Según las autoridades, Stephen Paddock, el asesino de Las Vegas, tenía al menos “10 rifles” en la habitación del hotel con los que disparó “cientos de balas” a la multitud reunida en el concierto. No se saben aún los detalles, pero el tirador podría haber obtenido tranquilamente todas esas armas en forma legal.
Tener un arsenal en el ropero o en el garaje es lo más habitual en cualquier ciudad de los Estados Unidos, sobre todo en el interior del país. Cualquier mayor de edad puede comprar un sofisticado fierro y municiones en miles de negocios de artículos de camping y hasta en un supermercado Walmart.
En la mayoría de los estados no se necesitan trámites para tenerlos: alcanza con un informe de que no se tienen antecedentes penales, una gestión que el propio vendedor puede hacer por teléfono o Internet en el momento. En Nevada, donde está Las Vegas, funciona así. A lo sumo ese chequeo puede demorar 72 horas, no más que eso. No se requiere examen de aptitud física o mental para usarlas.
Según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew, un tercio de los estadounidenses que viven con niños menores de 18 años tiene un arma en su casa.
El problema es que el arsenal está lejos de ser usado solo con fines recreativos o de defensa personal: los Estados Unidos es por lejos el país donde hay más muertes por armas de fuego en el mundo.
Según la organización Everytown for Gun Safety, todos los días mueren ochenta y ocho estadounidenses en episodios de violencia con armas y tienen veinte veces más chances de morir de un disparo que en otros países desarrollados. En los Estados Unidos las matanzas en los cines, las escuelas o las universidades se están convirtiendo en una despiadada rutina. Esta madrugada el terror llegó al concierto al aire libre en Las Vegas.
¿Por qué hay tantas matanzas en los Estados Unidos? Es una pregunta que se formuló el cineasta Michael Moore en su cortometraje Bowling for Columbine, que ganó el Oscar en 2003 al mejor documental y que colocó masivamente bajo la luz el hecho de que los Estados Unidos sea el país que tiene más muertes por armas en el mundo. Con una serie de entrevistas, entre ellas la memorable visita a la mansión fortificada de Charlton Heston, actor y ex presidente de la Asociación Nacional del Rifle, el documentalista muestra lo sencillo que es abastecerse de fusiles, pistolas y municiones en los Estados Unidos. Y cita ejemplos, como un banco que regalaba una pistola por abrir una cuenta corriente en la firma y una ciudad en particular (Kennesaw, en Georgia) que obliga a todos sus habitantes a portar armas.
Para cometer una masacre como la de Columbine (12 muertos, 1999), la de Newtown (28 muertos en 2012), la del Politécnico de Virginia (23 muertos, 2007) o la de Orlando (49 muertos, 2015), es necesario que quien dispara tenga un rifle automático o semiautomático, para asesinar a mucha gente en poco tiempo, con ráfagas y sin necesidad de recargar cada vez que se quiere disparar. Son armas que suele usar el Ejército, pero que cualquier ciudadano también puede tener en su casa.
Es evidente que las matanzas que se vienen sucediendo en los últimos años son obra de desquiciados y, en algunos casos, existen motivaciones políticas o religiosas. Pero el sencillo acceso que tienen a ellas –y el poder de fuego que ostentan algunas de venta libre– ayuda a que las tragedias sean más masivas, con mayor cantidad de víctimas.
Y, aunque existan algunos controles, muchas veces el sistema falla. En teoría, el vendedor debe chequear que el comprador sea apto mentalmente y no tenga antecedentes, un trámite que, como dijimos, se realiza online. Pero si no recibe la autorización de las autoridades en tres días –habitualmente se retrasan– tienen la obligación de vendérsela igual. Además, hasta comienzos de 2016, los comerciantes en Internet o en ferias no estaban obligados a examinar al comprador. Esas ventas sin licencia suponían alrededor del 40% del total.
Los sucesivos gobiernos han sido muy recelosos a la hora de limitar las armas. El derecho a armarse es tan importante en esta sociedad que ha sido plasmado en la Segunda Enmienda de la Constitución, parte de la llamada Carta de Derechos, aprobada el 15 de diciembre de 1791. Esta reza: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”. El 28 de junio de 2010, la Corte Suprema sentenció que ninguna ley estatal o local puede restringir el derecho a poseer o portar armas que reconoce la Segunda Enmienda.
Algunos intentos de control en el pasado quedaron truncos. Durante el gobierno de Bill Clinton, se limitó la venta de fusiles semiautomáticos, pero en la época de George W. Bush la reglamentación expiró y no fue renovada. Tras la matanza de Newtown, el debate se reabrió para prohibir la venta de las armas más peligrosas y aumentar los chequeos para el resto.
Pero, si bien los sondeos indican que en general los que portan armas acceden a mayores controles, se oponen terminantemente a la prohibición del Bushmaster y otras variantes de rifles de tipo militar, como el AR-15, que son los más populares entre los consumidores. Por eso, y por la presión de la Asociación Nacional del Rifle, las iniciativas siempre fracasaron.
Si bien su posición ha variado con el tiempo –en el año 2000 escribió en su libro The America we deserve (Los Estados Unidos que nos merecemos) que estaba a favor del límite a la venta de armas de asalto–, Trump ha dejado claro en su campaña que piensa como la NRA. Tras los atentados terroristas en París y Bruselas de 2015, dijo que, si las víctimas hubieran estado armadas, podrían haber repelido a los atacantes.
El magnate se posicionó además de forma contundente como candidato de “la ley y el orden” y atizó la retórica más incendiaria de los partidarios de las armas. Incluso dijo que favorecía dar más poder a la gente para que pudiera autodefenderse. Para que no quedara ninguna duda, reveló que él era dueño de varias armas y que solía portarlas en el estado de Nueva York. También, que sus hijos Eric y Donald Jr. eran ávidos cazadores.
Como era de esperar, la NRA apoyó masivamente a Trump con dinero para avisos y actos públicos contra los límites. El gran temor de la asociación y de los portadores de armas era la posibilidad de que Hillary Clinton llegara a la presidencia y llenara la vacante que había en la Corte Suprema con un juez liberal que inclinara la balanza para derogar la Segunda Enmienda. Con la victoria del republicano y la nominación del conservador Neil Gorsuch, respiraron tranquilos.
Un año antes de irse del poder, con lágrimas en los ojos, Obama acusó al Congreso de estar secuestrado por la industria armamentística y logró un pequeño triunfo –no en el parlamento sino a través de una orden ejecutiva– al establecer chequeos para ventas por Internet y la aceleración de los trámites de autorización. La NRA quiere que Trump derogue ese decreto lo antes posible. Detrás hay una industria de armas deseosa de seguir vendiendo sin límites.
Fuente: Clarín