Benjamín Torres Uballe
Todo indica que el PRI asimiló muy bien la dolorosa lección cuando fue echado de Los Pinos en el 2000 por el PAN, con Vicente Fox a la cabeza. No hay peor error que aquel del que no se aprende nada. Y vaya que al partido tricolor le dejó una enorme enseñanza la debacle originada por la profunda división en su interior. El costo de la factura significó estar 12 años fuera del poder máximo, relegados como oposición en el Congreso, un oprobioso papel secundario.
Hoy, la historia parece repetirse, pero esta vez en las filas del Partido Acción Nacional. El rompimiento estaba latente y se dio de manera definitiva y vergonzosa el pasado viernes entre calderonistas y anayistas en el Senado de la República, a causa de la imposición del panista Ernesto Cordero Arroyo al frente de la Mesa Directiva, orquestada por el PRI y sus patiños.
Los rencores se extendieron al Palacio de San Lázaro, donde increíblemente al inicio del periodo ordinario de sesiones no se nombró presidente de la Cámara baja. Con el argumento de que el Senado debe desechar la propuesta priista para que el actual procurador general de la República, Raúl Cervantes, se convierta de forma automática en el primer fiscal general, el PAN, junto con el PRD, Morena, y MC, bloquearon el nombramiento del yucateco Carlos Ramírez Marín (PRI) como presidente de la Cámara de Diputados.
En el fondo, y más allá del politizado intento para imponer a uno de los primos consentidos del sexenio en la Fiscalía General, el meollo del asunto radica en la disputa entre el grupo de Felipe Calderón y el que apoya al Joven Maravilla para hacerse de la candidatura de Acción Nacional a la Presidencia de la República el próximo año. Ambos bandos creen tener derecho a ésta. En esa creencia están dispuestos a todo, incluso a pasar por encima de la esencia blanquiazul.
Perredizar al PAN tiene sin cuidado a las dos fracciones panistas. Lo que realmente les importa es no desprenderse del poder y los privilegios de todo tipo que ello otorga. El partido ha venido a menos y tuvieron que formar alianzas en el pasado proceso electoral para obtener victorias. Ensorbecido por esos triunfos, Ricardo Anaya intensificó su estrategia para adueñarse de la candidatura azul en sus ambiciones por llegar a Los Pinos en 2018. Los cientos de miles de spots donde se promueve el queretano es prueba irrefutable. Ésta es una de las molestias principales de sus adversarios calderonistas, quienes aseguran que Anaya saca ventaja de su posición en el PAN.
De la feroz guerra intestina en Acción Nacional, el beneficiario directo es el PRI. La imposición de Cordero en la Cámara alta es un contundente triunfo del tricolor —orquestado hábilmente por el coordinador de la bancada, Emilio Gamboa Patrón— y un golpe demoledor para los sueños presidenciales de Anaya Cortés, a quien el gobierno peñista ya agarró de su punching bag. No es casualidad —en política esa palabra no existe— que en un diario de circulación nacional, y previo al V Informe Presidencial, al dirigente blanquiazul le hayan sacado sus trapitos al sol.
Por lo pronto, y con una velocidad sorprendente, todos los dirigentes panistas de los estados manifestaron por escrito su respaldo a Ricardo Anaya, y lo apoyaron en su “guerra” contra el PRI-gobierno para que no se lleve a cabo la multicitada imposición de lo que a nivel popular ya se conoce como #FiscalCarnal. La realidad es que el rompimiento del PAN apenas empieza. Hay demasiados intereses de por medio en los diferentes grupos que hacen imposible una reconciliación en favor de la unidad.
Nadie experimenta en cabeza ajena, y el ejemplo lo obsequia la dirigencia y alta militancia del PAN. La voracidad del enfrentamiento simplemente los coloca en un peligroso camino sin retorno que no beneficia a nadie, excepto a los adversarios políticos que ven cómo se fragmenta un poderoso contrincante. Mientras, el PRI mantiene —a pesar de las evidentes diferencias entre algunos de sus militantes más influyentes— cohesión y disciplina, pues les quedó muy claro que divididos se reduce significativamente la oportunidad de ganar en cualquier elección.
AMLO Y SU DESLINDE DE MADURO Y TRUMP
Andrés Manuel López Obrador insiste en que no es, ni pretende ser, como el dictadorzuelo Nicolás Maduro ni como el autócrata y mentiroso Donald Trump. Asegura que es una guerra sucia de la mafia del poder. No obstante, de la mala imagen que muchos mexicanos tienen del Mesías Tropical, él tiene buena parte de culpa. Aquello de mandar al diablo a las instituciones, por ejemplo, no es para nada democrático; tampoco atacar a quienes lo critican o no están de acuerdo con sus ideas o proyecto político. Más que con palabras, AMLO tiene que demostrarlo con hechos.
@BTU15