Por Carlos Ferreyra
He dedicado los días pasados a curiosear en el Feisbook, a observar los temas que más llaman la atención a los usuarios, sus principales reclamaciones y, sobre todo, los argumentos para calificar o descalificar a quienes toman en serio sus materiales y los suben con ánimo de exponer asuntos de interés general.
Es espantoso lo que se encuentra. Medio centenar de jóvenes semiencueradas que se proponen como amistades, así como sospechosos chamaquitos que igualmente piden amistad. Ambos, sin apelación, van para afuera.
En alguna ocasión respondí a uno de estos jóvenes atendiendo una supuesta recomendación de no se dice quién. Al primer mensaje entendí que el chamaco buscaba vejetes perversos y, por lo mismo, clientes para su comercio personal. O carnal, como quieran.
No esperé a averiguar más: lo corté pero no supe bloquearlo, suficiente para que los siguientes días me atosigara con toda suerte de mensajes dudando de mi varonía o atribuyéndome una pobreza que me imposibilitaba adquirir sus, teóricas, habilidades.
Por el lado de las damas, sin mayor incidente que alguna acelerada que dijo conocerme y advirtió que revelaría mis horripilantes vicios y defectos. Soy puro, no los tengo, así que no me preocupé y no pasó nada.
Con los anteriores también estuve sacudiéndome los mensajes en los que me amenazan con hacerme llegar entre cinco y quince millones de dólares, a veces de euros, producto del esfuerzo de un pobre infeliz que se pasó la vida en Burkina Faso sacando petróleo.
El tipo –es curioso que el razonamiento sea igual en todos estos mensajes—se murió después de galopante cáncer. Su viuda, que también recibió el aviso de que en unas cuantas semanas más rendirá cuentas al creador, cumpliendo el último deseo de su cónyuge buscó a la persona que podrá cumplir su encargo completo.
Esa persona, de fama (mundial, por lo que veo) impecable como hombre de bien, trabajador, honesto y carente de vicios, soy yo por lo que se atreven a pedirme que me haga cargo de la tal fortuna para aplicarla en beneficio de grupos sociales marginados. O niños en desgracia o perritos sin casa.
No olvido los que me anuncian que en la, lotería de Microsoft he sido ganador de un premio de 750 mil dólares para lo que me piden, claro, confirmación de datos que incluyen el correo al que ellos están mandando su mensaje. Además hay que sumarle domicilio particular, teléfonos, números de cuentas particulares y más.
Luego de divertirme con tales mensajes, los de arriba y los que siguen, empecé a consultar los mensajes de los eternos opinantes. El tema puede ser formal, serio y de contenido respetable, pero los que deciden opinar mandan todos estos conceptos a la basura y se dedican a ver quién dice la gansada más fuera de tono, o quien acumula mayor número de majaderías, leperadas y desvergüenzas.
La impudicia de estos materiales avergonzaría a un carretonero, con lenguaje propio de cuartel y expresiones de mercado popular. Esos son los términos en que las antiguas familias los hubiesen clasificado.
Lo verdaderamente sorprendente es que los emisores son personas de cierto nivel cultural, digamos alto, de recursos suficientes ya que pueden perder muchas horas conectados a la computadora, revisar lo que dicen los diarios para estar enterado de los escándalos de moda y poder comentarlos.
Lo genial es que el mismo señor que analiza las consecuencias del sismo en la economía de la Nación, dedica parte de su tiempo a criticar y exponer las tonterías de un farandulero que cacheteó a un reportero imprudente, a la vez que critica las nuevas políticas culturales en manos del grupo de siempre.
Son geniales. Dos son las vertientes actuales de la comentocracia nacional: el asesinato de mujeres (algo de lo que deberíamos ocuparnos todos) y el rescate de perritos callejeros y su consecuente adopción. Indecente darle el mismo nivel de interés a uno que a otro tema.
Y si me apuran, mencionaré que al rescate de medio centenar de perros en poder de un señor que los comercializaba, le dedicaron más espacio, mayor número de comentarios, que a las recientes víctimas de los asesinos impunes en el Estado de México o en Puebla.
Ni qué decir de los infantes que totalmente drogados cargan las señoras que piden limosna en Polanco. Nadie los voltea a ver, pero se sabe que son alquilados y su centro de control es en el Carmen, o lo era. Y que los niños son dopados hasta dejarlos dormidos durante todo el día.
Pero no es tema de feisbuqueros. Ni modo.
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com