Fue el candidato de la división. Ganó con menos votos que su rival. Y desde que entró en la Casa Blanca no ha dejado de polarizar. Una encuesta de The Washington Post revela que el presidente Donald Trump ha llevado a Estados Unidos a una de las mayores fracturas de la historia reciente: siete de cada ciudadanos consultados considera que se vive una división similar a la que propició la Guerra de Vietnam.
El sondeo, realizado con la Universidad de Maryland, muestra el pesimismo que se ha instalado en EU y que la llegada al poder de Trump solo ha ahondado. Lejos de recuperar la credibilidad de la clase la política, el candidato que se presentó a sí mismo como un antisistema se ha hundido en el pantano que prometió drenar. Sus sacudidas son vistas como una nueva forma de normalidad, y el desprestigio de las instituciones que él iba a enderezar se ha acrecentado hasta el punto de que el 70% de los encuestados considera que su Administración es disfuncional (un 80% en el caso del Congreso).
Es difícil saber si este descrédito es bueno o malo para los fines electorales de Trump y su eterno coqueteo con los márgenes del sistema, pero supone una fisura grave. Un 71% de los consultados está convencido de que la política estadounidense ha tocado su punto más bajo. Un desapego que golpea la médula del sueño americano: la confianza en su democracia. El porcentaje de quienes ya no se sienten orgullosos de ella se ha triplicado en tres años (del 18% al 36%) y ya alcanza la cifra más alta, incluso entre republicanos, de los últimos 20 años.
Son signos de una erosión constante. El declive de una era que avanza a marchas forzadas y cuyas causas los ciudadanos identifican claridad. Entre ellas destaca el peso del “dinero en la política” (65%), los donantes ricos (56%), el extremismo (56%), el propio Donald Trump (51%), pero también los medios de comunicación (49%) y la corrección política (41%). Muchos retos para una presidencia que se ha volcado en mantener activo su núcleo electoral más que en abrirse y buscar la conciliación.
Fuente: El País