Ricardo es médico residente en un hospital con dos plantas clausuradas, grietas en el suelo y paredes resquebrajadas. El estacionamiento de la oficina de Ana está completamente cuarteado y sus compañeros han llegado a ir a trabajar con casco. En el estudio de Gaby los muros están desvencijados y ella cree que con el simple paso de un camión pueden venirse abajo. Mientras que el club deportivo de Fernando, ahora agrietado, volvió a funcionar 17 horas después del terremoto, como si nada hubiera pasado. Así cumplieron con su lema: abierto los 365 días del año.
“¿Volvió a temblar? En serio lo pregunto, ¿ha temblado?”, dice alterada Verónica a cada rato. Trabaja junto a Ricardo en el hospital de la Mujer, al norte de la Ciudad de México, uno de los afectados. Dos pisos están clausurados, algunas citas han sido reagendadas y sostienen que a algunos pacientes se les ha dado el alta ante la falta de espacio. “Resulta muy triste ver como madres, a las que se les practicó una cesárea y que debían quedarse dos o tres días en el hospital, se tienen que marchar cinco horas después de la operación», señala Ricardo.
Viven espantados, pensando que en cualquier momento el hospital puede venirse abajo. Aseguran que no han recibido ninguna notificación oficial sobre el estado del edificio, a pesar de que la dirección les insiste que reúne las condiciones necesarias para el trabajo. Este diario ha tratado de conseguir la versión del centro en varias ocasiones pero ha sido en vano. “He llamado a protección civil pero las líneas siempre están ocupadas. Se está poniendo en riesgo la vida de los pacientes. Siento pánico de que el edificio se pueda caer”, apunta Verónica.
La falta de información y el cierre de las plantas afectadas ha desatado todo tipo de rumores entre los empleados. Mientras algunos aseguran que «la próxima vez que tiemble solo tendrán 15 segundos para evacuar, otros sostienen que protección civil estudia clausurarlo, incluso los hay que defienden que los albañiles solo tratan de tapar apresuradamente los daños», explica Ricardo.
Ana regresó el miércoles al trabajo en una de las oficinas centrales de la compañía teléfonica Telmex que dio la vuelta al mundo. La torre balanceó tras el temblor como una espiga de trigo. Ahora, asegura que se distinguen perfectamente las grietas que dejó el sismo. En el estacionamiento, un bloque anexo completamente cuarteado, las escaleras han quedado clausuradas y la estructura se encuentra “visiblemente deteriorada”, asegura.
“Cuando llegué me encontré con varios compañeros en la planta baja que se resistían a entrar. No habían pasado ni 24 horas desde el temblor y la gente tenía pánico. Varios de ellos llegaron a traer un casco. Iban preparados ante lo que creían que podía ocurrir: el desplome del edificio. A la gente también le atemorizaba que algunas casas cercanas tuvieran serios daños y que la tienda de la planta baja estuviera acordonada”, señala esta joven empleada.
La empresa ha asegurado a EL PAÍS que tanto los dos bloques de oficinas como el estacionamiento han sido revisados por ingenieros estructurales internos y externos y por ingenieros enviados por la Secretaría de Protección Civil que aseguran que los «edificios cuentan con las condiciones y garantías necesarias para continuar con las labores diarias». Sostienen que los daños no son estructurales sino que son «afectaciones en su mayoría superficiales», que aunque en algún caso «requeriarán de un trabajo mayor», no representan «un riesgo para sus ocupantes».
Trabajar con miedo
Las redes sociales se han copado de denuncias por trabajar en inmuebles seriamente afectados. Incluso un grupo de damnificados ha desarrollado un mapa colaborativo que señala más de 170 puntos en la capital donde se trabaja con miedo. Un sentimiento que comparte Gaby, cuya oficina está junto a un bloque de viviendas derrumbado o Itzel, que cada mañana sube hasta el noveno piso de un edificio con oficinas agrietadas y con las bardas (tapias) seriamente cuarteadas por el sismo. “Se ve todo muy frágil y a nuestros jefes no les preocupan nuestros traslados. Una compañera se lesionó el pie por caminar un largo rato el día del terremoto y recursos humanos le aseguró que si no acudía le iban a descontar el día”.
Fernando trató, junto a sus compañeros, de exigir a sus jefes que acreditasen la seguridad del inmueble pero su demanda fracasó y el centro deportivo en el que trabaja abrió a las 5.45 del día siguiente al sismo. Lo hizo “sin que Protección Civil hiciese una revisión” y a pesar de que se aprecian varias grietas en el edificio.
Empleados entre los que se ha expandido el miedo ante el derrumbe de cerca de 40 construcciones en la Ciudad de México. Algunos reviven los viejos recuerdos del devastador terremoto de 1985 y ante cualquier sonido parecido a una alarma se desata el pánico. El lunes estos trabajadores tendrán que volver a convivir durante al menos ocho horas con las marcas del terror que dejó el sismo.
Fuente: El País
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