Por Carlos Ferreyra
Perdidos entre el cochinero de la grilla política, los señores que ejercen el poder no descuidan sus reales preocupaciones: llegó el Año de Hidalgo… Chin su madre el que deje algo.
Y esto, más que la sucesión, debería de ocuparnos a los ciudadanos de a pie. Recordemos en la filosofía de la política a la mexicana, que cuando se entrega una oficina o una responsabilidad en la administración pública, se sigue al pie de la letra un consejo: arramblen con computadoras (antes eran modestas máquinas de escribir), autos, los cuadros que valgan la pena –quiere decir dinero—y todo lo que puedan, porque los que siguen son muy rateros… y se lo van a robar todo.
Me consta que eso ha pasado en los cargos oficiales que he tenido, excepto en el Senado donde mi antecesor, Héctor Lie, no sólo dejó intactas las pertenencias de la Cámara sino que heredó cierta cantidad de dinero para publicaciones informativas de actividades y promoción cultural.
Pero en el mismo Senado y antes del arribo como líderes de Miguel González Avelar y de don Antonio Riva Palacio, el líder cetemista Joaquín Gamboa, cuate del presidente López Portillo, se hizo con la lámpara central de la Gran Comisión, se supone que una joya hecha en Francia y de mucha antigüedad. Los que lo siguieron no eran ladrones, así que discretamente mandaron fabricar una réplica y todos en santa paz.
De Notimex ya he hablado bastante del saqueo infame a manos de Pedro Ferriz Santacruz. Pero en todo caso no era empresa del gobierno sino privada. Aquí hubo coches de súper lujo a pasto que fueron repartidos entre algunos mandos menores de la agencia. Y que se recuperaron.
En la Secretaría de Educación Pública, en el área cultural que encabezaba Juan José Bremer Martino, había una doble apropiación: por un lado los funcionarios –todos escritores, o al menos la mayoría—y por el otro el sindicato que tenía en sus manos no sólo la propiedad de los bienes sino el reparto de salarios, sobresueldos, gratificaciones y otras prebendas.
De parte de los funcionarios, hubo negocios muy redituables partiendo de colecciones que nunca se editaban completas, la creación de empresas editoriales para publicación de sus cuates y hasta la impresión de libros de arte y otros en Estados Unidos, de donde las sanciones y castigos por incumplimientos estaban a la orden del día. Superados todos por las habilidades del director general Miguel López Azuara.
Narro una amarguísima experiencia: a mi renuncia a Unomásuno luego del agandalle de Manuel Becerra Acosta apoyado por Carlos Payán y por la impecable señora Carmen Lira, recibí una oferta para organizar la oficina de Prensa del estado de Hidalgo, cuyo gobierno asumía un tal Rosell de la Lama (conocido como Rosel el de la lana).
Mi única condición, no tener nada que ver con el gobernador entrante, lo que no fue cumplido por ellos que a los tres días de estancia en Pachuca me enviaron a la oficina de mandatario. Allí me presentó con industriales textiles como su director de Difusión.
Hablaron sobre una reunión que tendrían al día siguiente con Fidel Velázquez en la fábrica de Zaga, el promotor de la reunión y fabricante de los calzones de esa marca.
Sin remedio, hice un plan para difundir la información en el Distrito Federal y pedí que los periódicos locales enviaran reportero y fotógrafo.
Todo transcurrió suavemente, don Fidel habló corto y como siempre preciso… y se despidió.
Cuando el dirigente obrero abandonó el salón, surgió el De La Lana con toda su patanería, su furia contenida, para increpar a los anfitriones a los que reclamó: así que ustedes me invitan a mi estado, al estado que me dio el señor presidente de la República…
Por allí se fue el discurso con un tono de voz cada vez más elevado, así que en ese momento me di la media vuelta me trepé a mi camioneta y me fui a mi casa en Coyoacán, donde a las diez de la noche recibí la llamada alarmada de la oficina del gobernador que deseaban saber qué se había hecho para la difusión a nivel nacional.
La respuesta fue simple: no se hizo nada ni se hará, no acepto el criterio de este señor al que el presidente le regaló el estado. No regresaré y tampoco cobraré, no hay problema.
Allí terminó mi gestión pachuqueña, pero allí también me día cuenta del exacerbado sentido del patrimonialismo de quienes nos gobiernan que están convencidos de su propiedad sobre lo que se les encarga para el cumplimiento de su tarea.
Así que a cuidarles las manitas a los que se alejan y a los que llegan también. Son más de tres mil cargos de elección más la Presidencia.