Como es tradición ancestral, los zapotecas despiden a sus muertos a los 40 días de su partida con cirios, flores, rezos y música; ante la devastación causada por el terremoto, en Juchitán se celebró una ceremonia masiva para comenzar simbólicamente el momento del renacimiento.
Gustavo López, cantautor juchiteco, logró convocar a unos 80 músicos de banda de viento, trovadores y guitarristas para conformar el ensamble del concierto solidario, que pretende cerrar el ciclo de pérdida por el poderoso sismo magnitud 8.2 que azotó el sur de México el pasado 7 de septiembre.
El evento, que se desarrolla frente al palacio municipal de Juchitán, se planeó sin gastar un solo peso; todo gracias a la respuesta solidaria de comerciantes, vendedoras de flores, sociedad civil y artistas de diversos municipios.
«La gente que perdió sus casas no tuvo el lugar dónde velar a sus muertos ni le pudo dar un entierro digno como acostumbramos, por eso aquí estamos todos con una veladora, para rezar, para pedir por el descanso de las almas y cerrar el ciclo de dolor y cantar por la esperanza del renacimiento, de un istmo (el de Tehuantepec) cohesionado desde su base social», dijo López a Efe.
Y es que en Juchitán, como en la mayoría de los pueblos indígenas del Istmo, cuando alguien muere, en el domicilio del difunto se realiza diariamente un rezo durante nueve días, ante una cruz de flores que simula el cuerpo del ausente y se coloca en el piso frente al altar. Dicha cruz dura 40 días y se renueva cada mañana con flores frescas.
Concluido el novenario inician las oraciones cada viernes hasta cumplir los 40 días, tiempo en el que los participantes en la oración, generalmente un grupo de mujeres, reciben a cambio café o atole, pan y chocolate.
Al celebrarse los 40 días de la partida, los deudos acuden a la iglesia y realizan una misa en memoria del difunto, y hasta entrada la noche reciben condolencias mientras corresponden la visita obsequiando tamales y café durante el velorio en que escuchan sones, boleros o canciones mientras estallan cohetes si el difunto era soltero o joven.
Ya de madrugada se retira la cruz de flores y todos los arreglos del altar, con lo que se permite que el alma de la persona fallecida se refugie en su nuevo mundo.
El terremoto del 7 de septiembre llevó a que las víctimas no tuvieran un sepelio como se acostumbra, pero no impidió que las mujeres -las reproductoras de la cultura- comerciantes y locatarias del mercado público dignificaran los 40 días.
«Ellas se acercaron solas cuando se enteraron; las que hacen comida donaron los tamales, otras el café, las panaderas trajeron el pan y las floreras los arreglos que lucen en el altar», afirmó López frente al palacio, donde preparó el templete para el concierto.
Según cifras oficiales, el sismo, el más potente sufrido por México desde 1932, dejó 78 víctimas mortales en el estado de Oaxaca, 16 en Chiapas y cuatro en Tabasco. Juchitán fue la ciudad del Istmo más perjudicada por este terremoto, con 36 fallecidos y miles de damnificados.
Apenas unos días después, el 19 de septiembre, el centro y sur de México fueron golpeados por otro movimiento telúrico, que arrojó un saldo total de 369 muertos en diversos estados.
De acuerdo con el coordinador municipal de Protección Civil, José Antonio Marín, en Juchitán hubo inhumaciones que no se registraron formalmente, y «la gente enterró como pudo a sus muertos porque no tenían ni casa dónde velarlos».
Cuarenta días después de la tragedia, en la ciudad suenan las notas de la flauta de carrizo, el tambor y el caparazón de tortuga, todos ellos instrumentos prehispánicos.
Tras ellas vendrán el «Fandango», «La Llorona», «La Sandunga» y el «Gorrión hermoso», temas que identifican esta franja de tierra mexicana, la más angosta del país, que se levanta al ritmo de las notas del son istmeño.
Fuente: Milenio