Benjamín Torres Uballe
Desde la media noche, luego del dantesco sismo de 8.2 grados que cimbró a una extensa parte de la república mexicana, inició la exhibición de imágenes mostrando escenas de la tragedia. Con el transcurrir de las horas y la ayuda efectiva de las redes sociales, quienes vivimos en entidades fuera de Oaxaca y Chiapas atestiguamos una vez más la inconmensurable generosidad de los mexicanos.
Si bien las perturbadoras noticias transportaban de inmediato a lo sucedido en aquel lejano 1985 en la Ciudad de México, allí estaban presentes, como siempre, dos de las principales virtudes que caracterizan a los mexicanos: la solidaridad y la ayuda incondicional a quien cae en desgracia.
En la capital —quizá por la sensibilidad que dejó el terremoto de 1985— se organizó prácticamente de inmediato la sociedad civil para recolectar alimentos, artículos de higiene, enseres y ropa destinados a los afectados en aquellos estados. Una logística perfecta, sin más interés que el de ayudar, lejos de las condenables poses e intereses aviesos de los funcionarios.
Nunca como hoy la frase de la Madre Teresa de Calcuta queda como anillo al dedo: “Hay que dar hasta que duela, y cuando duela dar aún más”. Y es necesario llevarla a cabo porque la fatalidad eligió como víctimas a dos regiones donde la pobreza es una forma cruel y perenne de subsistencia desde hace siglos.
Todos sabemos que México es una de las naciones con mayor desigualdad, donde la brecha entre ricos y pobres es poco menos que insalvable. Para oaxaqueños y chiapanecos, el temblor del jueves pasado viene a sumarse a las calamidades ancestrales que han padecido, unas provenientes de la naturaleza y otras de una plaga voraz capas de aniquilar el progreso y bienestar: la clase política.
Aun en la adversidad, funcionarios de los tres niveles de gobierno y políticos de todos los colores tratan de sacar raja sin el menor pudor. Hablamos de exhibirse mediáticamente, de pretender lograr algunas migajas para aumentar su “prestigio”, sobre todo ahora que de manera oficial inició el proceso electoral del 2018. Por eso los nombres van por delante en las cajas de despensas que se dignan a regalar a los damnificados. Que se conozca quién es el buen samaritano que ayuda, aunque mucha de la dádiva sea otorgada con sombrero ajeno, es decir, con recursos del erario.
Hacer como que se ayuda es práctica común en la mayoría de quienes integran el gobierno, pero antes hay que avisar o filtrar que se estará en tal o cual localidad para preparar el escenario teatral, elegir a la anciana, el niño, el padre o la madre que puedan condoler a la audiencia, al radioescucha, al lector y que, sobre todo, no haga cuestionamientos incómodos o se le ocurra protestar en público, en cadena nacional. Eso no sirve, no permite el lucimiento del burócrata.
La reacción oficial para auxiliar a las numerosas familias afectadas no ha sido con la velocidad ni con la eficacia que precisa la dimensión de la catástrofe originada por el sismo; incluso hay testimonios de habitantes afectados en comunidades oaxaqueñas en el sentido de que no han recibido la visita de funcionario alguno, mucho menos algún tipo de ayuda. Salvo los elementos del Ejército y la Marina que han hecho presencia en Oaxaca y Chiapas desde el primer día del desastre para auxiliar a la población, las visitas exprés de secretarios de Estado han sido estrictamente para tomarse la foto y adornar los soporíferos boletines oficiales, además de cumplir con el Presidente.
Resulta que, en el centro del siniestro, a los juniors que gobiernan Oaxaca y Chiapas se les vino la noche encima, una noche muy oscura que se cierne sobre sus futuros políticos. Queda claro que a los dos los rebasó desde el primer minuto la magnitud de lo sucedido por el movimiento telúrico. Tal vez por la cercanía del mandatario oaxaqueño, Alejandro Murat, con el presidente Peña Nieto, pudiera pensarse en una ayuda más ágil para la bella Antequera; la amistad, se ha visto a lo largo del sexenio, tiene una gran importancia para el huésped de Los Pinos.
Por lo pronto, es nuevamente la sociedad —igual que en 1985— quien al final solucionará el doloroso problemón que enfrentan oaxaqueños, chiapanecos, tabasqueños y, en menor medida, veracruzanos y algunos capitalinos. La ineficacia gubernamental y, especialmente, la miserable mezquindad política que sin dilación aparecieron, sólo confirma la ruindad de la clase política, y para muestra sólo hay que ver cómo está operando Liconsa y su director, el priista Héctor Pablo Ramírez Puga Leyva, con todos los reflectores a su alrededor para publicitar su “trabajo” en las zonas dañadas del Istmo. Las ambiciones políticas están a flor de piel; lo demás es lo de menos.
Así que la deleznable pasarela de funcionarios federales continuará ofendiendo a los atribulados ciudadanos de Oaxaca y Chiapas por unos días más, hasta que el drama se vaya diluyendo en los medios de comunicación y entonces ya no sea rentable políticamente ensuciarse los zapatos.
@BTU15