Carlos Ferreyra
En 1985 cuando se registró el temblor más destructivo que hubo en este país, al menos en el centro de la República y concretamente en la capital nacional, ante las emergencias que se presentaron la Cámara de Senadores decidió tomar un papel activo.
El líder, Antonio Riva Palacio, prácticamente en forma inconsulta decidió que los legisladores aportarían un tanto de sus dietas y que se constituirían comités para ayudar a las víctimas de la desgracia.
La ciudad, debemos recordarlo, no tenía comunicación. La red de teléfonos estaba casi totalmente fuera de servicio y sólo algunos aparatos, por milagro divino, funcionaban.
Entre ellos los de la Oficina de Prensa del Senado, donde yo laboraba y los que pusimos a la orden de quienes necesitaran usarlo. Así, fueron cientos de personas que desfilaron por esa oficina llevando tranquilidad a sus familiares que desde el exterior morían de desesperación por ignorar si sus parientes estaban sanos y salvos.
Un senador aficionado a la radio comunicación, don Víctor Manzanilla Schaffer, montó en un propio estudio un sistema por el que “buceaba” zonas con las que enlazaba y a las que proporcionaba, por un lado, los números en servicio del Senado y por otro, recogía recados que luego era respondidos y reenviados a su origen.
El sistema era muy primitivo pero funcional. Don Víctor enlazaba con sus contactos radioaficionados en la provincia de los que recibía encargos, recados y encomiendas. Los trasladaba al Senado donde se hacían llegar con mensajero las noticias, se recogían las respuestas y de regreso con don Víctor.
Mientras, las esposas de los senadores, doña Cayita, doña Celia, doña Paty, recolectaban productos y enseres para llevarlos a los campamentos donde habían ubicado a los damnificados.
Fueron muchísimas noches sin dormir, siempre pendientes del llamado del líder que, a su vez, estaba al tanto de lo que se hacía. Notable el hecho de que a pesar de que el Senado es eminentemente político, en ningún momento se convocó a tal sector privilegiándose la atención a los ciudadanos comunes y corrientes.
Hoy, leo en algunos diarios, el Senado abrió una cuenta bancaria para que le envíen dinero supuestamente para los damnificados. Desde luego que no cuenten conmigo, principalmente si ellos, los legisladores actuales que ni siquiera son políticos, son incapaces de expresar por lo menos de dientes afuera, que están acongojados, tristes y que dedicarán una parte de su miserable salario mensual, a tratar de paliar la desgracia de otros mexicanos.
Lo anterior también es referencia a los partidos políticos, donde se apiñan los chupópteros que cual avaro de cuento de navidad, en la oscuridad de su conciencia cuentan los días en los que les llegará el nuevo presupuesto aumentado y no controlado.
Lo mismo opera para el inefable Lorencillo y su pandilla que están en ascuas por la misma razón. Los ministros de la Suprema Corte no sufren ni se acongojan: para el siguiente año tendrán percepciones de hasta seis millones de pesos.
¡Ah, pero ninguno de estos descarados ha dicho esta boca es mía! La desgracia que están sufriendo los más pobres de este país, los tiene sin cuidado y así debe ser, porque la insensibilidad se cultiva. Ellos la han cultivado desde que se treparon al carro de la ex revolución.
Sindicatos, especialmente la CNTE, defensora de los derechos de quién sabe quién, tampoco ha abierto las escarcelas como no lo ha hecho Romero Deschamps porque primero está la gasolina de su avión o de su yate, antes que la protección de sus semejantes…
Conclusión: este país es una desgracia con tanto afortunado en los niveles de poder.