano.
Pero eso sólo lo sabrán los que hicieron el compromiso, si es que hubo tal. Y como decía la abuela: que Dios nos coja confesados, aunque parece que el que ya lo hizo fue el niño lindo… y sin confesión.