Guillermina Gómora Ordóñez
¡Fuera máscaras! La lucha por el poder hacia el 2018, sacó a flote los trapos sucios de las principales fuerzas políticas del país, mostrando la mezquindad y la ambición de algunos de sus integrantes y dirigentes.
En el Partido Acción Nacional (PAN) pasaron del parricidio a una guerra fratricida que amenaza con pulverizar las migajas de lo que algún día fue la segunda fuerza política del país. Ricardo Anaya, “El Chico Maravilla”, va de frente y no se quita, sin importar a quién o qué se lleve en su lucha por hacerse de la candidatura presidencial del blanquiazul.
Al más puro estilo del evangelio según San Andrés Manuel López Obrador, “estás conmigo o contra mí”, Anaya busca ajusticiarse a los senadores rebeldes: Ernesto Cordero Arroyo, Javier Lozano, Salvador Vega Casillas, Jorge Luis Lavalle y Roberto Gil Zuarth, quienes lo califican de “autócrata”
Como visionariamente lo advirtió Carlos Castillo Peraza: “se ganó el poder, pero se perdió el partido”. Los panistas de la alternancia se embriagaron de poder y en la cruda de la derrota del 2012, sepultaron sus principios humanistas, soportados en la Doctrina Social Cristiana, para dar paso a un voraz pragmatismo.
Los azules se fragmentaron en tribus, y la práctica del canibalismo, al más puro estilo del PRD, derivó en resentimientos, agravios y ambiciones personales que los ha hecho vulnerables al fuego amigo y externo, como lo señaló Margarita Zavala, quien ha exhibido las limitaciones de la dirigencia de su partido y a la que exhortó a ofrecer disculpas a los ciudadanos.
La ferocidad de los ataques entre las tribus azules arrecia y desde sus trincheras van por las cabezas de sus respectivos líderes. Todos y cada uno quieren su parte del botín hacia el 2018. El dirigente panista saca la guadaña y le apuesta a la expulsión del que se subleve en la estructura partidista y en el Congreso. Sus oponentes exigen su renuncia.
Así que la guerra de castas azules comenzó y antes de aniquilarse, bien podrían mirar hacia el patio de enfrente donde sus aliados del PRD cada vez son menos, pues continúa el éxodo hacia la tierra prometida del “Mesías de Macuspana”.
¿Qué tal René Bejarano y Dolores Padierna?, confirmaron que se van con sus miles de afiliados de Izquierda Democrática Nacional (IDN), a respaldar el proyecto de AMLO. Nada nuevo, se veía venir desde hace tiempo. Los pleitos y diferencias tribales en el sol azteca y otras fuerzas políticas terminan así.
Las ambiciones personales, se imponen a los principios y valores de los partidos, nadie escapa. Ahí está Morena, con el conflicto de Ricardo Monreal y a quien Andrés Manuel le mandó el siguiente mensaje: “no se olviden cuál es el objetivo: la transformación de México, no los cargos; no es la
lucha del poder por el poder, no es el quítate tú porque quiero yo, no es la ambición al poder ni al dinero”. ¡Aja!, Mira quién habla, se escuchó allá por los rumbos de Buenavista.
Los cierto, es que estas alturas del calendario electoral conviene recordar aquella máxima de que “en política no hay amigos, sólo intereses” o la del español Rafael Barret, «En política no hay amigos; no hay más que cómplices». Que elijan nuestros próceres.
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